Resumen:

Un estudio comparativo apunta a promover la adopción de mecanismos que le permitan al gobierno nacional Argentino controlar el flujo de futuros estudiantes hacia carreras de “utilidad nacional” – acordes con el modelo productivo imperante –, no a través de una intervención estatal directa que perjudique al estudiantado argentino, sino indirecta o virtual, a partir de una adecuada difusión de la información.

Desarrollo

Hace algunas semanas, el flamante ministro de educación de Argentina, Daniel Filmus, hizo sabias declaraciones acerca de la necesidad de recuperar la autoridad del gobierno para precisarle a la universidad lo que el país necesita en términos de profesionales que se gradúan en esa Casa de estudios, de cara a las necesidades del nuevo modelo económico. “Estamos trabajando muchísimo el tema de formación profesional con la idea de que desarrollo económico, trabajo y educación se articulen y le den una perspectiva a la formación laboral muy vinculada a la demanda de un país en crecimiento”, detalló Filmus en entrevista con un diario local.[1] A raíz de estas declaraciones, un gran debate parece haberse instaurado en el seno de nuestra comunidad educativa. Ante la posibilidad de una intervención estatal directa que comprometa la autonomía universitaria frente a los intentos de adecuar la universidad al mercado, ciertos sectores muestran uñas y dientes, sostienen que “hay que respetar la vocación de los estudiantes” y “defender su derecho a estudiar lo que quieran.”[2] Otros, como Pablo Jacovkis, decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, reconocen tácitamente la necesidad de una intervención estatal en el ámbito universitario, aunque sin precisar mecanismos específicos.

Vale la pena destacar, que las declaraciones del ministro Filmus contienen un planteo histórico, los lineamientos de una asignatura pendiente que tiende a resurgir – su materialización hasta hoy, sin éxito – con cada gobierno cuya política doméstica apunta a la industrialización y a la creación de un vigoroso mercado interno (Avellaneda, Yrigoyen, Perón, Duhalde y Kirchner). La importancia de poner a la Universidad al servicio del “país real” ya había sido advertida por la revolución universitaria del 21 de junio de 1918, en pleno gobierno de Yrigoyen. En el manifiesto que ésta dio a luz se observaba:

“…las universidades han llegado a ser así fiel reflejo de esas sociedades decadentes que se empacan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por ello es que le ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático.” [3]

Pero los alumnos cordobeses que originaron la revolución universitaria de 1918 no llegaron a solucionar el problema, ni a comprender del todo su magnitud. Por un lado, encontraron gran resistencia por parte de la oligarquía de la época que, despojada del poder político por el Radicalismo, mantuvo intacta su dominación en las esferas fundamentales de la economía y de la cultura expresada por las viejas Universidades. Por otro lado, la Universidad tenía en esa época una función mucho más prioritaria: la asimilación de los hijos de los inmigrantes. El desafío tampoco pudo solucionarse durante los dos primeros gobiernos peronistas (1946-1955), aunque se llegó en ese periodo a un entendimiento más amplio del problema. En Los Profetas del Odio y la Yapa (1957), Arturo Jauretche observaba:

“…nuestra Universidad y nuestros institutos superiores están organizados para capacitar los estratos medios de la sociedad, que necesita sólo doctores y pedagogos…para un país sin industria, y sin producción diversificada, sobre los técnicos. Basta con unos cuantos propietarios empíricos, unos doctores en ciencias económicas, y abogados, y una legión de educadores del coloniaje. Pero, el país es ya otra cosa y lo será, a pesar de todo, y ahora está en condiciones, y necesita recibir una enorme promoción de valores técnicos que tienen la oportunidad que antes no tuvieron. Y esto no significa excluir la orientación humanista, pero sostenerla no es lo mismo que defender esas Facultades de Filosofía y Letras, que no dan letrados ni filósofos, sino profesores de lo mismo, en un círculo vicioso parecido al de las academias de corte y confección, de las que egresan profesoras de corte y confección, que a su vez fundan academias de corte y confección. ” [4]

En la conjetura actual, la idea de que Universidad y gobierno trabajen juntos para servir mejor a la nación, vuelve a resurgir. De hecho, las observaciones de Jauretche coinciden con las del ministro Filmus, cuando explica que si el país no tiene ninguna demanda, la autonomía universitaria permite que cada uno elija cualquier cosa, mientras que si el país tiene demanda, tiene que asegurarse que las universidades formen en determinadas disciplinas. “Tal como funciona, la universidad es neoliberal”, expresa Jacovkis. “Hay un mercado, que son los estudiantes, y de acuerdo con lo que ellos quieren la universidad corre a buscar profesores de esa disciplina. Sin importar que las necesidades prioritarias del país sean otras”[5]

Cómo modificar el caudal de nuevos estudiantes universitarios en función de las necesidades del nuevo modelo productivo que ha adoptado el país, sin caer en un intervencionismo estatal que le haga la vida difícil a los estudiantes mediante la imposición de mas filtros y barreras?

En el ámbito internacional, la participación del estado en la regulación del flujo de futuros estudiantes hacia carreras universitarias de “utilidad nacional” es notoria en todas las sociedades industrializadas del mundo, aunque utilizando distintos mecanismos. Jacovkis tiene razón al sostener que “muchos [estudiantes] no siguen carreras científicas porque no tienen información.” La palabra clave es información: la exposición sistemática de información clara, útil y de fácil acceso acerca de cada profesión, que a su vez apunte a demistificar las condiciones del mercado laboral y romper con estereotipos asociados a ciertas profesiones, conforman el mecanismo más notorio mediante el cual los gobiernos de países industrializados “le dicen a las universidades lo que necesitan.”

Canadá es un buen ejemplo de una intervención estatal virtual o indirecta en el ámbito universitario mediante la difusión de información clara y útil. A través de su Ministerio de Recursos Humanos, el gobierno federal de ese país pone a disposición de la ciudadanía – en parte mediante su página Web www.jobfutures.ca – información integral acerca del mercado laboral canadiense y las posibilidades de trabajo en distintos sectores. Jobsutures.ca incluye entre otras cosas: una descripción detallada de las profesiones que componen el mercado laboral canadiense; un listado de más 100 sitios Web de interés relacionados con el trabajo; una colección de diversos estudios en la materia; un colección de testimonios de graduados de más de 155 instituciones educativas; y una proyección a cinco años de las condiciones propias a cada profesión (estadísticas de demanda laboral por región, remuneración salarial por ocupación, etc.).

Estas proyecciones son el producto de un minucioso análisis por parte de economistas de primer nivel, que parte de información aportada por sindicatos, corporaciones, así como de pequeñas y medianas empresas. Una lista de empleos se encuentra disponible, en donde las profesiones son clasificadas, de acuerdo con la demanda, como “buena”, “regular” o “limitada”.

A través de la difusión de información verosímil y de fácil acceso, el gobierno canadiense ha logrado inducir de forma indirecta el flujo de estudiantes potenciales hacia carreras que contribuyan al óptimo desarrollo de la economía local. (De más está decir que profesiones como plomería o carpintería, son profesiones rentables, y como debe ser, son percibidas por la sociedad canadiense como ocupaciones dignas y respetables. De hecho, el concepto de una Universidad Obrera existe en Canadá: en el British Columbia Institute of Technology – uno de los institutos tecnológicos mas respetados de ese país – plomeros, carpinteros y electricistas estudian codo a codo con ingenieros, arquitectos y astronautas.) Todo esto es posible, en gran parte, gracias a la difusión de información que ayude a prevenir situaciones como la que describe Jacovkis: “Muchos no siguen carreras científicas porque no tienen información. Creen que si estudian en Ciencias Exactas se van a morir de hambre y no es cierto.”

En definitiva, el primer paso a dar por la administración Kirchner es precisarle, no a la Universidad, sino a los estudiantes mismos lo que el país necesita, a partir de una “de-mistificación” de las condiciones del mercado laboral en nuestro país y la ruptura de estereotipos, mediante la difusión de información integral acerca de las condiciones laborales. En otras palabras, una intervención estatal efectiva que aspire a conjugar la necesidad laboral de una nación con la vocación consciente de los estudiantes pasa en gran parte por un adecuado y preciso manejo de la información.

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