Cuando uno recibe una invitación [*] para participar en una mesa redonda como ésta, uno no escoge –por definición- el tema de la misma. Así que el primer paso es preguntarse qué puede uno decir acerca del tema que eligieron los organizadores, y aún antes que eso, qué quiere decir ese tema, esa frase.

“Periodismo. La información en crisis”. ¿Qué querrá decir esta frase? Una de las acepciones posible, inquietante además, es que la información se encuentra en crisis a causa del periodismo. ¿De esto se tratará? ¿Será esto posible, verosímil? Lo dejaré sobrevolando este espacio, como un fantasma.

Por otro lado, si alguna vez se organiza una veda de palabras, postulo que incluyamos el término “crisis”, al menos para el territorio argentino. “Crisis” debería aludir a una situación excepcional, pero entre nosotros es ya la condición habitual. Hace un par de semanas, cuando organizaba lo que diría aquí, pensaba en esto en relación a la justificación que daba el Gobierno Nacional para obtener la delegación –en favor del Jefe de Gabinete- de facultades atribuidas constitucionalmente al Congreso: la situación de crisis o de emergencia en que se encuentra el país. Pero resulta que facultades similares fueron solicitadas –y obtenidas- por Carlos Menem, Fernando De la Rúa y Eduardo Duhalde. Rodríguez Saa no tuvo tiempo de pedirlas, y antes de ellos los dictadores tenían “facultades extraordinarias” por definición.

De resultas de lo cual hace treinta años que –a la hora de respetar la Constitución- estamos en crisis. Pensaba en esto mientras leía un reportaje a Quino, y una de las tiras de Mafalda que lo ilustraban era –justamente- un chiste sobre este tema. Mafalda que decía “Yo era así y ya oía decir que el país estaba en crisis… Ya voy por acá y sigo oyendo que el país está en crisis…”, y remataba “¿La crisis tendrá hormonas de crecimiento como para llegar hasta dónde?”.

Veda para la palabra crisis, entonces. Pero no tan rápido: ¿no valdría la pena reflexionar acerca de la permanencia de esta palabra? ¿A qué experiencia o sensación recurrente le queremos poner nombre cuando hablamos de ello? ¿Será tal vez a la sensación de peligro, o riesgo, esa de la que hablan los sociólogos que afirman que vivimos en una “sociedad de riesgo”?.

Prefiero recorrer este camino: no ya la “crisis” del periodismo y de la información, sino los riesgos que acechan uno y otra, el ejercicio de uno y el acceso a la otra.

Primer riesgo: la instrumentalización

Ahora bien, valdría la pena hacer una especie de acercamiento propedéutico al tema y pensar, de nuevo, qué cosa es el periodismo, esa actividad o profesión de la que analizaremos sus riesgos y peligros actuales. Y esto vale más aún en este encuentro, evento anual de las carreras de comunicación del país, es decir, de las instituciones que forman profesionales universitarios de la comunicación y el periodismo.

Ustedes deben saber que la primera escuela universitaria de periodismo fue creada en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, en 19??. Este escuela fue parte del legado testamentario de Joseph Pulitzer, el empresario que –prácticamente en un mismo movimiento y junto a William Hearst- creó los periódicos modernos y el periodismo amarillo. ¿Qué características tienen esos periódicos de Pulitzer y Hearst para que les atribuyamos este lugar fundacional? Quisiera destacar una especialmente: en estos periódicos de las últimas décadas del siglo XIX aparece por primera vez, o al menos con ese nivel de transparencia, el hecho de que las noticias son una mercancía, motor y producto de una rama de la industria. Ya no se tratará, como objetivo principal, de difundir determinadas ideas o puntos de vista, sino de vender un producto estándar a un público masivo. Para lograr el éxito de esta empresa, los nuevos periódicos conjugarán varios elementos: un precio muy bajo de los ejemplares y un lenguaje llano (con el objetivo de ampliar el público potencial, el target del medio, diríamos hoy), una agenda informativa sustancialmente diferente (donde hacen su entrada las notas de color, los inventos sensacionalistas, las crónicas de viajeros y los chismes) y una posición enunciativa que no disguste de antemano al posible consumidor.

Insisto con este último aspecto: ampliar el público consumidor (que era el objetivo comercial de los periódicos) requería un tipo de relato informativo que se mostrara equidistante de las diferentes posiciones, que privilegiara el hecho por sobre la opinión, que no requiriera, en fin, del embanderamiento para sentirse interpelado por el medio como lector del mismo. En otras palabras: las noticias debían ser objetivas. La invención de la objetividad periodística (como premisa, meta o parámetro) es indisociable de la necesidad de maximización del público (y de la ganancia) de una naciente industria capitalista.

Y otro tanto podemos decir de la formación de los especialistas en la información objetiva, es decir de los periodistas. Y es por eso que el “pecado original” de las escuelas universitarias de periodismo será, justamente, haber sido fundadas a instancias de la empresa capitalista de la comunicación y de sus figuras más paradigmáticas, como Pulitzer.

Primera reflexión en torno al riesgo, el periodismo y la información. Si nos tomamos en serio el carácter productivo del poder, y asumimos en consecuencia que hasta nuestras propias matrices de pensamiento, hasta nuestros propios deseos, se han constituido al interior de esas relaciones de poder, y transferimos esta premisa a nuestro tema: ¿cuántas y cuáles categorías de nuestra profesión periodística debemos poner en cuestionamiento (ahora sí, en crisis) si queremos que nuestra profesión tengan realmente un cariz crítico? Por ejemplo ¿podrá sobrevivir la objetividad periodística, aún en sus versiones morigeradas como la de la “imparcialidad”? Pero aún más cuestionador ¿podrá sobrevivir la verdad, categoría que está –de una u otra manera- asociada a la objetividad?

La verdad, categoría asediada en estos tiempos posmodernos.

Voy a valerme de un pequeño rastreo por algunos productos de la industria cultural en donde se ha tematizado la relación entre periodismo y verdad. Me referiré a tres películas de Hollywood: Todos los hombres del presidente, Bajo fuego y Mentiras que matan.

En Todos los hombres del presidente (Alan Pakula, 1976) los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, interpretados por Robert Redford y Dustin Hoffman, desenmascaran –como todos ustedes saben- la trama del Watergate: el dispositivo de escuchas secretas ilegales que Nixon utilizó contra el Partido Demócrata en la elección presidencial de 1972. Woodward y Bernstein son paradigmas de las mejores prácticas del periodismo: detectan en un tema anodino, un episodio menor, un elemento extraño. Investigan, contrastan fuentes, desentrañan una trama complicada y de proporciones gigantescas. Sólo los guía sacar a luz la verdad en un tema de trascendencia pública. Como afirma en la película, con acento épico, el editor de The Washington Post: “Sólo está en juego la Primera Enmienda, y el futuro de este país”.

Finalmente, las consecuencias de la investigación demuestran qué quiere decir que la prensa sea el Cuarto Poder: uno a uno los funcionarios y agentes implicados son descubiertos y deben confesar su participación en los operativos de espionaje político. La última imagen de la película es una línea de teletipo que anuncia: “Richard Nixon renunció esta mañana a la presidencia. Gerald Ford es el 38º presidente de EE.UU.”

Pasemos a Bajo fuego (Roger Spottiswoode, 1983), muchos menos apologética y por eso –a mi gusto- bastante más interesante. El fotógrafo de guerra Russel Price, interpretado por Nick Nolte, llega a Nicaragua en plena lucha del Frente Sandinista contra Somoza. Price se encuentra curtido por su labor en varias guerras (de hecho el film comienza con él trabajando en Chad, cubriendo otro conflicto), pero en este caso no puede mantener la neutralidad. De un lado tenemos a un pueblo en armas, luchando por su dignidad; del otro un dictador sangriento, sostenido por la CIA. En el punto culminante el fotógrafo debe decidir de qué lado finalmente está: el Sandinismo le pide que truque una foto donde aparezca vivo su líder Raúl, ya muerto, para evitar que se debilite el movimiento en la etapa final de la lucha. Dejemos de lado por un momento la concesión hollywoodense por la cual el éxito de una lucha, aún en el caso de una popular y antiimperialista, debe ser tributario de la acción de un norteamericano. El fotógrafo se encuentra frente a un dilema: o se ciñe a la verdad de los hechos (y se niega a sacar la foto trucada) o aporta a la causa de quienes cree justos (pero entonces se involucra y desdeña la veracidad). La opción, parece, se da entre verdad y justicia.

Price elige la segunda opción: saca la foto, se involucra, ayuda al éxito de la revolución. Parece ilustrar lo que decía Walter Benjamin sobre situaciones de éste tipo, aunque él lo centrara en la opción por el proletariado, en el marco de la lucha de clases:

Un tipo progresista de escritor reconoce la alternativa [de a quién sirve con su trabajo]. Su decisión ocurre sobre la base de la lucha de clases, al ponerse del lado del proletariado. Se ha acabado entonces su autonomía. Orienta su actividad según lo que sea útil para el proletariado en la lucha de clases. [1].

Para lo que nos importa, aparece aquí un parámetro que no es tributario de la objetividad, ni siquiera en sus formas más atenuadas.

En último término mencionemos Mentiras que matan (Barry Levinson, 1997). Robert De Niro interpreta aquí a Conrad Brean, una especie de asesor en imagen secreto del presidente de Estados Unidos, encargado de limitar los efectos nocivos en la opinión pública de algunas de las actividades del mandatario. El clima aquí no es el del drama, como en los casos anteriores, sino el del grotesco, elección que no es casual. Frente a la posibilidad de que un escándalo sexual implique el fracaso en el intento reeleccionista del presidente, Brean acudirá al productor de Hollywood Stanley Motss (interpretado por Dustin Hoffman), con quien inventarán una amenaza terrorista inexistente y una respuesta bélica igualmente inexistente. Se sucederán la creación de rumores, testimonios y filmaciones falsas, la “recuperación” de grabaciones históricas recién producidas, la invención de ritos populares, etc. Los periodistas no son aquí protagonistas, pero son un complemento imprescindible, una suerte de idiotas útiles, bastante fácilmente manipulables.

La parábola es bastante clara: si en un principio los periodistas eran los hombres fuertes, quienes en virtud de su profesión eran capaces de voltear al gobierno más poderoso del planeta esgrimiendo como su única arma la verdad, y en el punto medio nos encontramos con una elección moral, una verdadera decisión en la cual la profesionalidad no cubre acabadamente la opción éticamente legítima (pero así y todo el rol del periodista es puesto de relieve, aunque no ya como mero testigo, sino como actor), aquí en el final los periodistas se desdibujan y aparecen en su lugar los verdaderos creadores de noticias: intereses poderosos que saben cómo utilizar en su beneficio el sistema mediático, y tienen además la capacidad y los recursos para hacerlo.

Por supuesto, ustedes pueden objetar el recorte realizado con la elección de estas películas, pero me parece que son bastante ilustrativas de un desplazamiento verificable: el que lleva desde una idealización de la profesión periodística al duro contraste que supone la producción de noticias en un espacio social cada vez más opaco, donde a la opacidad que ya de por sí suponen los dispositivos profesionales de construcción noticiosa (la trama de facticidad, en los términos de Gaye Tuchmann) se le agregan intereses políticos y económicos cada vez más poderosos.

¿Queda espacio aquí para el periodismo libre e independiente? ¿Cómo evitar acabar como idiotas útiles del poder? ¿Y qué cambios suponen en nuestra práctica la opción por alternativas sociales y políticas transformadoras?

Segundo riesgo: la internacionalización

El primer riesgo mencionado tiene relación con el segundo que quisiera apuntar. Si sugerí hace un rato que deberíamos dictar una veda para el término “crisis”, deberíamos darle vacaciones también a la palabra “globalización”. Por lo menos en los usos en los que sirve para explicar cualquier tipo de proceso, suerte de oximoron de las ciencias sociales de fines del siglo XX y comienzos del XXI.

Sin embargo, voy a referirme a algo que tiene que ver con esta palabra, aunque en un sesgo leve, pero centralmente, diferente: la internacionalización. Me permitiré al respecto un breve paréntesis, ya que la internacionalización es un tema especialmente sensible allí de donde vengo. Como dijo mi presentador, vengo de Comodoro Rivadavia, en Chubut (y este dato justificará hacia dónde se dirigirá más adelante esta intervención), ciudad que –con su región cercana- depende en su economía de la explotación de petróleo. Recientemente el INDEC registró una baja considerable en el índice de desempleo, y nuestro gobernador anunció estos datos, adjudicándoselos a sus –desde su punto de vista- acertadas políticas. Esta anécdota es muy graciosa: quienes vivimos allí sabemos que nuestra economía está internacionalizada, y esto quiere decir –ni más, ni menos- que no existen actores de escala nacional capaces de incidir en su marcha. Mucho menos actores provinciales, o locales. Insisto: no existen actores nacionales que tengan capacidad de incidencia, ni siquiera el Estado Nacional. Nuestra economía depende del precio internacional del barril de petróleo, y este precio a su vez de una serie de factores, todos muy lejanos a nuestra capacidad de incidencia. Como ustedes se darán cuenta, esta realidad es generadora de una fuerte impotencia: nuestro destino está en manos muy distintas y lejanas a las nuestras.

¿Pasa algo de esto con el periodismo y los medios de comunicación? ¿Sucede algo similar, en las distintas facetas en que esto es posible, desde la internacionalización empresaria y la vinculación en las inversiones y estructuras de propiedad con conglomerados multinacionales, hasta la direccionalidad de nuestras prácticas y agendas periodísticas, y de los enfoques con que tratamos la información?

Y si la respuesta es afirmativa, como sospecho que lo es ¿por qué hemos exiliado de nuestras investigaciones y currículas temas como las invasión cultural, el nuevo orden en la información y la comunicación, la sincronización cultural y las políticas nacionales de comunicación y cultura?

Tercer riesgo: la centralización

Una colega de Comodoro Rivadavia me decía, antes de venir, que debía hacer hincapié en la cuestión local, ya que es lo que puede diferenciar mi discurso y darle un barniz mayor de interés. Pero no lo hice. Sospecho del consejo “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, ya que muchas veces se traduce en un axioma bastante distinto: “pinta tu aldea y abstente de pintar el mundo”. Por mi parte, reivindico la equidistancia epistemológica para pensar el país, esto es: no quiero abandonar la posibilidad de pensar la totalidad del país sólo a aquellos que viven la realidad de sus centros urbanos más poblados. No les niego ese derecho (no estoy postulando algo así como que el “país real” se encuentra en la lejanía y el desierto), sino que, simplemente, reclamo idéntica posibilidad. Hay aquí, ustedes podrán percibir, una decisión propiamente política.

Pero, tratando de pensar el país, no puedo dejar de percibir como un riesgo la centralización económica, cultural e informativa. Nuestros medios de comunicación nacionales son los medios de Buenos Aires, esto se ha dicho muchas, demasiada veces. Y esto no tendría porqué ser problemático, si el tratamiento informativo que los caracterizara fuera apropiado a la complejidad del país.

Pero parece que no es así, para lo que haremos una pequeña demostración. Hagamos, sin ningún ánimo de precisión científica, una recorrida informativa. Una consulta en el sitio web del diario de mayor circulación del país arroja 17 notas –en un período de tres meses- que tienen la palabra “Patagonia” en sus títulos o volantas.

  • Cinco noticias refieren a aspectos turísticos o exóticos (el fotógrafo brasileño Sebastio Salgado hace fotos de elefantes marinos y ballenas, Sorín habla de su nueva película, la princesa Máxima visita la Patagonia, las noches de Ushuaia son muy calientes, editarán un libro sobre Butch Cassidy).
  • Cuatro dan cuenta de un temporal en la zona cordillerana. Otras dos refieren a situaciones derivadas del temporal (una protesta de vecinos en Bariloche y un juez de paz de Chubut acusado de apropiarse de treinta colchones).
  • Algunas refieren a acontecimientos que tienen lugar en Buenos Aires, aunque remitan vagamente a la región (la presentación de una colección de ropa con lanas y tejidos patagónicos, una muestra sobre los misioneros católicos en la región durante el siglo XIX, la realización de la Expo-Patagonia en la Rural).
  • En un caso el término en cuestión no refiere a la región, sino al Banco Patagonia-Sudameris.
  • La única noticia del conjunto que refiere a un acontecimiento de cierta importancia política y económica habla de la construcción del gasoducto del Sur y discute el financiamiento del mismo. Obra, por supuesto, de interés estratégico para el centro del país, y no para el sur del mismo.

Es decir, noticias que, o no hablan de la Patagonia, o nos hablan de aspectos bastante recortados: su naturaleza y clima extremo, algunos episodios pintorescos de su historia, su calidad como destino turístico. Elementos que van reforzando cierto carácter mítico y exótico de la región, cierta irrealidad y fantasía. Nada acerca de su realidad social, política, cultural.

Pensé que esto podía deberse a la caracterización general del término “Patagonia” y realicé una búsqueda similar con la palabra “Chubut”, es decir la denominación de la división jurídico-administrativa. Pero los resultados no fueron muy diferentes. De un total de 24 noticias, tenemos estos resultados:

  • 12 noticias refieren a un temporal que duró dos semanas.
  • 2 remiten a cuestiones turístico-ecológicas: la construcción de un hotel y la posible contaminación en una playa donde las ballenas francas son habitués.
  • La novedad es que aparecen algunas noticias policiales o sociales: una licencia por paternidad a un hombre cuya mujer falleció durante el parto, un peón muerto por la policía, vecinos que apalean a una persona que intentó abusar de una menor, rescatan en el mar a nueve pescadores.
  • Otras noticias fueron el proyecto ganador para la construcción de un complejo habitacional (en el suplemento de arquitectura) y la fiesta por el aniversario de la colonización galesa.
  • Las únicas noticias políticas del conjunto son la detención del presidente provincial de la UCR por evasión impositiva y la visita de Kirchner a las zonas afectadas por el temporal (esta última, una noticia que no hace referencia a la provincia, sino que se detiene en la interna del partido gobernante).

No sé si hace falta decir mucho más. Me animo a apostar a que los resultados que obtendríamos analizando otros diarios, o programación televisiva “nacionales” no arrojarían un resultado muy diferente.

Aún teniendo un presidente patagónico, la Patagonia sigue siendo, solamente, un lugar exótico, lugar de aventura y sueño, territorio apto para la crónica de viajes. No ha atravesado aún el umbral que lo muestre como tierra real, habitada por argentinos reales, surcada por conflictos y problemas políticos, económicos, sociales y culturales.

Hace casi veinte años, Aníbal Ford concluía su artículo “Federalismo y comunicación” con algunos datos muy significativos. En ese entonces:

  • el 55% del contenido televisivo era de origen nacional, pero de este total el 93% se producía en Capital Federal y sólo el 7% en el resto del país.
  • el 65% de todos los ejemplares de diarios se imprimía en Capital Federal, y esto implicaba una asimetría importante: “mientras el interior consume diarios de la Capital Federal, el Gran Buenos Aires no consume prácticamente diarios del interior, y ésto a pesar de los casi tres millones de provincianos que lo habitan”, decía. [2].

Ford concluía en ese entonces: “esta producción altamente centralizada no atiende la problemática y las necesidades socioculturales del país” [3].

Me parece que –más allá de que hoy los provincianos actualmente pueden obtener noticias de su terruño mediante Internet, y de hecho lo hacen- la situación actual no es demasiado diferente a la que analizaba Ford.

También este es un riesgo o, en este caso, una realidad a modificar. También aquí debemos poner en crisis los modos usuales de hacer periodismo y de producir información.

Y no me refiero a un nosotros abstracto, a un profesionalismo aséptico, sino a un nosotros que incluye, creo, a los que aquí estamos. A quienes asumimos que la comunicación y el periodismo son acciones situadas. Y por eso nos situamos en lugares precisos: en la construcción de un país que contenga a las mayorías y en donde los medios y el periodismo no se orienten a los intereses y necesidades de unos pocos sino de muchos, me animo a decir que casi todos.

Notas

[*] Este texto recoge la conferencia del autor en el 6º Congreso de la Red de Carreras de Comunicación Social y Periodismo de Argentina, La Plata, 15 y 16 de octubre de 2004. [volver]
[1] Benjamin, Walter. “El autor como productor” en Iluminaciones III. Tentativas sobre Brecht, Taurus, Madrid, 1998, pág. 117. [volver]
[2] Ford, Aníbal. “Aproximaciones al tema de federalismo y comunicación” en Landi, Oscar (comp.) Medios, transformación cultural y política, Legasa, Buenos Aires, 1987, pág. 69. [volver]
[3] Idem, pág. 75. [volver]

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