Nota introductoria:[*]

Hace cierto tiempo que -en el marco de la materia Modos de la comunicación social, de la licenciatura en Comunicación Social (Universidad Nacional de la Patagonia SJB, Argentina)- nos abocamos a trabajar el tema de la crisis de la representatividad. Resulta interesante el derrotero seguido hasta llegar a este punto. En principio, la temática en estudio era la vinculación entre medios de comunicación y política: analizábamos campañas eleccionarias y la relación entre periodismo y política. Sin embargo, con el tiempo nos fuimos dando cuenta de que así quedábamos limitados al uso que el sistema político le da de hecho a los medios, o incluso el uso que quiere darles.

Nos restringíamos a lo ya existente, cuando era cada vez más obvio que ello resultaba insuficiente. Los cambios en la coyuntura política argentina (la Historia, nada menos) nos llevaron a ir variando el tratamiento, situando a los medios en relación a la crisis de la representatividad, tanto en su origen como en sus vías de superación. Las siguientes reflexiones son parte de ese intento de analizar la contingencia desde la teoría social, es decir poner en valor la especificidad de la Universidad (la producción y difusión del conocimiento científico) sin por ello encerrarse en la tan criticada “torre de marfil”.

El sentido de una frase

“Que se vayan todos” es el reclamo que tomó forma en los últimos meses en Argentina. ¿Pero qué puede querer decir esta frase? Sin duda es un rechazo a los políticos, pero también esconde muchas veces un rechazo a la política a secas. Muchas movilizaciones sociales dicen de sí mismas que “no tienen nada que ver con la política” y todo lo que huela a ella es expulsado. Hace cierto tiempo un cartel de convocatoria a una asamblea de padres de una escuela -movilizados en un reclamo puntual- advertía con letras muy visibles: “No es un acto político”.

¿Es posible sostener una perspectiva progresista y crítica, y excluir a la política? ¿Pero cómo podemos definir a la política, tan vilipendiada? Es muy común utilizar la frase por la cual la políticas es “el arte de lo posible”. Además de una trivialidad, esta frase es una metáfora ¿Pero una metáfora de qué?

Permítanme dar una definición provisoria y muy general de política: la política aparece cuando es necesaria una decisión. Es la forma que utilizamos para decidir, o el nombre que le ponemos al trabajo de la decisión.

Y una decisión es lo opuesto a la aplicación de una regla. Cuando existe una regla, es decir un parámetro externo que indique el camino a seguir, no puede hablarse propiamente de decisión. Un ingeniero no decide la estructura de un edificio, sino que aplica una saber constituido acerca de qué materiales y en qué cantidad han de usarse para obtener los resultados esperados. Y en cambio, una comunidad sí decide si utiliza sus recursos para un puente o para un consultorio médico, justamente porque en este último caso no hay una regla o parámetro externo. Entonces aparece la decisión.

El miedo a la política

Curiosamente, el rechazo a la política (y a todo lo que huela a ella) es compartido por muchos de los mismos políticos (funcionarios y representantes partidarios). Un funcionario en ejercicio prefiere afirmar que “nuestra actividad es institucional” y critica a los movimientos sociales de protesta (piqueteros, ahorristas, gremios combativos, estudiantes), cuando cree que “persiguen objetivos políticos”.

Pero si un político no hace política ¿qué es lo que hace? ¿qué quiere decir actividad “institucional”? Una forma habitual de encarar esto es decir que las decisiones se toman por criterios técnicos, de eficiencia. Se nombran o echan funcionarios, no por acuerdo o discrepancia en las ideas, sino porque son eficientes o ineficientes.

Sin embargo, la eficiencia no puede ser el parámetro para el trabajo propiamente político. ¿Por qué? Porque en este campo no existe un parámetro externo universalmente válido. En una empresa capitalista sí existe un parámetro externo: la maximización de la ganancia. La cosa se simplifica: más ganancia es igual a eficiencia, menos ganancia (o pérdida) es sinónimo de ineficiencia. Ahora bien, es obvio que en el Estado y la cosa pública no se trata de maximizar la ganancia (más allá de que el Fondo Monetario pareciera suscribir esta tesis).

Con todo, ¿existe en la política un criterio asimilable? Muchos políticos (y también periodistas) creen que sí: el éxito en las urnas. Más votos equivaldría a eficiencia, menos votos a ineficiencia. Claramente, este es un criterio estrecho y conservador. Si el objetivo del político es obtener más votos, el camino lógico es proponer lo mismo que el adversario exitoso y no proponer nada que corra el riesgo de ser rechazado. Las “propuestas” se vuelven todas iguales y no van más allá de lo ya existente. La acción se guía por las encuestas y se vuelve necesariamente demagógica.

La política no puede asimilarse a la gerencia, justamente porque es el campo de la decisión, de la ausencia de parámetros externos. La frase “el pueblo nunca se equivoca” es falaz. Ni se equivoca, ni acierta. Justamente porque no tenemos forma de establecer de manera contundente y unánime qué camino es mejor seguir, entonces establecemos como mecanismo de decisión la votación. Nunca sabremos si el camino que dejamos de lado era mejor, simplemente seguimos el que reúne más consenso.

Por eso, lo exigible en un político no es que gane elecciones (como se le exige a un director técnico que gane partidos de fútbol) sino que presente una propuesta con la que él está convencido. Si el pueblo no decide acompañarlo no quiere decir que ha fracasado, sino simplemente que su tiempo no ha llegado. Tal vez tarde algunos años en llegar, tal vez no llegue nunca. Pero ni siquiera ello podrá decirnos algo acerca de su supuesto acierto o error.

Hay que recuperar la política. Recuperarla como el espacio de confrontación de propuestas y proyectos distintos; también como el lugar de expresión de intereses distintos. Tratar de expulsar a la política y sustituirla por la eficiencia, es no reconocer las diferencias, y terminar así fácil presa de los tecnócratas del pensamiento único. Cuando no hay política, impera el FMI.

Fragmentación y crisis de la representatividad

Por lo tanto, ¿qué puede querer decir la consigna “que se vayan todos”? Esta consigna está denunciando la fuerte crisis de la representación y la representatividad [1]. Diciéndolo simplemente: hoy los ciudadanos no se sienten representados por sus representantes.

Esta crisis tiene causas complejas. Permítanme decir -sin profundizar- que, si bien la incapacidad y la corrupción pueden ser emergentes de la crisis de la representatividad, de ninguna manera la agotan. Diciéndolo de otro modo: si consiguiéramos representantes honestos y eficientes, aún así la crisis de representatividad subsistiría. Y ello porque no obedece a causas coyunturales, sino a modificaciones estructurales que se han dado en las sociedades actuales.

La política de masas tradicional se basaba en grandes agregaciones llamadas partidos, que se delimitaban de acuerdo a líneas diferenciadoras que atravesaban toda la sociedad. Aún más en el caso europeo que en el latinoamericano, los partidos se cortaban con la tijera de la clase social: partidos obreros, partidos campesinos, partidos pequeñoburgueses y partidos representantes de los grandes capitales.

En este marco, la representatividad implicaba que integrantes salidos de estos mismos agregados participaban en los órganos de gobierno, representando los intereses de su grupo. Así, un diputado representativo de los obreros debía ser -por definición- un obrero. Pero a partir de los ’70, lo que entra en crisis es la misma constitución de estos grandes agregados. Maristella Svampa da un ejemplo ilustrativo. Analizando los avatares de la identidad peronista, se encuentra con un padre y un hijo, ambos trabajadores de una empresa metalúrgica. Ante la pregunta “¿cómo se define usted?”, el padre respondía “soy peronista”, mientras que el hijo decía “soy heavy metal”. [2]

Cada vez más, las identidades se definen por matrices particulares, más alejadas de esos grandes agregados sociales: ya nos cuesta mucho definirnos como pueblo o nación, y pasamos a ser comodorenses, villeros, piqueteros, pequeños ahorristas, gays o padres por la tenencia compartida. Los movimientos políticos más activos responden a identidades más reducidas. En la pampa húmeda, por ejemplo, Mario Lattuada estudia al Movimiento de Mujeres Agrarias en Lucha, un actor muy dinámico de los últimos años: una identidad que no sólo aparece sesgada por pertenencia a un sector productivo y a una región, sino que le suma un sesgo de género. [3]

A esta situación se la denomina fragmentación social. Y la fragmentación es nuestra realidad actual. ¿Puede desandarse el camino de la fragmentación, reconstituyendo esos grandes agregados que hicieron la política y las instituciones modernas? Nadie tiene la seguridad acerca del futuro, pero parece ciertamente muy improbable.

Intentando superar la brecha

Quienes creen que el regreso de la representatividad es imposible, o extremadamente improbable, están buscando maneras de superar el hiato entre representantes y representados, cuando la política representativa ya no es posible.

En principio existen reformas que tienden a preservar la representatividad. La introducción del cupo femenino es un ejemplo: se supone aquí que sólo las mujeres pueden representar bien los intereses de las mujeres. Esto se suele llamar representación especular, pero a poco que pensemos en este presupuesto, nos damos cuenta de sus limitaciones. Si sólo una mujer puede representar a otra mujer, ¿puede una mujer heterosexual representar a una lesbiana? ¿Y una mujer heterosexual de clase media a un ama de casa desocupada? ¿Qué hacer con las diferencias de religión, ideológicas o regionales? La conclusión obvia es que el único representante que es mi espejo, resulto ser yo mismo.

Un camino diferente es el recorrido por quienes proponen la implantación de sistemas semidirectos (consultas, plebiscitos, revocatoria). También podemos incluir aquí la llamada democracia electrónica, es decir la utilización de nuevas tecnologías para facilitar la consulta y toma de decisiones. Más allá de las obvias limitaciones respecto a quiénes acceden y quiénes no a este tipo de mecanismos, el problema es que se concentran solamente en el momento de la decisión, como si sólo aquí se concentrara la democracia.

Sin embargo, la democracia no se restringe a ese último momento. La sensación de estafa que se produce cuando una ley es aprobada con demasiada premura y sin un debate que se corresponda con la importancia de la norma en cuestión [4] (y aún cuando los procedimientos formales: quórum, número de legisladores que votan afirmativamente, la misma acreditación de los legisladores; resulten inobjetables), sugiere que la legitimidad de una norma también deviene del hecho de ser consecuencia de una debate racional, y no de la simple imposición del número. La discusión racional es parte de lo que entendemos como proceso democrático de toma de decisiones.

Por eso, un camino a recorrer es la recuperación de la discusión y la creación de formas institucionales para la cristalización de estos procesos de formación de la opinión pública, que vayan mucho más allá de las encuestas de opinión.

Sin la ambición de recuperar la representatividad, lo que debemos construir son los mecanismos de discusión y creación de consenso. Cuando el representante ya no puede ser representativo, se vuelve crucial que las múltiples voces de la sociedad puedan expresarse, sean escuchadas, y participen en el proceso de toma de decisiones.

La próxima reforma constitucional debe eliminar el artículo 22, aquél que reza: “el pueblo no delibera ni gobierna, si no por medio de sus representantes” [5] y sustituirlo por mecanismos donde las múltiples identidades que constituyen el pueblo puedan de manera efectiva deliberar e incidir en el gobierno, sin transformarse por ello en sediciosos.

Hay algunas experiencias en torno a esta idea. Lo importante es tener claro que la actual crisis política no se soluciona meramente con un cambio de funcionarios. “Que se vayan todos” no puede ser únicamente un recambio de personas, sino que también debe estar acompañado por una profunda reforma de los mecanismos institucionales. El camino hacia una democracia deliberativa está abierto, resta la tarea de recorrerlo.

Agosto de 2002

Notas

[*] El texto de este artículo toma como base la clase pública organizada por la Federación Universitaria Patagónica el 28 de agosto de 2002. Se han realizado algunas modificaciones para su publicación. [volver]

[1] Aunque representatividad y representación no son lo mismo, ambas atraviesan sendas crisis. No puedo abundar aquí en las diferencias, sólo aclarar que me referiré a la primera. [volver]

[2] SVAMPA, M. (2000) Desde abajo. La transformación de las identidades sociales, Buenos Aires, Biblos. [volver]

[3] LATTUADA, Mario (2002) “Movimientos sociales y nuevos actores en la agricultura argentina. El caso del Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha (MMAL)”, mimeo (Disponible en Nombre Falso [volver]

[4] Como ha pasado varias veces en la historia argentina reciente, con los ejemplos paradigmáticos de las leyes de “Punto Final” y “Obediencia Debida”. [volver]

[5] El artículo continúa: “Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición”. La Reforma de 1994 mantuvo la redacción anterior. [volver]

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