I. Introducción:

“En las democracias occidentales establecidas (…) se puede observar cada vez más la presunción de que la era de la política partidista ha terminado. Los propios partidos, que tiempo atrás se consideraban como garantes de la democracia, comienzan a estar pasados de moda”. [1]

Estas palabras bien podrían haberse escuchado de la boca de los numerosos analistas que observaron con cierta estupefacción los sucesos acaecidos en la Argentina durante los fatídicos días de Diciembre del 2001. Esa frase, también podría haber estado en la mente de numerosos ciudadanos que observaban absortos a través de los medios de comunicación aquello que comenzaba a instalarse en el imaginario social: la crisis de representación de los partidos políticos en Argentina.

Sin embargo, la reflexión que encabeza el presente artículo corresponde al politólogo inglés Peter Mair, en el que hace referencia al sistema político de su país. Es por ello que esta aseveración nos obliga a asumir la complejidad que presentan los partidos políticos en la actualidad y además, nos permite considerar a la crisis de representación como un problema universal.

Sin embargo, todas las promesas incumplidas de la democracia no han dado como resultado(al menos hasta ahora) el desprecio hacia la misma y la búsqueda de soluciones autoritarias para los problemas, pero ponen de manifiesto el quiebre de la legitimidad de la representación en la cual se basa la democracia. La frase “que se vayan todos“, situaba en su nivel más bajo la legitimidad de la representación política y mostraba disminuida la convicción de la sociedad acerca de la necesidad de los partidos políticos. Estos comenzaron a ser vistos como los grandes responsables del fracaso colectivo lo que evidenciaba una gran decepción de los ciudadanos que no los consideraba como mecanismos de representación ni órgano de gestión, sino aliado o cómplices del mercado, en perjuicio de la sociedad que los votó. [2] Para otros autores, la pérdida de la democracia como centro de decisiones sería lo que se ha perdido, mientras que crece la idea de que es afuera de la sociedad, particularmente en el mercado, donde se toman las decisiones que afectan a los habitantes. [3] Es en la brecha abierta entre lo que los ciudadanos demandan y el comportamiento efectivo de los partidos donde ha cobrado forma la crisis de la representación partidaria.

En el presente artículo, haremos alusión en primer lugar al escenario actual que presentan los partidos políticos, haciendo hincapié en aquellos rasgos que los han separado de la confianza de la ciudadanía. En segundo lugar, realizaremos un breve repaso por los aportes teóricos que han intentado dilucidar el proceso de transformación que viven actualmente los partidos políticos y que explican, en gran parte, la merma en la capacidad de generar expectativas en la sociedad con respecto a su funcionamiento e importancia. Finalmente, expondremos las reflexiones finales a las cuales hemos arribado.

II. El problema: los partidos políticos y sus crisis de representación

En el presente año 2005, la democracia argentina completó su más prolongado ciclo de vida. Sus veintidós años de existencia la transforman en una fase única dentro de la historia política del país. Llegado este punto, la pregunta por el saldo de este ciclo novedoso para nuestra vida institucional se vuelve inevitable.

Un primer balance de estas dos décadas nos habla de un régimen democrático legitimado, estabilizado, que ha sabido superar (no sin altos costos) la presencia de los generales y sus proyectos mesiánicos. Sin embargo, la democracia debió afrontar cuatro asonadas militares, dos momentos hiperinflacionarios, un endeudamiento espectacular del Estado, hiperdesocupación con la consecuente exclusión social, además de una crisis política inédita en el 2001.

Frente a tantos sucesos, en el país se siguieron desarrollando con normalidad elecciones competitivas, en las que los ciudadanos pudieron seleccionar desde sus preferencias distintos candidatos que lo prometieron todo. Sin embargo, la democracia recuperada luego de la última tormenta dictatorial fue incapaz, en sus dos decenios de vida, de ofrecer un conjunto de satisfacciones en el terreno de la distribución de la riqueza y el bienestar, dejando, consecuentemente, una extensa agenda de asuntos pendientes para gran parte de la sociedad. Es vasto el consenso acerca de un balance que nos habla de un déficit en sentido ético y republicano de nuestra clase política y de las instituciones, y un saldo negativo en las promesas de equidad y justicia distributiva.

Así surge de este cuadro dramático una pregunta inevitable: ¿qué calidad de democracia puede sostenerse por más tiempo si los derechos sociales y civiles faltan en la vida cotidiana de millones de argentinos?. ¿Cuál es el grado de responsabilidad que presentan los partidos políticos ante tamaña desventura?.

En principio, debemos afirmar que los partidos políticos son responsables de la distancia que ha alejado desde hace un tiempo a los ciudadanos de las elites políticas. los partidos políticos que gobernaron en los últimos años no lograron revertir, y ni siquiera moderar, las tendencias sociales y económicas iniciadas por la última dictadura militar. Este proceso se ha visto profundizado aún más en sociedades periféricas y subdesarrolladas, en donde la brecha social se ha ampliado y en donde los partidos políticos nunca llegaron a obtener una efectiva institucionalización, cuestión que ahonda la poca legitimidad del sistema democrático. Abal Medina, al referirse a la esencia de la crisis de representación sostiene que actualmente, existen

“sociedades que son difícilmente representables y organizaciones partidarias incapaces de hacerlo que generan en los electorados la apatía y el distanciamiento de la política…” [4]

Algunos autores [5] comienzan a poner en duda la viabilidad representativa de los partidos políticos. Alertan acerca de la desinstitucionalización de los sistemas de partido a partir de que los partidos políticos tendrían serios problemas para superar la crisis de representación. Observan un sistema abierto y fragmentado, consecuencia de la desconfianza y el rechazo hacia los partidos políticos. Se han reducido las distinciones ideológicas y se ha acrecentado la personalización del poder, lo que trae aparejado que el éxito de un partido político dependa de la suerte personal del líder. [6] Solamente el carisma se presenta como el único capital de legitimación de los políticos, ante la declinación de las ideologías y lealtades partidarias, cuestión que se traduce en la dispersión del electorado cautivo a través del aumento de la abstención y volatilidad del voto.

Por otra parte, los partidos políticos ya no encarnan el canal más adecuado para la representación política, muestran cierta incapacidad para decodificar las transformaciones de la realidad social. La creciente diferenciación social deriva en una segmentación de intereses que son imposibles de ser captados por los partidos políticos provocando que la política se convierta en el lugar más inadecuado para la expresión de tal diversidad de intereses. Las sociedades actuales estarían enfrentadas a un dilema de difícil resolución:

“se requiere eficacia del sistema político en el mismo momento en que éste no dispone de condiciones para serlo; la urgencia de las demandas ciudadanas no da tiempo para trabajar en una verdadera reforma de lo político”. [7]

Para Ines Pousadela, existen dos procesos [8] que afectan a los partidos políticos en Argentina. En primer lugar, estaríamos inmersos en un proceso de metamorfosis de la representación, es decir, un formato de representación está siendo sustituido por otro. En este sentido, lo que parece estar en vías de desaparición no son los partidos en sí, sino la forma que detentaban a partir de los cambios que estos están adquiriendo actualmente.

En segundo lugar, Pousadela sostiene que el terreno configurado por la metamorfosis de la representación constituye un terreno fértil para la emergencia de situaciones de crisis de representación. Este sería el segundo escenario, que en parte explicaría los sucesos del 2001 en Argentina. Esta idea de crisis hace referencia a la falla del lazo representativo por ausencia de reconocimiento de ese vínculo por parte de los propios representados. Si bien los representantes “son” de hecho representantes, no son, sin embargo, suficientemente representativos.

Juan Carlos Torre [9] por su parte pone en duda el amplio alcance de la crisis de representación porque según su observación, la misma tiene una envergadura diferente entre las distintas familias políticas del país (por ejemplo, el partido justicialista no ha dañado los vínculos con el electorado que representa).

Cuando Torre se pregunta por la naturaleza de la crisis, señala que una de sus causas estaría dada en la progresiva consolidación desde 1983 de una masa crítica de ciudadanos que poseen altas expectativas con respecto al sistema democrático. Este malestar con respecto a la calidad de representación que ofrecen los partidos políticos también se explica por los cambios operados en la cultura política de franjas significativas del electorado. Para Torre, estos cambios han puesto en circulación nuevas claves interpretativas dadas a partir de una redefinición de la relación entre representante y representado, que comienza a juzgar como inmorales e injustos aquellos comportamientos de los políticos que eran previamente considerados en algunos casos hasta tolerables.

Torre considera que desde la instauración de la democracia en Argentina, se han sedimentado en la estructura social un importante grupo de asociaciones que, desde sus prácticas, han colaborado a conformar esa nueva cultura política: desde los organismos de Derechos Humanos hasta las movilizaciones de grupos de ciudadanos exigiendo justicia, pasando por organismos que defienden los derechos del consumidor o la protección del medio ambiente y aquellos cuya actividad principal radica en el fomento de la participación cívica y el control de las acciones gubernamentales. Con el transcurrir de este proceso,

“a la visión del vínculo como una pura operación de autorización, sostenida por fuertes lazos de identidad entre representantes y representados, los movimientos de ciudadanos crearon las condiciones para una visión alternativa, basada en la demanda de la rendición de cuentas de los representantes de sus actos y sus promesas”.[10]

El fruto de este cambio cultural consistiría para Torre en una actual presencia de un electorado más exigente y más atento a las ofertas partidarias que ofrece la arena política. Contemporáneamente a este proceso, los partidos políticos se mostraron incapaces para planificar políticas públicas, al responder a presiones externas más que a los puntos del programa partidario presentado a los electores.

Finalmente debemos señalar que, como sosteníamos al principio, la pretensión de prescindencia de los partidos políticos parece ser una tendencia por la cual atraviesan también los sistemas políticos de otras latitudes. Peter Mair[11] sostiene que el Nuevo Laborismo de Tony Blair apunta a la marginación del partido, desplazándolo fuera del escenario político, por medio de un férreo control de todos los niveles de su vida interna. Al negar las disensiones internas, el Nuevo Laborismo busca la conformación de una democracia sin partidos. La tradición del sistema político británico se manifestaba con los siguientes rasgos:

“los partidos proponían programas alternativos a los votantes, y el partido que resultaba ganador recibía el mandato popular para aplicar su política, poniéndola en práctica el gobierno con la aprobación de un parlamento que disfrutaba de un mando sin disputa dentro del orden constitucional. La democracia británica era una democracia vertebrada por los partidos, y apoyada en la soberanía parlamentaria”. [12]

Este sistema político, que presentaba la relación entre ciudadanos y gobierno mediatizada por los partidos políticos y el parlamento, tiende a quedar en el pasado. Según Mair, Tony Blair no se plantea como meta fortalecer la democracia de partidos, sino que por el contrario, anticipa el establecimiento de una democracia despolitizada. Asimismo, el politólogo inglés alerta acerca del hecho de que dentro del Nuevo Laborismo sólo se puede oír una sola voz y la existencia de un creciente desdén hacia el partido y la militancia.

III. Los partidos políticos: entre la transformación y el desencanto

La ciencia política ha estudiado la forma que presentan la organización de los partidos, en donde podemos encontrar según Alan Ware [13] tres tradiciones. El primer modelo de organización responde al modelo de competición electoral, en donde el análisis se centra en el efecto generado por la competición con otros partidos que los empuja a adoptar tipos concretos de organización. El segundo tipo responde al modelo institucional, en donde se concede mayor prioridad a la dinámica que explica cómo se creó una organización y qué relación existe entre los diferentes elementos del partido. El tercer modelo que menciona Ware responde al modelo sociológico, que vincula la organización de los partidos políticos con el tipo de recursos con los que disponen.

A mediados de la década del 60, Otto Kirchheimer [14] conceptualizó a las nuevas características que comenzaban a presentar los partidos políticos como catch all party o partidos atrapa – todos. Estos intentan captar a todos los sectores de la población, poniendo énfasis en aspectos de su programa que los favorezcan y apelando a fines sociales que se sitúan más allá de intereses sectoriales. Consiste en un llamamiento amplio, cargado de postulados vagos y flexibles, intentando atraer el apoyo de diversas capas sociales. Los rasgos mencionados generan una creciente desideologización de los partidos políticos, cuestión que ha favorecido su ampliación. [15]

Este tipo de configuración partidaria, según Kirchheimer es observable en sociedades desarrolladas, en las cuales se ha alcanzado un alto nivel de bienestar económico y de seguridad social, cuestión que ha aplacado las diferencias de clase. Esta particularidad facilitaría la constitución de partidos atrapa – todos. En palabras de Kirchheimer, este tipo de partido,

“renuncia a los intentos de incorporar moral y espiritualmente a las masas y dirige su atención ante todo hacia el electorado; sacrifica, por tanto, una penetración ideológica más profunda a una irradiación más amplia y a un éxito electoral más rápido”. [16]

Estos partidos se convierten en productos que pueden ser intercambiables en el mercado electoral, al presentarse como estandarizado, ampliamente conocido y de uso general.

En este sentido, Cesar Tcach realiza una distinción: mientras en Europa los partidos atrapa todos surgieron paralelamente a la constitución de un estado alto de desarrollo económico, elevación de niveles de bienestar y atenuación de la perceptibilidad de las diferencias de clase, en América Latina el catch all party responde a otra realidad. Emerge de los restos del Estado de compromiso y es la expresión de su bancarrota, traducida en crisis y ajustes económicos y descomposición del sistema de estratificación y movilidad social. [17]

De hecho, el pasaje de un formato partidario basado en fracciones permanentes con un alto nivel de organización y provistas de componentes ideológico – políticos definidos, a otro apoyado en agrupaciones más laxas en lo organizativo y en lo ideológico, analizado por Kirchheimer, también es posible observarlo en la Córdoba de los años 60. César Tcach [18] observa que la UCRP va adquiriendo rasgos que lo acercan al formato de Catch all party. Hasta la mitad del siglo XX, es posible observar en el radicalismo cordobés características de un partido moderno tales como la exigencia de una carrera partidaria interna, la dependencia del gobierno con respecto al partido, el predominio del aparato organizativo y una disciplina partidaria pronunciada, con sanciones incluida. Dentro de la estructura partidaria, habían existido distintas fracciones del radicalismo cordobés, que se diferenciaban a partir de determinados preceptos ideológicos. Es a partir de fines de la década del 50 que este tipo de organización partidaria va manifestando algunas transformaciones. En un Congreso Provincial de 1959, se determinaría que las distintas fracciones deberían distinguirse por medio de los colores que presenten las boletas, dejando de lado lemas o emblemas distintivos.

Esta serie de novedades que desembocarían en un nuevo formato partidario, se vería reforzada por lo que Tcach denomina, un agotamiento biológico de una generación de políticos que habían tenido clara incidencia en la política cordobesa, por lo menos desde la década del 30. Además, a partir de la década del 60 comenzarían a ganar influencia en la UCRP de Córdoba, una serie de jóvenes militantes (los abogados César Angeloz, Víctor Martinez y Fernando de la Rúa) que pronto ocuparían espacios estratégicos y que profundizarían los cambios dentro del partido. El predominio de los parlamentarios por sobre los notables del comité en los comicios internos de 1963 comenzaría a delimitar la frontera entre el viejo partido moderno y la nueva organización partidaria. Todos estos cambios pueden ser interpretados

“como un punto de inflexión en el proceso que tendría como puerto la conversión de aquella vieja estructura partidaria basada en la preeminencia indiscutida de los comités y los punteros, en un partido electoral tipo catch all en el que la nueva elite acumulaba poder en base al reconocimiento personal generado por la función pública y lo concentraba detentando, simultáneamente, la dirección partidaria”. [19]

Por otro lado, autores como Bernard Manin [20] han señalado que los partidos políticos se han visto arrastrados por un proceso coetáneo de mutación de la representación política relacionado con el pasaje de la democracia de partidos a la denominada democracia de audiencia. A los fines de nuestra reflexión, nos referiremos sólo a las transformaciones provocadas por la denominada democracia de audiencia y sus efectos en la representación política. [21]

En este tipo de democracia, los políticos tienden a prescindir de los partidos políticos. Ya no necesitan de los programas partidarios ni de los militantes. La personalización de la política ha generado que los electores se inclinen a apoyar a líderes según su habilidad mediática y estos, por medio de los medios de comunicación, entran en contacto directamente con el electorado sin hacer uso de las redes sociales de los partidos.

Asimismo, la complejidad que ha ido adquiriendo el mundo contemporáneo durante el siglo XX, fruto de la creciente interdependencia económica, convierte a su vez a la política en algo absolutamente impredecible. Este nuevo contexto hace que los políticos no se comprometan a cumplir con programas detallados. Solo ofrecen al electorado cualidades personales y aptitudes para tomar decisiones, conformando solamente en capital político la confianza personal que puedan generar. En las democracias de audiencia existe una gran volatilidad electoral y en ellas adquiere una enorme importancia la oferta electoral, personalizada en las figuras de los candidatos. Al ser elegidos los representantes a partir de imágenes esquemáticas, tienen cierta libertad de acción una vez en el cargo. Por lo tanto, lo que conduce a su elección es un compromiso relativamente difuso que se presta necesariamente a varias interpretaciones.

Por otro lado, Manin hace referencia a que luego de los cambios vertiginosos en la estructura social, ninguna división socio económica o cultural es evidentemente más estable o importante que otras. Las líneas divisorias sociales y culturales son numerosas, se entrecruzan y cambian con rapidez. Son los políticos los que han de decidir cuál de esas divisiones será más eficaz y ventajosa para ellos, apareciendo como constructores de la escena y de las opciones políticas. En este nuevo esquema que propone este tipo de democracia, el electorado aparece como una audiencia que responde a los términos que se le presentan en el escenario político.

Según Manin, lo que es percibido como crisis de la representación no es otra cosa que la crisis de la forma particular de gobierno representativo surgida a fines del siglo XIX con los partidos de masas.

“Más que la sustitución de una elite por otra, lo que ha provocado la sensación de crisis es la persistencia, posiblemente incluso la agravación, de la brecha entre gobernados y la elite gobernante. Los actuales acontecimientos desmienten la idea de que la representación estaba destinada a avanzar cada vez más hacia una identidad entre gobernantes y gobernados”. [22]

A la hora de establecer cuál sería el tipo partidario propio de la democracia de audiencia, se sostiene generalmente que el nuevo formato de representación se caracteriza por la disolución de todo aquello que caracterizaba al precedente. No habría un único formato partidario que resulte propio de la democracia de audiencia. La abundancia de nuevas propuestas de conceptualización parece deberse al simple hecho de que la disolución del viejo formato de representación ha originado la diversificación de experimentos partidarios en busca de adaptación a las nuevas condiciones. [23]

Manuel Antonio Garretón señala que en las últimas décadas, el panorama político a escala mundial se ha visto alterado por la emergencia de la tecnocracia política y el desarrollo de los medios de comunicación que generan que el sistema político interpele a los electores en tanto consumidores y no como actores políticos participativos. Estos hechos son los que, para algunos analistas, provocarían el debilitamiento de los lazos entre los partidos políticos y la sociedad civil. Por ello, el sociólogo chileno sostiene:

“Más que el autoritarismo y la presencia de otros regímenes no democráticos, el gran riesgo es la irrelevancia de las democracias frente a los poderes fácticos y la descomposición de las instituciones estatales y las estructuras de acción colectiva”. [24]

Sin embargo, y esta es la principal conclusión de Garretón, no se conoce un mejor sistema de representación que los partidos políticos, ya que han demostrado ser protagonistas claves en los procesos políticos de las sociedades democráticas. La función esencial de los partidos políticos, esto es, articular las diversas demandas de la sociedad y trasladarlas a la arena política, pareciera ser insustituible. Así quedó demostrado a través del debut y despedida de las denominadas Asambleas barriales nacidas al calor de los sucesos del 2001. Fueron varios los factores [25] que conformaron un bloqueo fundamental para el desarrollo de una estrategia política fundada en la autonomía. A partir de una concepción romántica y a veces ingenua de la autonomía, fracasaron al no poder presentar reales alternativas a la ciudadanía. Inclusive, las asambleas terminaron con frecuencia entregándose a las estrategias de coordinación y unificación de los partidos políticos porque ofrecían al menos una aparente fortaleza y materialidad. Los participantes de las Asambleas pronto advirtieron que para trascender el espacio local debían confiar en estrategias de representación que ellos mismos repudiaban. [26]

Así, la función de los partidos políticos pareciera ser indispensable, y, mientras la democracia sea representativa, se necesitarán vehículos de representación, y los partidos políticos son los únicos que pueden realizar tal función. Inclusive, la ausencia de partidos políticos produciría males mucho más profundos. Es por ello que Pousadela sostiene que

“…los partidos, cada vez más diversos en cuanto a sus formatos y peculiares combinaciones de rasgos heterogéneos, indudablemente siguen en pie. Todo lo que se puede afirmar en ese sentido es, entonces, que los partidos, al igual que las dinastías, no desaparecen con la muerte de uno de sus exponentes(tales como el extinto y llorado partido de masas) sino que se perpetúan con la entronización de su sucesor”.

En síntesis, estaríamos observando un doble proceso: transformación de los viejos partidos y surgimiento y proliferación de partidos con rasgos novedosos. Estos últimos están centrados en personalidades, algunas de carisma mediático, otras, representantes de saberes técnicos considerados de valor; asentadas todas ellas, sin excepción, en el lazo de confianza generado con la ciudadanía devenida audiencia.

IV. Reflexiones finales

Juan Abal Medina [27], haciendo un balance acerca de la experiencia de los partidos políticos en Argentina, sostenía que el funcionamiento de los mismos es perfectible con el paso del tiempo. Cuanta mayor capacidad tenga la ciudadanía de controlarlos, mejor será su desempeño. Es posible resaltar algunos aspectos positivos de dicha experiencia: existencia de varios liderazgos; creciente búsqueda de acuerdos políticos genuinos; la percepción de la necesidad de capacitar y formar a dirigentes; creciente participación de las mujeres como elemento de cambio y renovación y creciente voluntad ciudadana de participar en lo político a través de la opinión, la crítica o el control. Sin embargo, el nuestro, es un tiempo de cambios y trasformaciones, y los partidos políticos son las instituciones de la política que en gran medida están inmersos en esta mutación general. Sin embargo para varios autores, a pesar de que los partidos políticos estén generando cierta incertidumbre, esto no significa que exista una crisis de lo político.

Para finalizar, quisiera referirme a un reciente artículo de Luis Alberto Romero [28], en donde realizaba un balance acerca de los veinte años de democracia en nuestro país. En dicho escrito, Romero consideraba que en nuestra reciente democracia, se observaban tres déficit en la clase política. Un déficit de vigilancia, provocado por el gradual avasallamiento de las instituciones republicanas, y en particular de la división de poderes. Los excesos del Poder Ejecutivo avanzaron porque los que debían velar por su control (la justicia y el parlamento), no lo hicieron. Un déficit de debate, que implica que se estableció un modo de conducta en el que el debate de opciones o alternativas debía ser evitado o postergado, dada la urgencia de ciertas decisiones. Esta falta pareciera reforzarse a partir de una elite política poco preparada para afrontar discusiones complejas. Asimismo, aquellas decisiones que podían dividir a sectores de la sociedad, en lo posible eran evitadas. Para Romero, la adopción sin mayores críticas del modelo neoliberal, es un ejemplo concreto de déficit de debate. Por último, un déficit de conducta, manifestado a través de la conformación de corporaciones por parte de los políticos, tendientes a perpetuarse en la función pública sin importar los medios.

Sin embargo, Romero resalta la afirmación de que si la crisis política vivida en la Argentina reciente tomó ribetes escandalosos, es porque también gran parte de la ciudadanía es cómplice de tal situación. En palabras de Romero,

“los políticos acusados repitieron, en su escala y con los medios a su alcance, conductas que son habituales en esta sociedad, largamente acostumbrada a organizarse en corporaciones para vivir, de alguna manera, a costa del estado. Convertir a los políticos en el chivo expiatorio de la crisis fue a la vez un acto de ingenuidad y de hipocresía”. [29]

Estas ideas están en sintonía con una aseveración hecha hace poco tiempo por Tulio Halperin Donghi en donde manifestaba que “la sociedad argentina es escéptica en todo, salvo sobre ella misma: es siempre la víctima inocente de calamidades en las que nunca tuvo nada que ver”. [30] Creo que esta última observación, (acertada por cierto) es la que no debemos perder de vista para que entre todos los ciudadanos, a través de una activa participación, contribuyamos a solidificar un sistema que no sin altos costos se logró instaurar en Argentina.

Bibliografía

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WARE, Alan: Partidos Políticos y sistemas de partios. Madrid. Editorial Istmo. 2004.


Notas

[1] MAIR, Peter: “Democracia sin partido”. New Left Review. Nº 3. Madrid. 2000. Pág. 159. [volver]

[2] PORTANTIERO, Juan Carlos: “Los desafíos de la democracia. El sistema político argentino frente a la crisis de representación”. Revista Todavía. Pensamiento y cultura en América Latina. Nº 2. Publicación de la Fundación OSDE. Septiembre de 2002.[volver]

[3] GARRETÓN, Manuel Antonio: “¿Polis ilusoria, democracia irrelevante?. La necesidad de reconstruir comunidades histórico – morales, socioeconómicas y políticas.”Revista Todavía: Ob. Cit.[volver]

[4] ABAL MEDINA, Juan: Los partidos políticos, ¿un mal necesario?. Buenos Aires. Editorial Capital intelectual. 2004. Pág. 44.[volver]

[5] MARTINAT, Francoise: “Crisis de la representación y nuevas ciudadanías: los casos de Colombia, Argentina y Venezuela”. CHERESKY, Isidoro – BLANQUER, Jean Michel (comps): ¿Qué cambió en la política argentina?. Elecciones, instituciones y ciudadanía en perspectiva comparada. Editorial Homo Sapiens. Rosario. 2004.[volver]

[6] Inclusive los políticos en algunos casos han creado sus propias organizaciones partidarias para competir en elecciones, tal como lo ha mostrado Francoise Martinat con relación al caso de Colombia, en donde Álvaro Uribe compitió en elecciones presidenciales con su partido Primero Colombia. Ibídem. [volver]

[7] Ibídem. Pág. 290. [volver]

[8] Existe un problema de definición acerca de los partidos políticos. Todas las definiciones se muestran deficientes como criterios definitorios. Las definiciones no alcanzan a capturar la esencia de los partidos políticos. POUSADELA, Inés: “Los partidos han muerto. ¡Larga vida a los partidos!”. CHRESKY, Isidoro – BLANQUER, Jean Michel (comps): Ob. Cit. [volver]

[9] TORRE, Juan Carlos, “Los huérfanos de la política de partidos. Sobre los alcances y la naturaleza de la crisis de representación partidaria”, Torcuato Di Tella – Cristina Lucchini (coord.), Sociedad y Estado en América Latina. Conceptos teóricos y transformaciones históricas. Buenos Aires. Editorial Biblos – Fundación Simón Rodríguez. 2005. [volver]

[10] Ibídem: Pág. 150. [volver]

[11] MAIR, Peter: Ob. Cit. [volver]

[12] MAIR, Peter: Ob. Cit. Pág. 155. [volver]

[13] WARE, Alan: Partidos Políticos y sistemas de partidos. Madrid. Editorial Istmo. 2004. [volver]

[14] KIRCHHEIMER, Otto: “El camino hacia el partido de todo el mundo”. LENK, Kurt – NEUMAN, Franz (eds.), Teoría y Sociología críticas de los partidos políticos, Editorial Anagrama, Barcelona, 1980. [volver]

[15] Esta amplitud es difícil de ser alcanzada por partidos políticos pequeños y sectoriales como el Partido de la Democracia Cristiana italiana, cuya ideología excluye por definición a los no creyentes, cuestión que se constituye en un factor limitativo. [volver]

[16] KIRCHHEIMER, Otto: Ob. Cit. Pág. 331. [volver]

[17] TCACH, César: “En torno al catch all party latinoamericano”. GARRETÓN, Manuel: Los partidos y la transformación política de América Latina. FLACSO, Chile. 1993. [volver]

[18] TCACH, César: “Radicalismo y catch all party: del partido de masas al partido electoral”. Revista Política y Gestión. Nº 4. universidad Nacional General San Martín. Editorial Homo Sapiens. Rosario, 2003. [volver]

[19] TCACH, César: “Radicalismo y catch all party…”, Ob. Cit, p. 102. [volver]

[20] MANIN, Bernard: Los principios del gobierno representativo. Madrid. Editorial Alianza. 1998. [volver]

[21] Democracia parlamentaria: en cuanto a la representación, establecía una relación directa e individual(dado el reducido cuerpo electoral) entre representante y electores. El denominado partido parlamentario, estaba constituido por una serie de asociaciones locales conducidas por algún notable que lo financiaba. Modelo partido de masas: está relacionado con la ampliación de la ciudadanía política. La estructura organizativa adquiere densidad y complejidad institucional (se genera una fuerte estructura piramidal en cuyo vértice superior se encuentra la dirección nacional del partido). Para su funcionamiento, adquiere importancia la militancia. En cuanto a la representación política, pierde su condición de confianza personal (propia de los partidos de notables) y adopta la nueva forma de representación de intereses. La representación comienza a reflejar la estructura social. ABAL MEDINA, Juan: Los partidos políticos… Ob. Cit. [volver]

[22] MANIN, Bernard: Ob. Cit. Págs. 284 y 285. [volver]

[23] Una de las recientes conceptualizaciones de los partidos políticos fue enunciada por los politólogos Peter Mair y Katz al referirse a los denominados Partidos cartel. Según Alan Ware, este tipo de partido se caracteriza por la interpenetración de partido y Estado y por un modelo de connivencia entre partidos, a partir de la posibilidad existente de poder usar determinados recursos para mantenerse y evitar que surjan partidos nuevos. WARE, Alan: Ob. Cit. Pág. 177. [volver] [volver]

[24] GARRETÓN, Manuel Antonio: “Política, partidos y sociedades en la época contemporánea”, CHERESKY, Isidoro – POUSADELA, Inés (comp.): Política e instituciones en las nuevas democracias latinoamericanas. Buenos Aires, Paidós, 2001.Pág. 373. [volver]

[25] Entre los factores internos podemos mencionar: dificultades para la negociación de las diferencias; para establecer relaciones de respeto y confianza entre los participantes, indispensables para instalar una verdadera dinámica horizontal; para reconocer y superar las desigualdades de los asambleístas, a partir del carácter radicalmente abierto e igualitario de la Asamblea; para afrontar los ataques externos. Entre los factores externos: las asambleas no construyeron formas sólidas y efectivas de coordinación Inter. – asamblearias de carácter general; dificultades para organizar formas de cooperación en gran escala e incapacidad para crear procedimientos e instituciones de nuevo tipo. ADAMOVSKY, Ezequiel: “El Movimiento asambleario en la Argentina. Balance de una experiencia”. El Rodaballo. Revista de política y cultura. Buenos Aires. Ediciones El cielo por asalto. Año X. Nº 15. Invierno de 2004. [volver]

[26] Martinat también hace referencia a que los diversos movimientos sociales no han podido establecer aún una verdadera alternativa política que sustituya a los partidos políticos. Tampoco han tenido la capacidad de impulsar nuevos dirigentes, como lo demostró la última elección presidencial en Argentina, en donde ningún candidato importante provino de los movimientos piqueteros. MARTINAT, Francoise: Ob. Cit. [volver]

[27] ABAL MEDINA, Juan: Ob. Cit. [volver]

[28] ROMERO, Luis Alberto: “Veinte años después: un balance”. NOVARO, Marcos – PALERMO, Vicente(comp.): La historia reciente. Argentina en democracia. Buenos Aires. Editorial Edhasa. 2004. [volver]

[29] Ibídem: Pág. 281. [volver]

[30] Ñ. Revista de Cultura. Año II. N 87. 2005. Pág. 8. [volver]

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