La lengua fija un mundo que es mucho más estable y coherente que el que verdaderamente vemos; este mundo ocupa un lugar en nuestra conciencia y llega a ser lo que nosotros pensamos que hemos visto. Tendemos a ver únicamente aquello que podemos nombrar.

Robert Hodge y Gunther Krees

La forma en que vemos el lenguaje y la comunicación desde el sentido común suele reducirlo al rol de representación o descripción de la realidad. Nada más alejado de lo que hacemos cotidianamente con el lenguaje, con el que no solamente representamos una realidad externa, sino que colaboramos cooperativamente en la construcción de mundos posibles. Ya que para nosotros nada existe sin la operación mediadora pero constitutiva del lenguaje, nuestro mundo es aquello de lo que hablamos; y cuando lo hacemos, las palabras no son nunca inocentes. Llevan en sí las marcas de sus condiciones sociales de producción.

La objetividad que pregonan tanto los medios periodísticos como políticos y tecnócratas no resulta meramente una utopía, sino que habitualmente es un engaño (en el mejor de los casos un autoengaño) mediante el cual se ocultan las operaciones que responden a los intereses del propio sector.

Un lingüista interesado en la función ideológica del lenguaje, Teun van Dijk, afirma que la ideología opera a partir de una estrategia de polarización, realizando descripciones positivas del propio grupo y negativas del grupo opuesto. A esta operación estratégica la denomina “cuadrado ideológico”, y su estructura valorativa es la siguiente:

  1. Resaltar nuestra buenas propiedades/acciones
  2. Resaltar sus malas propiedades/acciones
  3. Mitigar nuestras malas propiedades/acciones
  4. Mitigar sus buenas propiedades/acciones [1]

Pensemos en un caso hipotético: un comando de ETA coloca una bomba en un puesto de la Guardia Civil y mueren en el hecho 8 policías. Un diario español podría titular así la noticia:

Otro bárbaro atentado del terrorismo vasco

pero sería igualmente posible que otra publicación coloque este título a la nota:

Nuevo paso en la lucha de liberación del pueblo etarra

¿Cuál es la realidad? ¿Cuál es la verdad? Ninguno de ambos. O ambos a la vez. Al hablar de algo, ya estamos clasificando la realidad (que es idéntico a construirla), y esto sólo lo podemos hacer de una manera distorsionada y parcial.

Para esto sirve el análisis crítico del discurso: para deconstruir las operaciones por las cuales los enunciados y discursos se van transformando en orden a la legitimidad de la propia posición de enunciación. Por supuesto, cualquier texto puede siempre leerse a contrapelo, extraer un sentido lejano e incluso opuesto al que quiso darle su productor (puedo, de acuerdo a mi propia posición -si soy una nacionalista etarra, por ejemplo- , leer el primer titular propuesto como si fuera el segundo, la afirmación de “otro bárbaro atentado” puede significarme que se trata de una nueva victoria en mi lucha), pero esto supondrá un compromiso cognitivo mayor.

Un texto no tiene asegurada su lectura, pero nos invita a que lo leamos de determinada manera [2], nos seduce y nos convoca. Podemos resistirnos, pero de hecho muchas veces no lo haremos.

Algunas operaciones

La selección léxica es una de las maneras en que un texto sugiere sentidos. Esta sería básicamente la diferencia entre los titulares hipotéticos mencionados más arriba, pero es una característica muy general, que cuando se consolida como patrimonio excluyente de un grupo llega a volverse un argot o antilenguaje, es decir una clase de lengua creada por un subgrupo para crear o reforzar una identidad. Es el caso de los argots delictivos, pero también de la imposición de determinado tipo de categorías y términos mediante la violencia simbólica, como plantean muy claramente Bordieu y Wacquant.

En todos los países avanzados empresario, altos funcionarios internacionales, intelectuales mediáticos y periodistas de alto vuelo se han puesto de acuerdo en hablar una extraña neolengua cuyo vocabulario -aparentemente surgido de la nada- está en todas las bocas: “mundialización” y “flexibilidad”; “gobernabilidad” y “empleabilidad”; “underclass” y “exclusión”; “nueva economía” y “tolerancia cero”; “comunitarismo”, “multiculturalismo” y sus primos “posmodernos”: etnicidad, minoría, identidad,. fragmentación, etc. De esta nueva vulgata planetaria están notoriamente ausentes términos como capitalismo, clase, explotación, dominación y desigualdad, perentoriamente anulados bajo pretexto de obsolescencia o de presunta impertinencia. [3]

Pero más allá de las palabras, o de la selección que hagamos de las mismas, las mismas estructuras gramaticales indican sentidos diferenciados, aún de maneras que contrarían la literalidad. Cuando realizo una invitación y digo “Estuve pensando en que me gustaría invitarte a ir al cine”, no quiero decir -como indicaría el sentido literal- que lo pensé en el pasado, pero ya no lo hago. Al contrario: es algo que estoy pensando ahora y que constituye una invitación, sólo que el enunciado aparece modalizado en una forma cortés. Todas las características gramaticales (determinantes, número, flexión verbal, género y persona) prestan servicio como modalizadores del discurso.

Ejemplo de análisis: mensaje del Presidente Fernando De la Rúa

Como no es la intención de este artículo abundar en categorías de análisis de discurso, pasemos a ejemplificar lo dicho hasta aquí analizando un texto escogido en forma para nada azarosa: el discurso pronunciado por el Dr. Fernando De la Rúa en la noche del 9 de junio del 2000, a través de la cadena nacional. Este mensaje fue emitido la noche del primer Paro Nacional en contra de la política económica gubernamental, que convocaron las tres centrales obreras en forma conjunta y que contó con un acatamiento importante. Veamos el primer párrafo del mensaje con cierto detenimiento:

Queridos compatriotas: en estos días tuve que tomar una decisión difícil por el bien de nuestro país. Debido al enorme déficit fiscal heredado del gobierno anterior, tuve que disminuir drásticamente el gasto público. No había alternativa: la cuestión era cómo.

Al inicio se utiliza una interpelación que implica un modo de destinación claro: “compatriotas”. Se está hablando a los oyentes en su carácter de habitantes del país, pero destacando el carácter en cierta manera mesiánico, pero también de tarea compartida que la elección de otros términos hubiera perdido (“ciudadanos”, “pueblo argentino”). Siendo De la Rúa el presidente electo hace pocos meses, el carácter de habitante también se entremezcla con el de elector, algo que se recuperará en forma particular al finalizar el mensaje, aunque en realidad por ausencia.

en estos días tuve que tomar una decisión difícil por el bien de nuestro país.

puede analizarse como sigue:

[en estos días] tuve que tomar una decisión [difícil] [por el bien de {nuestro} país]

en donde el sintagma central es “tuve que tomar una decisión difícil”.

La forma subyacente de este sintagma es “Yo decidí”, pero operan aquí una serie de transformaciones:

  1. Un recurso habitual en el mensaje, utilizado además de ésta en otras tres oportunidades cruciales: la modalización verbal que transforma el “hice” en el “tuve que hacer” (en este caso “decidí” por “tuve que decidir”), con lo que se desdibuja la responsabilidad del actor: no es una acción de abierta elección, sino una obligación mandada por circunstancias externas, que con todo quedan ocultas.
  2. Nueva modalización, que cancela en parte el efecto anterior, reponiendo parcialmente al actor: “tuve que tomar una decisión”.
  3. Modificación mediante la adjetivación: la decisión se califica como “difícil”
  4. Extensión del modelo: “en estos días” es una extensión temporal, aunque deliberadamente ambigua.
  5. Otra extensión del modelo básico: “por el bien de nuestro país” que opera como clasificación, adjudicando entre las posibles intencionalidades, una más o menos precisa. Es una operación de clausura textual.

A continuación De la Rúa afirma: “Debido al enorme déficit fiscal heredado del gobierno anterior, tuve que disminuir drásticamente el gasto público”. Es claro que aquí se está seleccionando una forma específica de clasificación de la realidad, que se contrapone a otras posibles. La elección de términos como “déficit fiscal” o “gasto público” es significativa. En todo el mensaje no se utiliza la palabra “ajuste”.

La misma realidad puede ser descripta (y ya sabemos que esto implica asimismo “construida”) mediante la utilización de otras categorías, de otros sistemas clasificatorios, con resultados notoriamente disímiles. Veamos por ejemplo una columna del economista crítico (aunque también integrante de la Alianza) Claudio Lozano, publicada en Clarín el 4 de junio:

Frente al ajuste que debilita las instituciones consolidando la concentración económica y la pauperización social, es un imperativo democratizar la sociedad y redistribuir progresivamente los ingresos. Debe ser éste el objeto de la reforma del Estado, de la reestructuración de organismos y de la reorganización de la planta de personal. Son medidas claves: progresividad tributaria y creación de un seguro para todo jefe de hogar desocupado, regulación del ingreso de producción importada en orden a la reindustrialización, política científico-tecnológica, regulación de la explotación de los recursos naturales y rol estratégico de la banca pública. Sin embargo, luego de la convertibilidad y las privatizaciones, las reformas parten de una premisa: no se debe intervenir en el ciclo de negocios de los agentes dominantes. Cristalizan así un accionar fiscal regresivo que garantiza subsidios al capital interno más concentrado y limita la posibilidad de una tributación progresiva. El sector público describe un cuadro de déficit expansivo frente al cual el intento de equilibrio traslada los costos a la comunidad, induciendo un mecanismo de ajuste perpetuo.

Si extraemos los términos clave de este texto, podemos quedarnos con los siguientes: ajuste, concentración económica, pauperización social, democratizar, redistribuir, reforma del Estado, progresividad tributaria, seguro, desocupado, regulación, convertibilidad, privatizaciones, negocios, agentes dominantes, subsidios, sector público, déficit, costos.

Ya dijimos que “ajuste” no aparece en ninguna ocasión. Lo mismo sucede con la mayoría de los demás. Las ausencias más significativas son las nulas referencias a concentración económica, democratización, desocupación, convertibilidad o privatizaciones. La reforma del Estado se traduce en “reformas estructurales”, mucho más ambiguo; la única referencia a la regulación es cuando se alude a la “desregulación de las obras sociales”. En cambio, se menciona seis veces el término “déficit”.

Vemos claramente que las clasificaciones nunca son “inocentes”, sino que obedecen, como afirman Robert Hodge y Gunther Krees a que “la lengua es ideológica en el sentido más político de la palabra”. [4]

Hemos analizado la modalización verbal que transforma el “hice” en el “tuve que hacer”. Pero este no es un recurso constante, sino que se utiliza para menguar la adjudicación de responsabilidad por aquellas acciones más controvertibles. Hay otros recursos en uso en el mensaje presidencial:

  1. la reposición de un actor colectivo, pero definido en forma ambigua: “Ya habíamos ahorrado cientos de millones en el PAMI”. El plural, como se dijo, tiene menor precisión que el singular; aquí no se sabe si alude a “los argentinos” o “los integrantes del Gobierno”.
  2. la reposición plena de la primera persona singular: “He tomado medidas drásticas de ahorro”, limitada a aquellos casos en que es previsible el apoyo general a la acción.
  3. el pase a voz pasiva, cuando la acción es controvertible: “se le haya rebajado el salario”, “se pidió este esfuerzo”, mientras que se usa la voz activa cuando se trata de acciones que se prevé serán apoyadas por el oyente: “no le recortaré el ingreso a nadie que gane menos de mil pesos”, “tampoco les bajé a los docentes”

Hay dos componentes que interactúan en la definición de la realidad que hace el lenguaje: la función solidaridad (forma-S), que desdibuja las diferencias y conflictos, y la función poder (forma-P), que al contrario exacerba las diferencias y conflictos, la hostilidad y la superioridad del propio grupo.

En el mensaje presidencial la forma-S remite a la construcción discursiva de una identidad común, no claramente especificada, pero que agrupa a “los argentinos” o a quienes desean el bienestar del país, etc. Son aquellos a los que se dirige el texto, los “compatriotas”. Pero en la segunda parte del mensaje empiezan a aparecer los enemigos, aquellos que se oponen al bienestar común: los gobernantes a quienes “faltó coraje y responsabilidad” [5], las “cúpulas sindicales cómplices”, los “sindicatos”. En el tramo final, de construcción cuasi épica, se alude a quienes tienen intenciones de “desviarnos del camino del crecimiento”, los “funcionarios corruptos”, los “evasores” y -en menor medida- los “concesionarios de servicios públicos”.

De cualquier manera, los “enemigos” no aparecen demasiado claramente delineados en el mensaje, excepto en el caso de la dirigencia sindical:

Durante estos diez años las cúpulas sindicales fueron cómplices silenciosos del abandono y la desprotección de los trabajadores. Hacerle un paro al país no ayuda al país; llamar a la rebelión fiscal, perjudica a los que menos tienen. No es bueno que se utilice el sufrimiento y la impaciencia de la gente para defender intereses sectoriales.

Este es el fragmento más claro en la descripción del Otro, particularmente por la selección léxica. La dirigencia sindical es “cómplice”, lo que sugiere una acción delictiva cometida en contra de sus propios dirigidos, los trabajadores. La medida de fuerza no es descripta como opuesta al Gobierno, sino “al país” (Nosotros somos el país, el Otro es el anti-país). Además, los sindicalistas “perjudican a los que menos tienen” y “utilizan” a la gente en pos de intereses que no son generales ni legítimos, sino que se describen como “sectoriales”. Este es un recurso habitual del discurso político: Nuestros intereses son “generales”, los intereses del Otro son “sectoriales”.

En el párrafo siguiente De la Rúa afirma que “los sindicatos ya no controlarán los aportes que hacen los trabajadores a las obras sociales”. Aquí la claves está en el verbo “controlar”, que en el contexto connota una actividad negativa. Con todo, esta descripción aparece mitigada y es fácil pensar en expresiones de mayor fuerza de enfrentamiento, como “ya no tendrán por rehenes a los aportes…”.

Un último elemento a considerar es el uso un tanto extraño de la fórmula “Yo fui elegido” en el tramo final del mensaje. Por un lado se recupera el protagonismo del locutor, con la utilización de la primera persona. Pero el hecho de que la fórmula se encuentre en voz pasiva elide la adjudicación clara de la acción a algún actor (una fórmula en voz activa diría “Ustedes me eligieron”). El sentido de este recurso es desconectar al actor del enunciado, de manera tal de volverlo más ambiguo. De esta manera, aunque el sentido literal (en un contexto de democracia liberal presidencialista) es, efectivamente “Ustedes (el pueblo) me eligieron”, se sugieren otros sentidos (posibles por esta operación de apertura textual) de tipo mesiánico: “La Historia (la Patria) me eligió”.

Como puede verse en este muy inicial análisis, nada más alejado del lenguaje que la inocencia. A riesgo de ser reiterativos, recordemos que el discurso pronunciado por De la Rúa no es un caso particular y un análisis similar puede realizarse con cualquier texto, ya sea un mensaje político o uno que no pretenda serlo. Las conclusiones más propiamente políticas que puedan extraerse de este ejercicio, de las estrategias y operaciones textuales utilizadas por el Presidente de la nación, quedan -por supuesto- a cargo del lector.


El texto completo del discurso de De la Rúa puede verse en

http://www.presidencia.gov.ar/agenda/2000/06/000609/agjusp09f.html

El artículo de Claudio Lozano se encuentra disponible en

http://www.clarin.com.ar/suplementos/zona/2000-06-04/i-00802e.htm

Notas

[1] VAN DIJK, Teun. “Opiniones e ideología en la prensa”, en Voces y culturas Nº 10, Barcelona, 1996, pág. 21. [volver]

[2] David Morley plantea claramente la distinción entre una lectura preferencial, es decir la manera en que texto “quiere ser leído” y las lecturas empíricas que tenga el mismo, que pueden ir en el sentido de la preferencial u oponerse total o parcialmente a la misma. No podemos afirmar un “efecto” a menos que analicemos cómo las personas leen concretamente un texto, pero sí podemos apuntar estrategias discursivas que tratan de alcanzar ciertos efectos (MORLEY, David. Televisión, audiencias y estudios culturales, Amorrortu, Buenos Aires, 1996). [volver]

[3] BORDIEU, Pierre y WACQUANT, Loïc. “Una nueva vulgata planetaria” en Le Monde Diplomatique Nº 11, Buenos Aires, mayo del 2000, pág. 12. [volver]

[4] HODGE, Robert y KRESS, Gunther. “Language as ideology” en Cuadernos de Sociolingüística y lingüística crítica Nº 1, Buenos Aires, 1996, pág. 12. [volver]

[5] ¿Quiénes son estos gobernantes? En principio se habla de que las decisiones “debieron tomarse hace muchos años”, pero de inmediato, en la oración siguiente se alude a “estos diez años”, con lo que se suaviza la primera afirmación y su ámbito se reduce a la administración menemista. De cualquier manera, esta no es nombrada en forma explícita. [volver]

Licencia Creative Commons
Este contenido, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution 4.0 International Licencia.