Resumen

Este artículo propone una forma de considerar los rumores y las leyendas urbanas inspirada en el concepto de acción colectiva. Los fundamentos de tal propuesta siguen a una revisión crítica de las principales corrientes de estudios psicosociales sobre el rumor, con especial énfasis en las metáforas y analogías empleadas para su comprensión. La consideración de los rumores que se ofrece parte de la imagen del juego cooperativo en el que los participantes despliegan sus habilidades específicas en procura de una finalidad grupal.

El debate como acción colectiva.

En este trabajo discutiremos una concepción de los rumores y las leyendas urbanas donde se contemplan posibles funciones de estas formas de relato oral en el intercambio comunicativo que realizan los agentes sociales. Esto nos llevará a despreocuparnos de los aspectos de los rumores y de las leyendas urbanas frecuentemente discutidos en compilaciones, estudios comparativos e intentos de abordaje psicoanalítico, folklórico, antropológico, etc. Más bien, focalizaremos el encuentro que tiene lugar cuando los agentes sociales intercambian opiniones, comentarios críticos, favorables o no, acerca de una historia en particular, apócrifa o verídica.

En tanto acción colectiva, la instancia del debate que genera un rumor puede entenderse como una especie de juego constructivo en el que los participantes encuentran la ocasión de vislumbrar un mundo cuya facticidad puedan comprender y manipular[1] en su fragmentaria ensoñación. Dado que los participantes asumen el carácter de juego de la interacción, la cuestión de la verdad o falsedad de la anécdota queda relegada a un análisis exterior o subalterno a la situación de intercambio. Una regla de partida que permite definir el juego, por tanto, comprometería a los participantes prioritariamente a una cooperación basada en la suspensión de la incredulidad [2].

Por otra parte, las metas del juego configuran muchas opciones abiertas a la creatividad de los agentes [3]. Esta forma de juego respondería a una necesidad de los propios individuos, quienes desprovistos de afirmaciones irrefutables acerca de las consecuencias o bien de una situación problemática particular, o bien del porvenir general de los escenarios sociales, se asocian con otros agentes en procura de obtener o restituir certezas en torno a una variedad de asuntos.

Para comprender este juego, entonces, recurriremos a una construcción metafórica (etimológicamente hablando: cierta capacidad de llevar algo más allá) que nos permita explorar estas zonas de la experiencia social compartida que deslumbran a muchos investigadores desde, por lo menos, comienzos del siglo XX. Comenzaremos revisando algunas de las posiciones que trabajaron la cuestión, a fin de caracterizar puntualmente nuestra perspectiva sobre los rumores y las leyendas urbanas. .

Metáforas desaprensivas para el rumor y las leyendas

Mucho de lo que sabemos acerca del rumor proviene de tradiciones académicas represivas >[4]. A partir de la convicción de que el rumor es una forma patológica de comunicación, que sería preciso extirpar, algunos investigadores creyeron necesario identificar los factores que provocarían la aparición (y posterior circulación) de los rumores [5]. Esta preocupación llevó a que se insistiera en dos rasgos del rumor: la inverificabilidad del mensaje o anécdota y el carácter no oficial de la fuente donde se origina. Aunque con diferencias de enfoque, Knapp (1944), Allport y Postman (1947), Peterson y Gist (1951), entre algunos otros que buscaban neutralizar el anticuerpo, y no comprenderlo en su dimensión creativa, se abocaron a establecer los mecanismos de deformación del mensaje que operan a lo largo de la transmisión de un rumor.

Un intento que luego no fue tomado en serio para esta concepción del rumor corresponde a Knapp (1944). Este autor propuso una clasificación de los rumores según sus referencias temáticas o contenidos anecdóticos. Así resultaron los rumores negros, referidos a sentimientos de miedo y de ansiedad (atrocidades, crímenes violentos, enfermedades, etc.), rosas, que expresan deseos (rumores de victoria, de herencias a cobrar, etc.) o rojos, por los que se canalizan sentimientos de agresividad (rumores lanzados contra la idiosincrasia de ciertos grupos étnicos [6]).

En cambio, pretendiendo que los contenidos eran distorsionados, y que en esta circunstancia se originaba la inverificabilidad del mensaje, Allport y Postman [7] (1947), propusieron “explicar”· tales distorsiones en términos de la ejecución espontánea de tres operaciones generales: la simplificación del contenido, la acentuación (sharpening) y la asimilación [8]. Estos autores sugieren que cuando un relato se halla expuesto a interpretaciones divergentes, a medida que se transmite de un sujeto al otro sufrirá alguna de estas distorsiones, introducidas por los agentes sociales de acuerdo con sus diferentes intereses, necesidades y experiencias.

Lo que podría valorarse como una virtud creativa de los agentes sociales los pioneros en la investigación del rumor consideraron una falencia que debía ser corregida. ¿Acaso se puede prohibir que los agentes sociales sean selectivos en el proceso de transmisión de un mensaje? La forma metafórica de describir esta situación como una bola de nieve que al rodar crece en forma sostenida y virtualmente indeterminada fue la imagen potente que asoció al rumor con un peligro colectivo y de indóciles consecuencias. Como es obvia la distancia que estos estudiosos del rumor tomaron con respecto a los agentes sociales, nos detendremos a desmenuzar la metáfora, producto lógicamente esperable de tal distancia. La imagen de la bola de nieve alude al descontrol que sería producto de la insanía o ignorancia de los sujetos; estos exagerarían o simplificarían la información inicial según su inestable y acientífica metodología de aprehensión de la realidad, y así contaminan la verdad oficial y cristalina con todo tipo de sedimentos subjetivos y deformantes.

Peterson y Gist (1951) [9] llegaron a conclusiones similares. Aunque criticaron con razón el método de laboratorio que utilizaron Allport y Postman, no aportaron a la comprensión del rumor la crítica a los prejuicios en que incurrieron sus predecesores. Sí fue eficaz para que el foco de interés se desplazara hacia la noción de “interaciones interindividuales”. Los encuentros sociales favorecen la retroalimentación de la creencias y representaciones ideológicas de los agentes sociales. En lugar de armas para combatir contenidos maliciosamente distorsionados, Peterson y Gist legaron a la posteridad una forma de análisis orientada a la circulación de los rumores, en términos de la metáfora del teléfono descompuesto.

En esta línea de trabajo hay que considerar la propuesta de Buckner (1965), quien distingue dos mecanismos sociales de circulación del rumor: las redes de interacciones múltiples y las cadenas de interacción persona a persona. En esta propuesta se ponderan tres tipos de actitud (crítica, acrítica y de transmisión) que gravitan en la distorsión o purificación de los mensajes a medida que circulan por los ámbitos sociales. El hecho de que los individuos manifiesten alternativamente tales actitudes depende de una serie de circunstancias relacionadas con el asunto de que trata el rumor, el tipo de grupo (cerrado o difuso) y las posibilidades concretas con que cuentan los individuos para verificar el mensaje. De este modo, Buckner propuso entender el rumor como un tipo de mensaje no necesariamente asimilable a la bola de nieve por su creciente peligrosidad, ni como una suerte de teléfono descompuesto que paradójicamente funciona de modo regular en su imperfección. Atento a la incuestionable variabilidad de cada situación y acaso propenso a confiar en los agentes sociales un poco más que sus antecesores, Buckner intentó una comprensión del rumor ajustada a las prácticas cotidianas y a la verosimilitud asignada por los individuos, según los tipos de actitud que las temáticas referidas puedan suscitar. Por supuesto, el carácter ideal de los grupos cerrados o difusos y la amplia malla con que pretendía atrapar algo tan variable y confuso como son las actitudes no tardaron en decepcionar a quienes pretendían diseñar trabajos de campo para poner a prueba estas nuevas hipótesis.

¿Por qué surgen los rumores?

Con respecto a la aparición de los rumores, ya la corriente iniciada por Allport y Postman (1947) había señalado que son necesarias dos condiciones fundamentales: la importancia que los agentes sociales adjudiquen al tópico o asunto de que trata el mensaje y la ambigüedad del contexto. Pero como estos autores tenían asumida su función sanitaria, optaron no por actuar sobre las causas, sino por buscar remedios eficaces, a aplicar sobre los efectos. De esta manera, quedó soslayada la posibilidad de que se precisaran con algún rigor cuáles eran las situaciones ambiguas y por qué los agentes sociales las consideraban de ese modo.

El autor que aportó algunas orientaciones al estudio del rumor no inspiradas en el sanitarismo apuntado fue Shibutani [10] (1966), cuya concepción abandona la metáfora del teléfono descompuesto para salir al encuentro de una perspectiva constructivista. El rumor ya no es definido como una distorsión de la información, sino todo lo contrario: los agentes sociales elaboran solidariamente un interpretación que para ellos es significativa y coherente, a partir de una situación conflictual que les demanda atención y que de alguna forma los fuerza a tomar partido o a implicarse (p. 17). El carácter conflictivo de la situación depende para Shibutani no tanto de factores objetivos más menos externos al grupo, sino en la elaboración de tipo emocional que los agentes hacen de la situación.

Esta atribución de selectividad fina a los agentes sociales marcaría la posterior preocupación de los antropólogos y de algunos psicólogos sociales por las leyendas urbanas. Si se ignoran los riesgos que puede plantear la bola de nieve, entonces el aspecto central en la comprensión del rumor será lo que hagan con él quienes crean en él. Y bien, ¿cómo es que, en general creemos en los rumores? Cuando algún suceso o cuestión [11] -probable o efectivo, presente o inminente- desafían con desquilibrar las expectativas, las creencias, las representaciones dominantes. Tal desequilibrio no es objetivo, sino que deriva de las dificultades que encuentran los agentes sociales para que sus esquemas de comprensión armonicen, o al menos no desentonen, con otras formas de representación. El rumor vendría a contextualizar la información disponible en un marco donde cierta situación importante o ambigua se juzga amenazante o disgregadora, tal vez por novedosa o porque no encaja en los esquemas previos del grupo. En términos generales, en la dinámica social se producen infrecuentemente situaciones que tienden a desequilibrar los esquemas de comprensión [12].

Si bien esta forma de especular acerca del origen de los rumores fue la que prosperó en el ámbito de la antropología y la psicología social a partir de mediados de los setenta, no permaneció sola durante mucho tiempo. Rosnow (1988, 1990), por ejemplo, rechazó por demasiado vaga y relativista la explicación del desafío genérico como motor del rumor. En su opinión, no sería la situación conflictual la desencadenante de los rumores, sino la oportunidad más bien aleatoria que tiene cada grupo social para elaborar, maliciosa o ingenuamente, una representación distorsionada de las cosas reales. La metáfora que utiliza recuerda mucho a la bola de nieve y al teléfono descompuesto:

Es conveniente comparar la actividad de generar y hacer circular un rumor con la acción de cargar y disparar un revólver. El público del rumor es un arma de puño, el rumor es una bala, que está cargada en una atmósfera de ansiedad y de incertidumbre. Se acciona el gatillo cuando se considera que la bala va a dar en el blanco. [...]. (1991:485)

A pesar de la insistencia en metáforas truculentas, los aportes de Shibutani significaron un desplazamiento fundamental en el estudio del rumor: en lugar de exagerar la distorsión sufrida por el mensaje verdadero que refería una realidad objetiva, ahora se antepondrá la cuestión de los imaginarios sociales, límite y condición para que los agentes sociales juzguen relevante la preocupación por ciertos asuntos o cuestiones. Al menos esta corriente de estudios del rumor se alejó del ámbito de las preocupaciones cognitivistas para ingresar, por fin, en la zona confusa de las emociones, los deseos y los miedos.

Desde entonces, algunos especialistas respaldaron sus investigaciones y consideraciones en enfoques psicoanalíticos y teorías acerca del imaginario social. Un ejemplo de estos enfoques es el trabajo de Edgard Morin (1969) sobre el rumor de Orleáns [13]. Su interpretación está inspirada en las reflexiones de Horkheimer y Adorno (1987) transcriptas en “Elementos de antisemitismo”. La preocupación de Morin se limitaba a responder por qué en la anécdota se sindicaba a los judíos como victimarios. Esto es, caía fuera de su interés el carácter falso de la historia, quiénes la acuñaron, cuánto se fue distorsionando a lo largo del tiempo, etc.

El análisis de Morin conduce a la conclusión de que el rumor ya se encontraba en un estado embrionario en la repulsión contra la colectividad hebrea compartida por la población francesa católica. Refrendando esta posición, Kapferer (1987) imagina el rumor en términos de una torrencial corriente de agua que no fluye caprichosamente, gracias a que grupos de agentes sociales, que comparten deseos o valoraciones determinados, logran más o menos canalizar lo que de otra forma sería una agresividad bestial y desembozada. El rumor, anónimo, con ribetes de crónica periodística formal, atribuye hechos que el grupo considera aberrantes de los enemigos de un modo que éstos, aun siendo los ofendidos, son presentados como sujetos irredimibles y monstruosos. La ofensa que ocasiona el rumor no pasa de un insulto, pero la agresividad se ejerce en una forma reprimida, sublimada y eficaz para ratificar sentimientos de odio, o de desprecio.

El rumor, satisfactor de necesidades

Karl Jung (1917) consideraba que los rumores deberían ser tratados como los sueños. Jung entendía que en el sueño se elaboran aspiraciones postergadas o deseos no satisfechos durante la vigilia. Análogamente, cada rumor respondería a alguna forma de necesidad, ya sea colectiva o individual. En este caso, es posible que los agentes sociales que contribuyen a la transmisión de un rumor, lo tomen como válido en procura de paliar algún deseo o necesidad temporaria, y no debido a la anécdota propiamente dicha. Invitamos al lector a completar esta lista de deseos individuales posibles: obtener prestigio, atraer la atención de otras personas, poner a consideración de los demás una cuestión controvertida, para conocer otras opiniones al respecto, pasar el rato, etc.

El hecho de que existan varias versiones de una misma anécdota con diferentes personajes y locaciones [14] parece corresponderse con ciertas necesidades colectivas, que suelen ser duraderas o recurrentes. Estas historias hacen referencia a problemas de ansiedad o perplejidad “arquetípicos”, como son los planteados por alguno de los siguientes ejes: la convivencia en el mundo social (acusaciones de prácticas aberrantes a otros grupos sociales); las amenazas de la modernidad (denuncias de daños severos causados por las tecnologías de uso doméstico, o por tóxicos en los productos industrializados por corporaciones transnacionales [15], etc.); la cuestión del propio cuerpo (anécdotas acerca de embarazos no deseados, usos y abusos de la genitalidad, indigestiones, intoxicaciones, etc.); las circunstancias concomitantes de accidentes y catástrofes (interpretaciones caseras acerca de intereses de los poderosos para provocar cambios ambientales, incendios, derrumbes y otras clases de siniestros).

No es nuestro propósito ser exhaustivos en este punto, pero no podemos resistir a la tendencia a clasificar las leyendas urbanas según el criterio que de alguna u otra forma toma la anécdota como “satisfactor” de ansiedades relativas a alguno de los cuatro ejes indicados. Así, por ejemplo, corresponden al primer eje las historias que se cuentan en torno a costumbres gastronómicas o sexuales de los extranjeros [16]. Al segundo eje pertenecen las leyendas urbanas que dan cuenta del hallazgo de fragmentos de cuerpo humano o de animales en envases de bebidas gaseosas, de las sustancias que conforman la materia prima de ciertas hamburguesas, de las inexistentes condiciones de higiene en que se elaboran algunos productos, etc. También corresponderían a este eje las leyendas sobre el daño que producen los electrodomésticos, los teléfonos celulares, los auriculares de la radio portátil, los rayos de las pantallas del televisor o de la computadora, etc. Por cierto, historias de esta clase también están relacionadas con las que apuntamos a propósito del tercer eje. La distinción es sutil, pero no borrosa: dependerá de si la versión que se considere enfatiza la culpabilidad de las tecnologías o las consecuencias que se abatieron sobre los incautos usuarios. Además, las leyendas sobre los daños autocausados suelen tener un trasfondo de moralidad convencional: en estos casos, la responsabilidad del daño recae en alguna forma de exceso incurrida por la víctima, que encuentra el castigo merecido. Las leyendas urbanas referidas en la nota 15 son un ejemplo de este tipo.

Al último eje, configurado por relatos sobre circunstancias poco difundidas acerca de catástrofes o hechos notables [17] corresponden las leyendas urbanas que suelen circular en torno a las causas de accidentes, suicidios, magnicidios, o la muerte dudosa de personajes célebres. También están las historias sobre muertos que siguen vivos con otra identidad, sobre los objetivos de quien “produjo” un accidente, etc. Son ampliamente difundidas las historias en torno a cantantes que oficialmente se dieron por fallecidos, pero que fueron recluidos en hospicios o conventos. Por último, proliferan un tipo de historias como las referidas a jornadas anteriores a los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono, donde se refiere que árabes corteses sugieren a desprevenidos ciudadanos norteamericanos mantenerse alejados de Manhattan o de Washington durante los días posteriores, etc.

Muchas compilaciones de leyendas urbanas disponibles en Internet y en libros como los de Kapferer (1987) y Campion-Vincent (1989) comparten este enfoque “satisfactor”, que considera sin distinción a las leyendas urbanas y a los rumores producto de las angustias, de las fantasías o aún de cierto conservadurismo por mantener determinados valores o creencias. No importaría tanto, entonces, si es una situación fáctica o una perplejidad de algún tipo lo que desencadena la circulación de un rumor o una leyenda urbana. Con cualesquiera de estas estructuras los agentes sociales podrían elaborar frustraciones o terrores compartidos mediante construcciones eficaces, aunque consten de anécdotas espurias o apócrifas.

Brodin (1995) al comparar los rumores y las leyendas urbanas advierte que en lo fundamental entre ambas estructuras no hay otra diferencia más que la establecida entre los conceptos de situación y de cuestión problemática: experimentamos una situación problemática y reflexionamos en torno a una cuestión. Pero experimentamos cabalmente una situación problemática cuando reflexionamos sobre ella, y la forma más vívida de plantearnos una cuestión es experimentándola por nosotros mismos. De manera que las leyendas urbanas nos traen situaciones para que reflexionemos sobre algún asunto: valen por las cuestiones que plantean en torno a un asunto determinado y no tanto por las situaciones -verificables o no- a que refieren. Por eso Brodin las denomina “rumores cotidianos”.

Para este enfoque “satisfactor” el rumor no sería más que un mecanismo de defensa al que recurrirían los agentes sociales para enfrentar diversos tipos de situaciones cambiantes y complejas. Estamos lejos de las metáforas del teléfono descompuesto, de la bola de nieve y del revolver cargado. Sin embargo, no nos hemos apartado de un común denominador: el análisis y la exclusiva consideración de la anécdota, por fuera del juego que proponen las leyendas urbanas y los rumores. Tal vez pueda intentarse a propósito de estas cuestiones un tipo de abordaje que se atenga al tipo de acción colectiva que involucra a quienes contribuyen a la circulación de rumores y de leyendas urbanas. Daremos a continuación ese paso.

Identidad, creencias y preferencias

¿Es posible un análisis de las leyendas urbanas que no se atenga a los aspectos anecdóticos? Sin duda, la respuesta es afirmativa pero implica una construcción metafórica, como a la que parecen estar predestinados los estudios sobre el rumor [18]. En lugar de dar por supuestas las actitudes de los agentes sociales o el grado de interés que suscita para ellos el asunto del rumor, proponemos considerar los encuentros en que usualmente se realizan la transmisión y la discusión de estas historias. Como en tantas actividades sociales de carácter interactivo, funcionan reglas y se distribuyen roles que comprometen a los participantes a satisfacer expectativas colectivas específicas, generalmente denominadas “finalidad del juego”. Más allá de los propósitos de cada jugador, la aplicación de las reglas genera un espacio de acción colectiva cuyo sentido dependerá de las condiciones establecidas, pero a cuyo resultado final contribuirán factores específicos aportados por la idoneidad, los conocimientos y el grado de interés de cada uno de los participantes.

En lugar de un juego competitivo, las leyendas urbanas proponen uno más bien de carácter cooperativo. Los jugadores colaboran para obtener un producto y no compiten por alcanzar un premio o una marca individual. La colaboración de cada jugador dependerá de los roles asignados al comienzo del juego: es necesario que al menos uno conozca la historia, y otros podrán discutirla, matizarla o ratificarla. En otras palabras, para que haya juego los que oyen la historia deben hacer algo cooperativo a partir de ella. Cada una de estas “jugadas permitidas”, cuyas múltiples combinaciones dependerán del asunto de que trate la historia y de las “habilidades” de los jugadores, contribuirán al resultado final, el cual, por tanto, es difícil de predecir.

Una imagen con la que podemos asociar estas ideas es la que nos proporciona -con algunas salvedades- el mecano. Es cierto que este es un tipo de juego individual para cuya ejecución no es necesario que se conforme un grupo de jugadores. Sin embargo, nada impide que dos o más participantes aúnen sus esfuerzos en procura de una meta que las piezas y las reglas (no escritas) del juego prevén. También podemos leer en forma individual una compilación de leyendas, o consultar portales de Internet destinados a difundir estas historias. Admitimos que el mecano no es “esencialmente” un juego grupal, como el que proponen las leyendas urbanas, según nuestra interpretación. ¿Cuál sería el objetivo de ese juego grupal? En el caso del mecano, una vez distribuidos los roles, los jugadores cooperativos tratarían de armar alguno de los modelos del catálogo, e incluso podrían diseñar uno no previsto por los fabricantes. En el juego de las leyendas, por su parte, los jugadores no disponen de un “modelo terminado”. Más bien, están comprometidos a dar por acabada la partida cuando ellos mismos consideren que el tratamiento del tema “no da para más”.

Se podrá objetar que el resultado final del mecano puede evaluarse en términos “objetivos”, pero es verdad que para seguir jugando, sería necesario utilizar las mismas piezas, y desarmar lo que llevó algún tiempo de esfuerzo compartido. Esta circunstancia depende de la aplicación de un principio general de los juegos: puede importar más el intercambio y el pasatiempo que los resultados alcanzados por el grupo o por los individuos. De esta manera, las leyendas urbanas y los comentarios o posiciones que alrededor de ellas se generan en un grupo, también podrían chequearse ante fuentes científicas o profesionalmente idóneas. Aunque esa posibilidad es innegable, y acaso forme parte de reglas que los jugadores eventualmente puedan establecer durante el encuentro, suponemos que no es el análisis científico un objetivo del juego tan característico como es el del intercambio de información y de opiniones. Si se acepta esta definición, entonces podremos avanzar y especular sobre las funciones culturales de la transmisión de las leyendas urbanas.

El mecano convoca al ejercicio individual de habilidades tales como la motricidad fina y el manejo de información visual, entre muchas otras. Las condiciones del juego grupal, al mismo tiempo, permiten articular tales ejercicios con propósitos de los individuos que sólo pueden realizarse colectivamente, esto es, cuya satisfacción dependerá del comportamiento conjunto de los participantes. De esta manera, el intercambio, la cooperación y el pasatiempo compartido son posibles incentivos que los participantes encuentran al decidir participar en un juego grupal de mecano. En todo caso, la dudosa habilidad de los participantes individuales para construir objetos con las piezas no impediría que la acción colectiva tenga sentido para ellos.

En nuestra opinión, las leyendas urbanas y los rumores pueden ofrecer atractivos equivalentes gracias a las cuestiones que tratan las situaciones conflictivas o moralmente polémicas que se narran. La salvedad que corresponde hacer se refiere al diferente tipo de intercambio que se realiza en el juego del mecano y en el de las leyendas urbanas. Gracias a la materia problemáticamente social que refieren las leyendas es que los participantes deciden intervenir, y no sería sólo el mero pasatiempo un propósito a considerar. En el intercambio que propone el mecano, las convicciones de fondo, las opciones políticas o ideológicas de los participantes no son en absoluto objeto de consideración. Obviamente, no es este el caso de las leyendas urbanas, que atraen al juego no sólo por el pasatiempo mismo sino porque en él se genera un espacio de análisis e intercambio de opiniones al que los agentes sociales recurren no porque lo prefieran de antemano sino para definir, actualizar y quizá modificar algunas de sus preferencias básicas. En una cultura caracterizada por la pluralidad teórica de opciones ideológicas y la carencia fáctica de canales de expresión, el juego de las leyendas se convierte en un círculo de reconocimiento donde los agentes pueden expresarse e identificarse al mismo tiempo que elaboran o confrontan sus convicciones.

Con nuestra interpretación pretendemos subrayar una posible función cultural que nos parece más adecuada para comprender por qué diversos agentes sociales contribuyen a la transmisión de rumores y leyendas. No descartamos el interés que pueden tener muchas personas por algunos asuntos que plantean las leyendas urbanas. De hecho, la clasificación de esos asuntos ofrecida más arriba puede entenderse como una aproximación a los atractivos que ejercen los rumores y las leyendas sobre potenciales participantes de esos juegos. Pues bien, no es incompatible este hecho con nuestra insistencia en el intercambio de opiniones como condición del juego y en la búsqueda de definiciones como atractivo para que los agentes se conviertan en participantes.

Tampoco parece imposible que algunos agentes discutan acerca del carácter verídico del relato. En un probable encuentro social donde varias personas discuten en torno a una leyenda, habrá quienes la conocen y quienes se enteran por primera vez de una historia. Quienes la conocen pueden considerarla verdadera o no. Ahora bien, ¿qué implica que la consideren falsa? ¿Que la comentarán como leyenda o que la desecharán de plano y procurarán olvidarla? Es evidente que si la conocían con anterioridad al encuentro y vuelven a comentarla es porque no la han desechado. Esta especulación nos lleva a suponer que no es necesario que la leyenda sea considerada verdadera o falsa para que circule entre quienes la hacen circular Dicho de otra forma, los agentes sociales que hacen circular una leyenda urbana o un rumor, juegan a especular sobre asuntos problemáticos gracias a la despreocupación favorecida por el carácter inventado (aunque la historia sea verídica) de la leyenda que el juego les adjudica.

Ahora bien, ¿qué objetivos pueden tener los distintos agentes sociales para querer convertirse en participantes de este juego que proponen las leyendas urbanas? Consideramos pertinentes muchas de las respuestas que otros autores han dado a esta pregunta: canalización o sustitución de la agresividad, curiosidad, desconocimiento o conocimiento parcial de la situación, fetichismo, oscurantismo, preferencia por asuntos macabros, visión conspirativa acera del capitalismo industrial, conservadurismo etc. [19]. Hay que recordar, no obstante, que esas respuestas partieron de una concepción de la circulación del rumor que no reparaba en el carácter de acción colectiva que nosotros adjudicamos. Más bien, este carácter quedaba ignorado debido a la focalización restringida a las anécdotas o a las probables motivaciones personales que tales anécdotas podían satisfacer.

La condición de acción colectiva, por su parte, permite suponer que los agentes encuentran “incentivos especiales” [20] en la participación de un juego convocado en torno a un rumor o a una leyenda urbana. Obviamente, debería tratarse de algún atractivo que no necesariamente suponga satisfacciones materiales o psicológicas, pues en ese caso estaríamos reiterando las respuestas ya ofrecidas por la larga tradición de estudios en torno al rumor. Para exponer nuestra idea recurriremos nuevamente a una imagen metafórica.

Frente a una leyenda urbana, los agentes sociales se convierten en jugadores al aceptar la regla de la suspensión de la incredulidad, pero no tienen un motivo específico para eso. Sí hay un atractivo que no depende estrictamente de los agentes individuales, sino de la estructura grupal que ellos conforman; se trata de una fuerza centrípeta que se origina en la propia interacción y que se potencia y canaliza gracias al soporte semiótico y polémico que plantea la leyenda. En otras palabras, el mismo hecho de la participación está construyendo y definiendo el juego para los agentes sociales. A medida que estos hacen el juego, acceden a una ensoñación colectiva donde rigen los criterios de validez que el propio grupo está dispuesto a discutir. Problematizan así sus horizontes aproblemáticos y juegan a disponer del poder simbólico e institucional del que carecen fuera de ese espacio lúdico. No son (necesariamente) ingenieros los jugadores del mecano; son, en los hechos, ciudadanos, consumidores, agentes sociales quienes se dan cita frente al tablero de las leyendas urbanas y los rumores.

Bibliografía

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Notas

[1] Recordemos esta sugestiva afirmación de Sartre: La conciencia realiza su libertad por medio de la capacidad de la imaginación para crear unas posibilidades que se rebelan contra el orden de la mera facticidad del mundo. [volver]

[2] Con las debidas licencias y adaptaciones, aludimos a la idea de la “fe poética” que propuso alguna vez, a comienzos del XIX, el poeta Samuel Taylor Coleridge. [volver]

[3] La imagen que propongo es la de un juego como el del mecano, pero que demanda la participación de varios agentes: según la competencia o creatividad de éstos las piezas terminarán articulándose en formas más o menos sofisticadas. El producto “terminado”, cualquiera sea, ha servido al colectivo de individuos para una interacción que marcó temporariamente sus identidades recíprocas, a cada uno de los participantes, en cambio, ese producto le ha significado la ocasión de confrontar, aumentar o actualizar su competencia. Retomaremos esta imagen hacia el final del artículo. [volver]

[4] Estas pretensiones permanecen hasta nuestros días. Considérese, por ejemplo, el trabajo de Kelley (2005) http://www.ccc.nps.navy.mil/si/2005/feb/kelleyfeb05.pdf. He aquí una cita: Combatir los rumores podría aliviar muchas de las percepciones erróneas y tal vez incluso los resentimientos que actualmente surgen en Irak, mejorar nuestras posibilidades de ganar los corazones y las mentes y de pelear efectivamente contra la insurgencia. Porque los remedios del rumor dependen primariamente de las habilidades de una efectiva comunicación, he adaptado tres principios generales para el control del rumor, a fin de incorporarlos a los estilos comunicativos de la cultura árabe. (p. 6). [volver]

[5] Esta forma de trabajo produjo varias confusiones. Parafraseando un proverbio francés, recordamos a Françoise Reumeaux (1997): Hay que saber distinguir la presa de su sombra; comprender que la presa que toma al concepto no es sino una sombra y que para tomar la presa habría que tomar la sombra conceptualmente. [volver]

[6] Más adelante, propondremos considerar que este tipo de rumores o leyendas urbanas correspondería a un eje relacionado con la conflictiva convivencia social con los otros, ya sean extranjeros, inmigrantes, pobres, etc. [volver]

[7] He aquí la definición de rumor que proponen estos autores “… una proposición específica para creer, que se pasa de persona a persona, por lo general oralmente, sin medios probatorios seguros para demostrarla” (Allport y Postman, 1947). [volver]

[8] La simplificación del contenido reduce el mensaje a los aspectos más significativos, acorta de este modo su extensión y favorece su memorización. La acentuación (sharpening) es una operación complementaria, que consiste en enfatizar los aspectos más escabrosos o llamativos y que agrega explicaciones o comentarios a modo de clausurar y dotar de un sentido más preciso al relato. Por último, la asimilación es el proceso por el cual los sujetos dejan marcas enunciativas e ideológicas en el mensaje: el emplazamiento de las acciones, su ocurrencia en tiempos lejanos o cercanos al relato, y el protagonismo adjudicado a los personajes según su raza, género, edad, etc. Un planteo similar es el de Rouquette (1975), quien distingue cinco mecanismos de distorsión del mensaje a lo largo de las interacciones en que circula un rumor: la omisión y la intensificación (equivalentes a la simplificación y a la acentuación de Allport y Postman), la generalización (extensión del sujeto y del predicado), la atribución (identificación de la fuente del mensaje) y la sobreespecificación (agregado de nuevos detalles). [volver]

[9] He aquí la definición de rumor que proponen estos autores : “…una explicación no verificada (…) que circula de persona a persona y se refiere a un objeto, un acontecimiento o una cuestión de interés público” (Peterson et al, 1951). [volver]

[10] Varios autores retomaron la línea de Shibutani, tales como Rouquette (1975 que concibe el rumor como un modo de expresión del pensamiento colectivo (p. 8) y también como un mecanismo de adaptación grupal (p. 7). También corresponden a esta corriente las propuestas de Kapferer (1987) y de Bertrand (1993). [volver]

[11] Discutiremos más abajo que no sólo situaciones fácticas pueden ser conflictuantes. En el caso de las leyendas urbanas, el atractivo central que explica su difusión está relacionado con cuestiones éticas o de adaptación y no con los hechos anecdóticamente referidos. [volver]

[12] En la literatura sobre rumor y leyendas urbanas se citan algunas de las siguientes situaciones: catástrofes: naturales, aéreas, automovilísticas, edilicias (incendios, derrumbes), asaltos o crímenes resonados; crisis políticas, económicas y conflictos internacionales (guerras, invasiones). La lista no es exhaustiva. [volver]

[13] Esta leyenda urbana pretendía que alguien descuartizaban las incautas mujeres que ingresaban a los probadores de una tienda de ropa (propiedad de unos judíos) de Orleáns, Francia. [volver]

[14]Para citar sólo dos ejemplos: la historia del desdichado sujeto que llega al hospital con una botella introducida en el ano y la de la adolescente que queda embarazada en un tina de baño, en cuya agua se había bañado-y masturbado- su hermano un rato antes. Pueden encontrarse versiones de estas leyendas en las que se pretende que los hechos narrados habrían ocurrido a personas conocidas o en zonas cercanas al encuentro social en que se transmite el rumor. La fórmula más utilizada es la siguiente: “Me contó una enfermera del hospital que “. [volver]

[15] Las empresas corporativas multinacionales (Coca Cola, McDonald’s, Nike, etc.) casi siempre aparecen consideradas como inescrupulosas y desleales. Brodin (1995) describe esta tendencia con el nombre de “efecto Goliath” Los agentes sociales serían el “David”, diminuto pero valiente que enfrenta y vence a los gigantes con la ayuda de estos mecanismos de denuncia, que son las leyendas urbanas. Por esta razón, los destinatarios de este tipo de leyendas son en general marcas de corporaciones multinacionales. Renard (1990) había identificado como resultantes del “efecto Gremlins” (duende o gnomo maligno) a aquellas leyendas que refieren penurias causadas por productos cuyos procedimientos de fabricación son secretos. Estos rumores se originan en torno a tecnologías cuyo funcionamiento no es comprendido del todo por los usuarios comunes. De esta forma, encontramos la situación amenazante que plantean estas innovaciones tecnológicas desde el punto de vista de los hábitos y valores establecidos. [volver]

[16] En Argentina suele relatarse la historia del comensal de un restauran chino que se atragantó con un hueso “de pollo” y que debió se trasladado a un sala de emergencias médicas. Al recuperarse de la intervención, los médicos le informaron que el hueso encontrado pertenecía a un roedor doméstico. [volver]

[17] Propongo este término como traducción del término francés fait divers. [volver]

[18] Un trabajo que asume con resuelta franqueza este destino de metáforas es el de Reumeaux (1998). En esa obra se propone considerar tres estados del rumor en estricta analogía con los estados de evolución ontogénica de los insectos: larva, imago y ninfa. Hechos históricos de gran repercusión o notoriedad determinarían que un mismo rumor abandone uno de esos estados y asuma la forma correspondiente a un estado ulterior. Los agentes sociales, para esta perspectiva, serían dóciles marionetas gobernadas por una estructura de sentido que los trasciende. [volver]

[19] Entre los autores que han elaborado listas de este tipo, destaca por su exhustividad la que se propone en Froissart (1993). [volver]

[20] Hirschman (1982). [volver]

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