Introducción [*]

La política ha sido y es estudiada de muchas maneras diferentes y desde perspectivas muy disímiles. Básica – y superficialmente quizás – la política puede ser comprendida o bien como una actividad que tiende al acuerdo y al consenso, o bien como una práctica que resalta los aspectos más conflictivos de la vida en sociedad. En el primer caso, se puede ubicar a teorías políticas como la teoría liberal desde el contractualismo clásico hasta sus versiones más modernas y las teorías de la democracia deliberativa. En la segunda posición se encuentran, desde la clásica postura schmittiana tratada en este trabajo, hasta las teorías posestructuralistas contemporáneas que entienden que el conflicto en política sólo puede tener una solución hegemónica basada no el consenso, sino en algún tipo de articulación política que no necesariamente está basada en un acuerdo.

Al mismo tiempo, la política puede ser entendida como la expresión de conflictos entre identidades o discursos pre-establecidos. Es decir, los sujetos o agentes de la política se enfrentan en un determinado espacio, pero con identidades que se constituyen previamente en relación al mismo conflicto. Esta postura esencialista puede ser achacada tanto a versiones del marxismo ortodoxo, en el cual las identidades de clase no se constituyen en la lucha política misma, sino en una instancia previa en relación a la propiedad de los medios de producción; pero también a las posturas de algunas perspectivas liberales que plantean al individuo como un átomo que tiene una identidad previa a cualquier interacción social. [1]

Este trabajo se propone repasar la concepción de lo político en tres autores que parten de presupuestos totalmente diferentes y mostrar que, a pesar de esta diferencia, es posible rastrear una misma lógica de la política en las tres posturas. En este sentido, se presentarán en primer lugar las concepciones de lo político en Carl Schmitt, Hannah Arendt y Anthony Downs; para luego presentar la similitud que plantea su análisis. El hilo conductor, o mejor dicho los hilos conductores que hacen que tres conceptos de lo político puedan reducirse a una lógica de la política son la contingencia que caracteriza a lo político, la base conflictiva que tiene la misma, y por último, el papel fundamental que le otorgan tanto Schmitt como Arendt y Downs a la política: el de dar forma a la vida en sociedad.

Lo político en Schmitt

Schmitt comienza su trabajo más conocido preguntándose por la esencia de lo político. En primera instancia lo distingue de lo estatal; criticando la equiparación de lo político con lo estatal y de lo estatal con lo político. Con el advenimiento de la sociedad de masas, dice Schmitt, el Estado y la sociedad se interpenetran mutuamente y los espacios que antes se consideraban políticamente neutrales – religión, cultura, educación, economía – dejan de serlo. Rescatando las transformaciones del rol del Estado con la sociedad de masas “surge un Estado total basado en la identidad de Estado y sociedad, que no se desinteresa de ningún dominio de lo real y está dispuesto en potencia a abarcarlos a todos” (Schmitt: 1932, 53). Lo político entonces debe diferenciarse de lo estatal y de lo social, para luego encontrar “una serie de distinciones propias últimas a las cuales pueda reconducirse todo cuanto sea acción política en un sentido específico” (56). Lo mismo sucede con la política de partidos. Esta no debe confundirse como el rasgo esencial de lo político (62), dado que sólo es la expresión de ciertos particularismos.

La especificidad de lo político en Schmitt es la posibilidad de distinguir entre amigo y enemigo. Esta distinción funcionará como un criterio que permitirá separar lo político de lo no-político. Como criterio será autónomo, en la medida en que no deriva de ningún otro criterio y no se funda en otras esferas para darse una identidad. La lógica amigo/enemigo lleva adelante la misma polarización que las dicotomías bueno y malo, bello o feo, etc. Es decir, los polos amigo y enemigo marcan “el grado máximo de intensidad de una unión o separación” (57). La intensidad de la relación amigo-enemigo dependerá de la presencia del otro, del extraño; y, en última instancia, cabe la posibilidad de que surja un conflicto con este otro que no puede ser resuelto por las normas vigentes o por la decisión de un tercero imparcial (57). Lo político tiene entonces como categoría central la presencia de un antagonismo que debe ser público (59). Este carácter público viene dado, según Schmitt, por la condición ontológica de la distinción amigo/enemigo. Para este autor, la distinción no es una ficción, o una metáfora, o una realidad simbólica, sino que implica la posibilidad real de desaparición física: “es constitutivo del concepto de enemigo el que en el dominio de lo real se dé la eventualidad de una lucha.” (62) El carácter ontológico de la distinción amigo/enemigo tiene entonces un carácter constitutivo. [2] Esto no implica, sin embargo, que el objetivo de la política sea la guerra. Esta última es el presupuesto que determina de una manera peculiar la acción y el pensamiento humanos y origina una conducta específicamente política (64).

Lo particular de este concepto de lo político es que todo antagonismo – ya sea religioso, cultural, moral, jurídico o económico – puede llegar a entenderse como una confrontación política. Una guerra por motivos “puramente” morales o religiosos o económicos es un contrasentido. Toda guerra presupone el tomar una decisión fundamental previa: aquella que decide quién es el enemigo, es decir supone una decisión política. Todo antagonismo se transforma en político cuando consigue agrupar de un modo efectivo a las personas en términos de amigo/enemigo. Esto es lo que sucede con el término marxista de clase, que deja de ser algo puramente económico en el momento en que alcanza el punto de tratar al adversario de clase como un enemigo (67). Lo político puede “extraer su fuerza” de los diferentes ámbitos de la vida humana, sus motivos pueden ser de índole religiosa, económica, cultural, etc. Pero la agrupación política en términos de amigo/enemigo será la agrupación constitutiva, en palabras de Schmitt:

La agrupación real en amigos y enemigos es en el plano del ser algo tan fuerte y decisivo que, en el momento en que una oposición no política produce una agrupación de esa índole, pasan a segundo plano los anteriores criterios “puramente” religiosos, “puramente” económicos o “puramente” culturales, y dicha agrupación queda sometida a las condiciones y consecuencias totalmente nuevas y peculiares de una situación convertida en política, con frecuencia harto inconsecuentes e “irracionales” desde la óptica de aquel punto de partida “puramente” religioso, “puramente” económico o fundado en cualquier otra “pureza” (68).

La política puede así extraer su fuerza de otras esferas, pero no se puede dar el recorrido contrario. No se puede “economizar la política”, por ejemplo. La realidad política no se rige por otros órdenes sino que “el dominio de la moral, del derecho, de la economía y de las normas poseen siempre y sólo un sentido político concreto” (101). De este modo, lo político como la toma de la decisión sobre la identidad del enemigo puede moldear o dar forma a otros ámbitos de la vida de una agrupación. La política pasa a ser la esfera que potencialmente puede dar sentido a las demás dado que es la que funda la existencia de la agrupación como tal al definir la existencia de un otro. Previo a esta decisión no hay agrupación posible. El punto de emergencia de un grupo puede ser alcanzado a partir de cualquiera de las esferas, pero “la política ha sido, es y seguirá siendo el destino” (105). Lo político es autónomo y capaz de generar la politización de otras esferas y fundar la existencia de una comunidad como tal. De esta forma, la política otorga sentido a los otros dominios de lo social. [3]

La política en Arendt

Si para Schmitt la decisión sobre la identidad del enemigo era la clave para entender la existencia de cualquier agrupación humana, para Arendt lo que debemos buscar son los aspectos de la condición humana que permanecen a pesar de las contingencias.[4] Si en Schmitt lo contingente marcaba la existencia de cualquier agrupación ya que la decisión fundamental podía emerger a partir de cualquier percance en otras esferas no políticas, para Arendt debemos luchar en contra de lo accidental. Esto no quita que en este trabajo se argumente que la política también tiene un grado de contingencia en esta autora.

Arendt encuentra que las tres actividades humanas fundamentales son: labor como “la actividad que corresponde al proceso biológico del cuerpo humano”; trabajo como “la actividad que corresponde a la innaturalidad de la existencia humana” y que “provee un mundo ‘artificial’ de cosas”; y la acción como “la única actividad que se desarrolla directamente entre hombres sin la intermediación de cosas o materia” y que “corresponde a la condición humana de pluralidad” (Arendt 1958, 7). El concepto de vita activa designa a estas tres actividades humanas. De las tres, la acción es la actividad fundamental e implica entregarse a la fundación y preservación del cuerpo político (9)[5]. Actuar implica, además, la capacidad de comenzar algo nuevo, de tomar la iniciativa. La acción es “incondicionada; su impulso surge del comienzo que entró en el mundo cuando nacimos y al que respondemos comenzando algo nuevo por nuestra propia iniciativa.” (Arendt, 1957, 103) Al mismo tiempo, la acción es diferente de la labor y el trabajo. La labor, no tiene ni principio ni fin, es un movimiento cíclico. El trabajo, tiene principio y fin. Su resultado es reversible, una vez que se termina de fabricar un producto se puede destruirlo sin más. La acción, si bien tiene un principio definido, nunca tiene un fin predecible. Nunca podemos estar seguros de conocer todas las consecuencias de nuestras acciones.

Mientras la labor y el trabajo no necesitan de otro para llevarse a cabo, la acción es enteramente dependiente de la presencia constante de otros (Arendt 1958, 23). Es decir, actuar es tomar la iniciativa para relacionarse con otro y hacer frente a la irremediable condición de pluralidad que caracteriza a lo humano. Es abrirse al otro, de manera no violenta, y “encontrar la palabra justa en el momento apropiado” (26). Basándose en la concepción griega de la polis, Arendt entiende que vivir políticamente “significaba que todo era decidido a través de palabras y persuasión y no a través de la fuerza y la violencia” (Arendt 1958, 26). Acción y discurso están así “conectados específicamente con el hecho de que vivir siempre significa vivir entre los hombres, vivir entre los que son mis iguales” (Arendt 1957, 103).

Ahora bien, si conjugamos estas dos características de la acción, la imprevisibilidad de sus consecuencias y la dependencia de la presencia de otros para poder actuar, se puede entrever lo que la vida en común depararía a las personas. La condición humana sería una condición de extraordinaria fragilidad y falta de fiabilidad (105). Como explica Arendt: “Dado que siempre actuamos en una red de relaciones, las consecuencias de cada acto son ilimitadas, toda acción provoca no sólo una reacción sino una reacción en cadena, todo proceso es la causa de nuevos procesos impredecibles” (105-6). Nunca se puede saber realmente lo que se está haciendo. A esta imprevisibilidad se le debe sumar la irreversibilidad de la acción, “no tenemos ninguna posibilidad de deshacer lo que hemos hecho”. (106). Esto sería insoportable si no fuera porque existe el remedio: en contra de la irreversibilidad existe la facultad de perdonar, en contra de la imprevisibilidad la facultad de hacer y mantener promesas. Estas dos facultades son la forma en que Arendt pretende luchar en contra de la contingencia a la que está sometida la acción humana.

La imprevisibilidad de la acción es el tema con el que Arendt comienza su trabajo “Sobre la violencia”. Si bien la violencia es una acción diferente a la descripta anteriormente – dado que es una acción instrumental, es un medio para un fin y no un fin en sí misma – sus resultados van siempre más allá de quien actúa. El papel de la imprevisibilidad en el caso de una acción violenta como la de la amenaza nuclear, por ejemplo, sería fatal. Es alrededor del tratamiento que da Arendt a la violencia donde este trabajo se situará para rastrear su concepción de lo político.

La discusión sobre el tema de la violencia lleva directamente a Arendt a discutir el problema del poder. El argumento que presenta la autora niega, en primer lugar, que la violencia sea la más clara manifestación del poder. Este presupuesto equivocado tuvo como consecuencia que el poder haya sido considerado en la teoría y la filosofía política como la eficacia del mando o como un tipo de violencia mitigada (Arendt 1973, 139-40). Ante esta postura Arendt plantea que desde la filosofía política clásica en adelante hubo otras versiones de lo que se entendía por poder, que no se basaban en la relación mando-obediencia. En la teoría política clásica, obediencia significaba en realidad apoyo “a las leyes a las que la ciudadanía había otorgado su consentimiento” (143). Es decir, desde el punto de vista arendtiano es el apoyo del pueblo el que presta poder a las instituciones de un país. Apoyo que deriva – “es una prolongación”, dice Arendt (143) – del asentimiento original que dio lugar a la existencia de la ley. Esto es incomparable con la obediencia inmediata que provoca una acción violenta – “la obediencia con la que puede contar un delincuente cuando me arrebata la cartera con la ayuda de un cuchillo o cuando roba un Banco con la ayuda de un pistola” (143).

La fuerza de este apoyo dependerá entonces del número, de la cantidad de ciudadanos que den conformidad hacia la norma estatuida. El poder siempre depende del número porque necesita del número. La violencia sólo depende del instrumento con que se lleva adelante. Separando analíticamente el poder de la violencia, pierde jerarquía la idea de que, en política, la pregunta crucial es quién manda a quién (146). Sólo después de abandonar la perspectiva de la política como dominio “aparecerán, o más bien reaparecerán en su auténtica diversidad los dato originales en el terreno de los asuntos humanos” (146). Es decir, una vez que se deje “de reducir los asuntos públicos al tema del dominio” (146) aflorará la condición humana en su más pura expresión. Esto tiene consecuencias importantes para el argumento que se intenta presentar aquí. Si la política no debe verse como dominio, se debe erradicar la idea de que la violencia es el último recurso para mantener el poder. El poder deja de ser en Arendt la fachada de la violencia o “el guante de terciopelo que, o bien oculta una mano de hierro o resultará pertenecer a un tigre de papel” (149). Detrás de la violencia siempre debe existir poder, es más, “todo depende del poder que haya tras la violencia” (151). Cuando las órdenes ya no son obedecidas, los medios de violencia ya no tienen ninguna utilidad y la obediencia deja de darse por el mando y pasa a darse por la opinión y por el número de los que la comparten (151). Arendt da el ejemplo de una revolución. En este caso se da una situación de violencia contra violencia en la cual el gobierno tendrá superioridad por el monopolio de las armas. Sin embargo, cuando el gobierno comienza a perder poder, las órdenes dejan de ser obedecidas y una lógica diferente comienza a imponerse, las armas dejan de hablar, se pierde la posibilidad de actuar instrumentalmente (149-150).

El poder es entonces la variable fundamental. Recordemos que el poder para Arendt “corresponde a la capacidad humana, no simplemente para actuar, sino para actuar concertadamente” (146). Como actuar concertadamente implica abandonar la violencia y generar el apoyo de la mayor cantidad posible de ciudadanos, la política pasará efectivamente por la negociación de estos apoyos. Para negociar uno necesita conceder, si no estamos hablando de una mera imposición y volvemos a considerar al poder como dominio. Se ve entonces, que detrás de esta categoría de poder definida como fundamental hay una noción muy fuerte de política. Se logra poder luego de una ardua negociación y concesión de apoyos. Esto hace que la lógica de la política se pueda expandir a otros registros de lo social. Arendt lo muestra con el ejemplo de las consecuencias de la rebelión estudiantil en Francia en 1968. Los jóvenes rebeldes, en la lectura de Arendt, sólo buscaban retar al osificado sistema universitario y se derrumbó el sistema de poder gubernamental junto con las burocracias de los grandes partidos (151-152). En este caso se puede ver cómo, siguiendo la lógica de la política que se describía en Schmitt, otras esferas se van politizando.

El poder, y por ende la política, “precede y sobrevive a todos los objetos” (153). La capacidad de actuar concertadamente es “realmente la verdadera condición que permite a un grupo de personas pensar y actuar en términos de categorías medios-fin” (153) [6]. Esto hace que se pueda argumentar que la política es nuevamente lo que da forma a lo social dado que toda acción – y todo lo que ella significa en términos de Arendt – se da en un contexto signado por la negociación política de apoyos y concesiones. Esto implica que el poder de actuar concertadamente no necesita justificación, sino legitimidad. Y este poder deriva su legitimidad de la reunión inicial que estipula el principio de la vida en comunidad. Esta reunión inicial que da lugar a la comunidad, que al mismo tiempo da lugar a la posibilidad de actuar concertadamente, no es sino una reunión política. [7]

La política para Downs

Schmitt y Arendt, a pesar de ser autores que en general se presentan como contrapuestos, por lo menos participaron de una tradición de pensamiento que se podría encuadrar en la filosofía política. ¿Cómo se incluye a Downs en esta tradición? Vale la pena recordar que Downs fue uno de los precursores de las teorías económicas de la política, herederas de la crítica positivista a la teoría política normativa que había decretado la muerte de la filosofía política allá por los años 50 [8]. Sin embargo, en este trabajo se plantea que se puede rastrear una teoría de lo político en Downs comparable y contrastable con los dos autores revisados anteriormente.

Downs comienza el artículo que se repasa en este trabajo preguntándose sobre la guía que los economistas han provisto a los teóricos del gobierno y llega a la conclusión de que esta guía es nula. Los economistas han tratado al gobierno, dice Downs, como una interferencia política ajena a la teoría económica. Las actuaciones “propias” del gobierno son consideradas diferentes por la teoría económica de aquellas “propias” de los agentes privados (1957, 93). Desde este punto de vista, las motivaciones para actuar del gobierno serán diferentes de las de los agentes económicos. Esta es precisamente la posición que critica Downs. Retomando las conclusiones de Arrow y Schumpeter concluye que el hecho de afirmar que el gobierno “deba” actuar, por ejemplo maximizando el bienestar de una sociedad, no implica necesariamente que el gobierno lo hará efectivamente. El significado social de una actividad, el análisis de las necesidades, o de las finalidades no supone “impulso motivacional” alguno para la posibilidad de actuar de un gobierno en una comunidad determinada.

Downs toma como punto de partida una concepción de individuo totalmente diferente de las que tomaban tanto Schmitt como Arendt. En las versiones económicas de la política se supone que “importantes formas de comportamiento político son producto de elecciones hechas con vistas a lograr, de la mejor manera posible, determinados fines” (Ward 1997, 87). Si bien se reconoce en esta teoría que las motivaciones para actuar son complejas y variadas, la elección racional asume que los individuos se orientan por su interés personal y que tienen la capacidad racional, el tiempo y la independencia emocional necesarias para elegir la mejor opción para actuar. Los dos presupuestos de estas teorías son, en primer lugar, que toda explicación puede ser reducida a la conducta de estos individuos racionales – individualismo metodológico – y, segundo, la idea de que toda conducta puede ser explicada en términos de una acción instrumental con arreglo a fines.

Downs propone que se tome al gobierno como a cualquier otro agente privado que “realiza su función social en primer lugar como medio para lograr sus propios fines privados” (94). Esto supone tomar al gobierno como un agente económico racional que pretende maximizar la obtención de una renta, de prestigio, o de poder. Esto implica que una discusión sobre la acción gubernamental debe discutir las motivaciones de quienes dirigen el gobierno y, por lo tanto, necesitará de “un enfoque positivo que explique cómo se estimula a los gobernantes a actuar por sus propios motivos egoístas” (95). Las acciones de un gobierno serán entonces un “subproducto” de las motivaciones privadas de los políticos – lograr renta, prestigio o poder. Como consecuencia, la hipótesis central del trabajo dice que los partidos no pretenden llegar a ocupar cargos para llevar adelante ciertas políticas, sino que diseñan las políticas para lograr ocupar cargos. El gobierno es considerado en esta visión económica de la política como un empresario que vende políticas a cambio de votos, en lugar de productos a cambio de dinero.

Esto da lugar, en el argumento de Downs, a una postura sumamente interesante. Si el gobierno actúa para maximizar su caudal de votos, esto quiere decir que no se podrá determinar a priori el comportamiento de un gobierno. Esto es, el hecho de que el gobierno lleve adelante una política, por ejemplo maximizar el bienestar de la población, dependerá en última instancia de la competencia partidaria y de si en ese momento de competencia el gobierno logra el apoyo de los ciudadanos – también contemplados como individuos maximizadores de beneficios. La lucha política es en este caso la que da contenido a las propuestas de los diferentes partidos compitiendo para llegar al gobierno. No hay contenido esencial a priori en ningún discurso de la política sino que éstos se constituyen como tales en la misma lucha.

Downs examina las consecuencias de este argumento en dos contextos, uno de conocimiento perfecto e información no costosa, y otro de conocimiento imperfecto e información costosa. En el primer caso, la intención es construir un modelo que sirva como ejemplo del mercado ideal. Pero el caso que realmente es relevante para este trabajo es el segundo. Para Downs la falta de información completa es el problema a tratar, sobre todo si se piensa que sus efectos serán aún más importantes en la política. Un mundo de conocimiento imperfecto significa:

  1. que los partidos no siempre saben lo que desean los ciudadanos,
  2. que los ciudadanos no siempre saben lo que el gobierno o la oposición ha hecho, está haciendo o debería hacer, y
  3. que la información necesaria para superar el conocimiento imperfecto de gobierno y ciudadanos es muy costosa de conseguir y de asimilar (98).

De este modo, el conocimiento imperfecto y la información costosa se transforman en las variables más importantes a la hora de determinar cómo funciona la política. En un mundo de conocimiento perfecto todos actuarían racionalmente, con información completa sobre las preferencias de los demás, y teniendo en cuenta todas las consecuencias de la acción. Todos sabrían cómo actuar. En este mundo, dice Downs, nadie puede influir sobre nadie, todos saben todo [9]. “Si [el ciudadano] se comporta racionalmente, ningún tipo de persuasión puede hacerle cambiar de opinión” (98). Esto implicaría que lo que desaparece aquí es la política como quiera que se la entienda, e incluso se podría decir que los que desaparece es la sociedad – en un mundo donde todos se comportan como autómatas racionales no quedaría mucho lugar para una vida en sociedad tal como se la entiende hoy. Sin embargo, hay algo que salva la humanidad de tamaña profecía: “la falta de información completa que fundamente las decisiones es una condición tan básica de la vida humana que influye en la estructura de casi todas las instituciones sociales. Sus efectos son profundos especialmente en la política” (98).

El efecto principal de la aparición de la ignorancia en el argumento de Downs es la emergencia de lo que él llama “persuasores” (99). Las personas no tienen el conocimiento necesario y necesitan más hechos para aclarar sus preferencias. Los persuasores surgen para proporcionar la demanda de información que aparece a partir de la posibilidad de que en un mundo de conocimiento imperfecto algunas personas influyan sobre otras. Esta información será por supuesto parcial y en beneficio de los intereses de los persuasores que, sin embargo, la presentarán como tendiente al bien común. Por un lado, intentan convencer al gobierno de que las políticas que presentan (y que los benefician directamente) son buenas y deseables para una amplia franja del electorado. Por el otro, buscan convencer a los electores de que estas políticas son deseables en tanto soluciones a los problemas que aquejan a la sociedad.

En definitiva, si se consideran las dos conclusiones de Downs, que el contenido de la política se define en la misma competencia y que esa competencia se desarrolla en un marco imprevisible dada la información costosa y el conocimiento imperfecto, se puede concluir que la política es la actividad que prima sobre las otras dado que, en este contexto de conocimiento imperfecto e información incompleta, es la actividad que proporciona los hechos necesarios para aclarar las preferencias. Sin la posibilidad de persuasión no habría posibilidad de que los individuos racionales ordenen sus preferencias, es decir, en términos downsianos, no habría sociedad ordenada. Debe recordarse que en este enfoque el presupuesto de individuos racionales que actúan instrumentalmente está en la base de cualquier explicación de lo social.

Además, la incertidumbre que genera la ignorancia – la posibilidad de conocer todos los hechos y las consecuencias de las acciones del individuo y de los demás – hace que la política sea una práctica persuasiva y que esta persuasión tenga una característica especial dado que es una persuasión parcial, que presenta argumentos particulares como contenidos universales – recuérdese que los persuasores presentaban al gobierno sus intereses como el interés general de los ciudadanos y a los ciudadanos como la solución a todos los problemas.

Las tres caras de una misma lógica

¿Qué tienen en común estas tres versiones de lo político? En esta sección se responderá a esta pregunta, en primer lugar, en relación al carácter contingente de la política. Luego se examinará el carácter conflictivo de la política y, por último, el carácter primario de la misma.

Contingencia

En Schmitt lo contingente marca la existencia de cualquier comunidad política. Desde el momento en que la decisión de distinguir al enemigo puede emerger a partir de cualquier otra esfera de la sociedad, es imposible determinar a priori cuál es el contenido o la forma que tomará la política – lucha de clases, problemas de género, debates en torno a la representación de minorías, etc. Más aún, el antagonismo constitutivo de toda identidad es público porque necesita la presencia de otro para expresarse, pero al mismo tiempo, la característica del otro es totalmente contingente, puede ser el feo, el distinto, el malo, y así sucesivamente. Lo importante para Schmitt es que la intensidad de la diferencia sea tal que se plantee en términos de enemistad, no interesa el contenido de la diferencia. De este modo, la lógica de la política en Schmitt es contingente, ya que ni su emergencia como tal, ni la posibilidad de distinguir al enemigo tiene un contenido esencial y necesario previo a la aparición del criterio que distingue amigos de enemigos.

En Arendt, si bien plantea la necesidad de ir en contra de lo accidental, la política no deja de tener un alto grado de contingencia. Dado que siempre actuamos en una red de relaciones y dado que las consecuencias de la acción son ilimitadas, nunca podemos predecir los procesos que se desencadenan a partir de una determinada acción. Si no se pueden predecir las consecuencias de una acción menos se podrá decir de antemano cuál será el contenido de la negociación a la que da lugar esa acción. La contingencia está presente entonces en la acción humana desde el principio a causa de la imprevisibilidad y la irreversibilidad de la acción. Incluso el origen de la comunidad política como tal es contingente. Como se dijo en la sección sobre Arendt, la legitimidad de una comunidad deriva de la reunión inicial que estipula el principio de la vida en comunidad. Pero a esta misma reunión se llegaría con acciones cargadas de estos dos rasgos característicos de la acción – irreversibilidad e irreversibilidad – y, por lo tanto, cargadas de contingencia.

En Downs, el contenido de la política se define en la misma competencia. Es decir, no se puede determinar de antemano el contenido de una propuesta particular dado que esta será el resultado contingente de la competencia por los votos que permitirán acceder al gobierno. El “impulso motivacional” que lleva a los agentes a actuar no se puede explicar en términos prescriptivos, el agente mismo sólo descubrirá su interés en la lucha política. Una decisión o actividad en torno a cierta necesidad no está determinada o atada a finalidad esencial ninguna, sino que depende de la forma en que se articulan los intereses de los individuos en la lucha por los votos. El ejemplo del Estado como maximizador del bienestar de sus ciudadanos es un buen ejemplo de lo que propone Downs. Sólo se logra que el agente decisor se incline por este contenido si la competencia por el voto hace que dicho contenido le reporte más beneficios que costos.

Los tres autores, partiendo de supuestos muy diferentes, pueden ser pensados en los siguientes términos. Para ellos, el contenido y la forma de la política son contingentes porque las condiciones que hacen que contenido y forma se caractericen de una manera y no de otra, son externas a ella: la intensidad del criterio amigo-enemigo; la irreversibilidad e imprevisibilidad de la acción; la competencia por el voto. Esto da lugar a un juego interesante con otra de las características que se exponen aquí, la primacía de la política. Esta sería la primacía de una actividad que da forma a aquello que le da origen. Pero esto se verá en un momento.

Conflicto

El carácter conflictivo de la política es otro de los rasgos que se encuentra en estos autores. Es en Schmitt donde quizá sea más claro, y en Arendt donde podría tener un tinte polémico. En el autor alemán la política se desarrolla como actividad con el presupuesto subyacente de la potencialidad de la guerra. La distinción entre amigo y enemigo supone la posibilidad real de desaparición física. Esto no implica que el objetivo de la política sea la guerra, ni que la guerra sea para Schmitt deseable. El argumento, en los términos planteados aquí, muestra que el conflicto está en la base de la política: el interés público es siempre cuestión de debate y es imposible alcanzar un acuerdo final, pensar tal posibilidad es pensar una sociedad sin política [10].

En Arendt, la situación quizá no sea tan transparente, sin embargo se puede decir que la política acarrea pensar en la posibilidad de conflicto a partir de la irremediable condición de pluralidad que caracteriza a lo humano. Lo público está formado por la presencia simultánea de innumerables perspectivas diferentes. Es más, Arendt aclara que no se puede encontrar una unidad de medida o un común denominador para entender la manera en que se nos presenta el mundo (1958, 52). De este modo, y aun sin perder de vista la intención de la autora que es la superación de este conflicto, el conflicto está presente en toda acción humana.

En el caso de Downs, se puede rastrear la existencia de conflicto en su concepción de la política de dos maneras diferentes. En primer lugar, como ya se argumentó en la sección anterior, la competencia por el voto es lo que otorga contenido a la política. La competencia implica visiones diferentes del mundo por lo tanto parece banal decir que esto supone un conflicto. En segundo lugar, no debe olvidarse que los persuasores se arrogan frente al gobierno la representación de un amplio sector del electorado, y al mismo tiempo intentan presentarse ante tal electorado como los representantes más directos de sus intereses. Esto no quita que los únicos intereses que defienden estos persuasores sean los suyos, y que los hechos que muestran para dar al elector más información para formar su preferencia son totalmente parciales. De este modo, la política tendría como rasgo característico el conflicto que deriva de la competencia y, al mismo tiempo, una imposición de aquellos que persuaden de sus propios puntos de vista. Esta imposición tiende a unificar los criterios y a simplificar la tarea del gobierno, al darle la posibilidad de conocer las demandas de su electorado.

Es precisamente esta necesidad de unificar lo que hace presuponer, cuando se habla de política, que el conflicto es una característica esencial de esta última. La vida política es en estos tres autores la continua creación de unidad en un contexto de diversidad, de reclamos rivales, de poder desigual y de intereses en conflicto. Sin conflicto, un determinado tema nunca entraría en la esfera de lo político, no se podrían tomar decisiones políticas. Pero, al mismo tiempo, este conflicto debe ser resuelto de alguna manera para que la comunidad sea preservada y continúe siendo una comunidad. Esto lleva al último tema a tratar en este trabajo: la primacía de lo político en los tres autores tratados.

La primacía de la política

Vale la aclaración que de la primacía de la política no debe inferirse la irrelevancia de las otras esferas. Como se dijo en relación a la contingencia de lo político en Schmitt, la política, casi paradójicamente, da forma a aquello que le da origen. En el tratamiento que se le da a la política en este trabajo no existirían reclamos esencialmente políticos, sino politizaciones de conflictos emergentes en otras esferas [11]. Pero en cuanto estos conflictos emergen en la esfera de lo público se transforman en políticos y la dinámica que traían de su propia esfera cambia.

Este juego paradojal es sumamente claro en los tres autores. Para Schmitt, con el crecimiento de la intensidad de la lógica amigo-enemigo se da una politización de las diversas formas de relaciones sociales. El criterio schmittiano en torno a lo político es algo tan fuerte y decisivo que en cuanto una oposición no política produce una agrupación en términos de amigo y enemigo, pasan a segundo plano los criterios anteriores y la comunidad en cuestión se transforma en una comunidad política. Es por esto que se pueden politizar otros ámbitos, pero estos últimos no pueden colonizar lo político. Sin agrupación política – es decir sin decisión fundamental en torno al enemigo – no hay comunidad posible.

Para Arendt, la política precede y sobrevive a todos los objetos. La capacidad de actuar concertadamente es la verdadera condición de la existencia de una comunidad como tal. Actuar para esta autora significa entregarse a la posterior negociación de las consecuencias irreversibles e irrevocables de la acción. Esta negociación es la política como tal y moldea la manera en que se desarrolla una comunidad específica. La primacía de la política viene dada porque nunca se puede saber realmente qué es lo que se hace ni se puede corregir las consecuencias de lo actuado. Esto hace que para poder vivir sin el peso de la culpa o la incertidumbre, la condición humana debe ser capaz de negociar su irremediable pluralidad y diversidad. Es en estas concesiones que conlleva la negociación de las diferencias donde la política comienza a dar forma a otros aspectos de lo social que, en un principio, tenían poco de políticos.

En el caso de Downs, si se considera que los humanos tienen como condición básica de su existencia a la ignorancia marcada por el conocimiento imperfecto y la información incompleta, en términos del ordenamiento de sus preferencias, estos humanos necesitarán más y mejor información para decidir un curso de acción. Quienes proveen esta información son los persuasores. Sin persuasión no hay posibilidad de ordenar las preferencias y no se puede tener una sociedad ordenada. A pesar de que la información brindada es parcial y nunca llega a ser completa, esto no quita que la misma persuasión de forma a las preferencias que funcionan como impulsos motivacionales para la acción. Preferencias que de este modo emergen en otras esferas, al momento de tener que tomarse una decisión, ésta vendrá mediada por la persuasión.

Conclusiones

Este trabajo mostró que si bien existen importantes diferencias entre los argumentos de los tres autores tratados, se puede rastrear una concepción de la política que tiene rasgos característicos similares. En primer lugar, en los tres la política es una actividad sin contenidos a priori, sin una fundamentación última o transcendental. En segundo término, la política se caracteriza por ser una actividad que tiene al conflicto como su base constitutiva. Por último, la política es la actividad que da forma a las diversas formas de relaciones sociales. Paradójicamente, la política da forma a aquello que parece darle origen: la vida en comunidad.

Notas

[*] Trabajo presentado a las Segundas Jornadas de Estudios Sociales, Universidad Nacional de Villa María, junio de 2000. [volver]

[1] Este aspecto de la teoría liberal fue el primer blanco de la crítica comunitarista al liberalismo. Véase Sandel (1998) y Mulhall y Swift (1992). [volver]

[2] Schmitt va incluso más allá y plantea que todo concepto, idea o discurso tiene un “sentido polémico” (60). [volver]

[3] De aquí la primacía de lo político para Schmitt. [volver]

[4] Esto dio lugar a ciertas interpretaciones del pensamiento de esta autora como una nostálgica del pasado. Véase Ricoeur (1991, 5). [volver]

[5] La acción organizaría la vida en común de manera tal que la paz, la condición para una vita contemplativa – primordial para los griegos -, pudiera ser asegurada. Véase Arendt (1957, 90 y 1958, 9). [volver]

[6] Esta idea recuerda a la idea habermasiana de que toda acción instrumental supone un contexto de acción orientada al entendimiento. [volver]

[7] Aquí Arendt no se aleja de la lógica del contractualismo de los siglos XVII y XVIII según el cual la vida en sociedad no se daba hasta que no se instituía una sociedad política. [volver]

[8] Para un repaso de este anuncio de muerte véase Bernstein (1981). [volver]

[9] Downs es consciente de que un mundo de conocimiento perfecto es sólo un modelo, pero debería notarse la interesante similitud con el modelo habermasiano de acción comunicativa ideal. Si llevamos al extremo el mundo ideal de competencia comunicativa sería un mundo en el cual nadie influiría sobre nadie dado que todos asumimos una orientación al entendimiento que haría superflua toda argumentación medianamente interesante. Sería un mundo en el cual desaparecería la política. [volver]

[10] Véase Mouffe (1993, 50). [volver]

[11] Hay autores que plantean la posibilidad de un conflicto político por excelencia. Este es el caso de Rancière (1996). [volver]

Bibliografía

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Arendt, Hannah (1958) The Human Condition (Chicago: The University of Chicago Press)

Arendt, Hannah (1973) “Sobre la violencia” en Crisis de la república (Madrid: Taurus)

Barry, Brian (1974) Los sociólogos, los economistas y la democracia (Buenos Aires: Amorrortu)

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Mouffe, Chantal (1993) “Rawls: Political Philosophy without Politics” en The Return of the Political (Londres: Verso)

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Rancière, Jacques (1996) El desacuerdo. Política y filosofía (Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión)

Ricoeur, Paul (1991) “De la filosofía a lo político. Trayectoria del pensamiento de Hannah Arendt”, Debats, nº 37, septiembre.

Sandel, Michael (1998) Liberalism and the Limits of Justice (Cambridge: Cambridge University Press, segunda edición)

Schmitt, Carl (1932) El concepto de lo político (Madrid: Alianza, 1999)

Ward, Hugh (1997) “La teoría de la elección racional” en Marsh, David y Stoker, Gerry (eds.) Teoría y métodos de la ciencia política (Madrid: Alianza)

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