La dinámica del futuro es absurda
Cristian Ferrer

En la pretensión de legitimidad a la autoridad por parte de los gobernantes y en la creencia en esa autoridad legítima por parte de los gobernados, hay aquí siempre una distancia, insalbable, trágica, conflictiva, siempre presente.

Cuando esa distancia se ensancha, se producen quiebres y crisis. Tanto los representantes como los representados debemos saber que el consenso no es un absoluto, que el bienestar de todos como fin del Estado, encierra una utopía y una tensión tanto como las categorías de libertad e igualdad.

Los cacerolas son expresión del descontento. Ese descontento ¿tiene que tener un progreso?, ¿tiene que tener una utilidad?, ¿debe terminar en el “que se vayan todos”? Si no es, ¿así fracasa como protesta? No daría una respuesta afirmativa a estas preguntas.

Ahora bien, en la actualidad, ¿ es posible encontrar salidas alternativas a la crisis en actores sociales reflexivos de las nuevas dinámicas socioeconómicas, donde vuelven a tener control sobre sus propias fuerzas y sobre las condiciones históricas?. O por el contrario, ¿ el peso que la sociedad atribuye a la estructura de corrupción del neoliberalismo, causante del quiebre del sector productivo y social, se revela como un fetiche ajeno y opresor al quehacer socialmente compartido, y por lo tanto, dificulta el delineamiento de una salida común a la crisis? En sintesis ¿puede haber una reflexión democrática en las sociedades capitalistas después de las cacerolas?

Sin dudas hay que dimensionar y repensar la “crisis de representatividad”.

Si comenzamos a pensar que no existe una relación lineal entre modernización tecnológica, globalización, FMI y desocupación, sino que ésta es producto de relaciones sociales y políticas. Las comunidades, están habilitada a dialogar y debatir. Tienen la capacidad de comprender los cambios tecnológico que se produzca y manifestarse acerca de las condiciones sociales que considere necesarias. Cabe pensar aquí que el estado actual de la estructura de corrupción y la percepción de la misma como responsable del desempleo es un problema porque presupone la autonomía del Mercado y, en tal sentido, oculta la racionalidad económica del actor que toma las decisiones y tiene el poder (no tanto la legitimidad social) de imponerlas. En otro sentido, pensar el estado actual de la estructura de corrupción como “no necesario” y, por lo tanto, modificable, nos habla de la posibilidad de debates políticos.

La Globalización y la Sociedad de la información se nos presentan como el factores claves del desarrollo económico, poseedores de objetivos de democratización de las relaciones sociales y de recuperación de la fase de bienestar social teniendo como pilares a la liberalización, la competitividad y la flexibilidad. Haciendo caso a esto las políticas de los estados nacionales empiezan a diluirse y solamente tienen que hacer un ejercicio de gestión que evite descarrilarse del camino ya trazado por el pensamiento único o neoliberal. De esta manera, la acción política que se presentaba como una tensión entre la fiesta y el cálculo (Schumcler 1997) se resuelve por la segunda opción.

La “gestión sin utopía”, esa gestión que no convoca a la autoreflexión, que es pura instrumentalidad y racionalidad sólo de medios, en este caso particular toma la forma de sociedad de la información constituyéndose en el formato de la civilización. Ahora ¿cuál es el camino a seguir para lograr el camino de una hermenéutica de la política.

A partir de las cacerolas, hay un resurgimiento de dejar atrás a la política como una “caja negra”. Se concibe a la política como causalidad social donde el estado es pasivo y depende del dinamismo que le es impuesto desde afuera. Recibe inputs que tiene que resolver y esa resolución es la que se puede medir con la decisión adoptada o una causalidad política, donde importan los impactos de una determinada política estatal y se considera cerrada toda otra influencia significativa fuera de la política estatal y conteniendo una estrecha definición de los impactos.

Ahora, si convocamos a una hermenéutica de la política que centre el análisis en un proceso social para acceder al conocimiento sobre el estado y la sociedad, se empieza a vislumbrar que las respuestas no pueden analizarse como neutrales ni automáticas, sino que aparece una construcción social de la “cuestión” realizada por actores disímiles.

¿Quién ha decidido el camino de la política y quién sabe lo que conviene decidir? Saber y Poder dos caras de la misma cuestión.

La política como problema y pregunta. ¿Cómo aparece el lugar del Estado y la Sociedad como poder práctico y político? Se trata de una pregunta que sigue resonando porque la política ha pasado a ser dominio de los que saben, ámbito donde sólo pueden opinar los expertos, que han encapsulado esos saberes para sí, diluyéndose de esta manera la idea de democracia. Ahora no es posible pensar en un consenso, en un diálogo, en la esfera de lo público, pese a que se trata de una esfera que a todos pertenece y que tiene por condición ser transparente y libre.

¿Cómo operó la construcción social de la cuestión de la política, “quién la reconoció como problemática, cómo se difundió esa visión, quién y sobre la base de qué recursos y estrategias logró convertirla en cuestión?”[1] son las preguntas que llevan a deconstruir la “caja negra de la política”. Es entonces, a partir de la toma de posición, o no, del Estado y de otros actores sociales, donde cada práctica refleja una determinada estrategia de acción. Ahora, los actores intervinientes no son estancos ni homogéneos, sino que se generan procesos internos a cada uno de ellos, a partir de lo cual se “van redefiniendo los términos de una cuestión, así como también se van modificando los atributos y formas de agregación y representación de los actores, lo cual plantea el problema de especificar cuidadosamente los criterios empleados para definirlos”.[2]

Concluyendo, no podemos tomar a la política simplemente como una herramienta que sirva a quienes la usan, y como avalorativa, porque no es indiferente a la variedad de fines para los que puede ser utilizada. Tampoco resulta indiferente en cualquier contexto social y nada nos dice que se muestre como universalmente “racional” o “válida”. Que hoy un tipo de modelo político se haya automatizado y reglado, no quiere decir que no exista un entramado de relaciones sociales dentro de él y que en cada punto de esa trama sea necesario lleva a cabo elecciones culturales donde el Estado y la Sociedad pueden pueden participar en la búsqueda de interacciones emancipadoras.

“La política es un campo de mediaciones y como tal debe moverse y contener formas heterogéneas de respresentación, de ampliación de la ciudadanía. Pero a pesar de su enerme importancia, la represetnación no es una palabra mágica ni un bálsamo sanador: se constituye a través de conflictos y nunca podrá ser asimilada al logro de una total transparencia en el vínculo entre el representante y el representado. La política se constituye como una escisión, como un desdoblamiento de la sociedad dentro de sí misma que nunca podrá encontrar un pounto de fusión exacto. Pero, además, existe en el mundo humano la dimensión de lo irrepresentable. Y a veces, un hecho o fenómeno político toma forma irrumpiendo por sorpresa, desde afuera del horizonte discursivo vigente en un momento dado” [3]

Notas:

[1] Oslak Osvaldo y O’Donnell Guillermo (1995), “Estado y políticas estatales en América Latina: hacia una estrategia de investigación”, en : REDES, Nº 4, Editorial de la UNQ, Buenos Aires

[2] Ibid 2.

[3] Landi Oscar (2002), El Secreto y la Política, mimeo, pág. 10.

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