Las reflexiones sobre los signos y sus modos de funcionamiento en el mundo social, desde su nacimiento hasta mediados de la década del ’60, carecieron de argumentos y estrategias metodológicas precisas. Esta apreciación surge tras una rápida recorrida por la historia de esta disciplina. Y es pertinente a pesar de los esfuerzos desplegados desde la primera década del s. XX por el ginebrino Ferdinand de Saussure, cuando propuso en su Curso de Lingüística General una ciencia que estudia la vida de los signos en la sociedad. A pesar, también, del manto estructuralista que cubrió el período 1945/1965, bajo la presencia dominante del antropólogo Lévi-Strauss. Finalmente, a pesar de la sistematización de Roland Barthes, expuesta Elementos de Semiología (1964). Estos y otros pensadores propusieron pasos decisivos para su constitución; sin embargo, no existe la menor duda de que uno de los más exitosos en semejante pretensión ha sido el académico italiano Umberto Eco.

1. La cultura como proceso de comunicación

Este intelectual contemporáneo escribió un texto fundamental para una disciplina que en opinión de sus practicantes se encontraba en construcción. Un texto “casi” incuestionable hasta mediados de la década del ’70. Su título: La Estructura Ausente. Introducción a la semiótica (1968) (de ahora en adelante, LEA). Los objetivos de su autor: i) la institucionalización de un campo del saber (la semiótica), ii) la construcción de una persuasiva sistematización teórica (a partir de la combinación de teorías y conceptos lingüístico-semióticos, filosóficos y antroposociológicos, entre otros), iii) una recuperación de la antropología levistraussiana a partir de la crítica de su estructuralismo ontológico y la apropiación de las imágenes de la cultura como proceso de comunicación, y iv) la aplicación sistemática de modelos analógicos para la comprensión de fenómenos socioculturales (la “obra de arte” como recurso epistemológico). Finalmente, Eco asume la impronta de Barthes: la semiología política: una apuesta desde la izquierda progresista para que se “haga nuestra voluntad” y no la deseada por capitalismo, los medios de comunicación o los factores estructurantes del sentido y de la acción social.

Desde las primeras páginas de LEA, Eco muestra el estado del arte de aquello que denomina el campo semiótico a mediados de los sesentas. Una disciplina que se encontraba en “vías de difusión y definición” (Eco, [1968]1989:23) y que recurre permanentemente a sus dos padres fundadores (Saussure y Peirce) para avanzar en la precisión de sus límites. Y en una síntesis digna de imitación, detalla un conjunto de investigaciones que incluyen desde “los sistemas de comunicación más ‘naturales’ y ‘espontáneos’ -menos ‘culturales’-, hasta los procesos culturales más complejos” (Eco, [1968]1989:12). Una breve presentación de estos saberes, contenidos y autores se presentan en la siguiente tabla:

Investigaciones del campo semiótico a mediados de la década del ’60 según Eco (1968:12-21)

Campos del saber
Zoosemiótica
Señales olfativas
Comunicación táctil
Códigos de gusto
Paralingüística
Lenguajes tamborileados y silbados
Cinésica y prosémica
Semiótica médica
Códigos musicales
Lenguajes formalizados
Lenguas naturales
Comunicaciones visuales
Estructuras narrativas
Códigos culturales
Mensajes estéticos
Comunicación de masas
Retórica

Este relevamiento le permite a Eco determinar a aquello que denomina los umbrales la semiótica. El primero, umbral inferior, refiere a todas aquellos áreas del conocimiento que decididamente no se constituyen a partir de la noción de sentido. Y menciona: los estudios neuro-fisiológicos sobre fenómenos sensoriales, las investigaciones cibernéticas aplicadas a los organismos vivientes, las investigaciones genéticas -en las que también se utilizan los términos “código” y “mensaje”-. Y la razón es simple: se encuentran en el universo del pasaje de señales. En cuanto al segundo, umbral superior, está representado por los estudios que refieren a todos los procesos culturales como procesos de comunicación (“aquellos en los que entran en juego agentes humanos que se ponen en contacto sirviéndose de convenciones sociales”).

Ahora bien, Eco se manifiesta realmente preocupado por determinar el umbral superior, por “el linde entre aquellos fenómenos culturales que sin lugar a dudas son signos (por ejemplo las palabras) y aquellos fenómenos culturales que parecen tener otras funciones no comunicativas (por ejemplo, un automóvil, sirve para transportar y no para comunicar). Pues entiende que si no se resuelve este problema “ni siquiera podemos aceptar la definición de la semiótica como disciplina que estudia todos los fenómenos culturales como procesos de comunicación” (Eco, [1968]1989:26 y ss.).

Y su interés en resolver las cuestiones de frontera, esconde una disputa anterior: la protagonizada por Barthes (y su semiología de la connotación) contra Luis Prieto y Georges Mounin, entre otros (partidarios de una semiología de la comunicación). De esta manera, Eco ingresa al conflicto decidido a manifestar su apoyo a la posición barthesiana, aunque para ello deba realizar un gran esfuerzo silogístico, de pruebas y contrapruebas. Sólo reconociendo esta diferencia epistémica -y en el fondo política-, se pueden comprender las famosas dos hipótesis sobre las que se asienta la siguiente conclusión: “la semiótica estudia todos los procesos culturales como procesos de comunicación; tiende a demostrar que bajo los procesos culturales hay unos sistemas; la dialéctica entre sistema y proceso nos lleva a afirmar la dialéctica entre código y mensaje” (Eco [1968]1989:33).

Las hipótesis propuestas son las siguientes:

  1. Toda cultura se ha de estudiar como un fenómeno de comunicación (o en su aspecto más radical “la cultura ‘es’ comunicación”). Desde esta posición, Eco sostiene: a) que la semiótica es una teoría general de la cultura, y en último análisis, de la antropología cultural; b) reducir toda la cultura a comunicación no significa reducir toda la vida material a ‘espíritu’ o una serie de acontecimientos mentales puros; c) imaginar la cultura como una subespecie de la comunicación no significa que sea solamente comunicación, sino que se puede comprender mejor si se examina desde el punto de vista de la comunicación, y d) los objetos, los comportamientos, las relaciones de producción y los valores funcionan desde el punto de vista social, precisamente porque obedecen a ciertas leyes semióticas.
  2. Todos los aspectos de la cultura pueden ser estudiados como contenidos de la comunicación (o cualquier aspecto de la cultura puede convertirse en una unidad de sentido). Esta idea se refiere a i) cualquier aspecto de la cultura se convierte en una unidad semántica; y ii) si esto es así, los sistemas de significados se constituyen en estructuras (campos o ejes semánticos) que obedecen a las mismas leyes de las formas significantes. En palabras de Eco: ‘automóvil’ no es sólo una unidad semántica a partir del momento en que se pone en relación con la entidad significante /automóvil/. Es unidad semántica a partir del momento en que se dispone de un eje de oposiciones o de relaciones con otras unidades semánticas como ‘carro’, ‘bicicleta’ o incluso ‘pie’. Este sería el nivel semántico desde donde puede ser analizado el objeto automóvil. Pero además, existe un nivel simbólico, cuando se usa como objeto: en este caso el auto como objeto que transporta gente o cosas se convierte en el significante de una unidad semántica que no es “automovil”, sino por ejemplo “velocidad”, “comodidad” o “riqueza”.

Eco concluye que ambas hipótesis -respaldadas por sus respectivas premisas- se sostienen mutuamente en forma dialéctica: “En la cultura cada entidad puede convertirse en fenómeno semiótico. Las leyes de la comunicación son las leyes de la cultura. La cultura puede ser enteramente estudiada bajo un punto de vista semiótico. La semiótica es una disciplina que puede y debe ocuparse de toda la cultura” (Eco [1968]1989:33).

Este enlace obliga a Umberto Eco a desentrañar el fenómeno comunicativo: aquello que denomina la “comunicación cultural”. Si todos los fenómenos de cultura pueden ser analizados como procesos de comunicación entonces se vuelve necesario desarrollar un modelo de comunicación que pueda dar cuenta de sus características y funcionamiento desde las perspectivas abiertas de la doble hipótesis. Este modelo se muestra en la misma obra de forma sistemática, y fue denominado Modelo del proceso de descodificación de un mensaje poético (o estético). Sin embargo, ya había sido presentado por Eco y un grupo de colaboradores -entre quienes se encontraba Paolo Fabbri- en 1965 en el artículo titulado “Por una indagación semiológica del mensaje televisivo”.

2. El modelo de comunicación: elementos y funcionamento

A los efectos de una divulgación pedagógica, esta propuesta será expuesta a partir de las siguientes dimensiones: i) una descripción sucinta de sus elementos, ii) la dinámica de su funcionamiento y, finalmente iii) las ventajas y desventajas como modelo explicativo. Sin embargo, es oportuno señalar -tal como consignará en parágrafos posteriores- que este “Modelo de descodificación…” fue adoptado por la comunidad de semiólogos de orientación estructuralista debido a sus bondades respecto de otros circulantes en su momento. Aceptación y vigencia sostenida hasta principios de la década del ’70, cuando diversos intelectuales producen en forma explícita y simultánea, el cuestionamiento al estructuralismo levistraussiano y las lingüísticas saussureana y estructuralistas. En este sentido, es importante destacar que el mismo Umberto Eco, en tanto intelectual crítico con capacidad de autocrítica, participó activamente de las discusiones, reconoció las limitaciones de su modelo y fue capaz de elaborar hacia mediados de los años setentas, una propuesta cualitativamente diferente.

2.1. Descripción y funcionamiento del modelo

El semiólogo Umberto Eco inicia sus reflexiones a partir del modelo de comunicación entre máquinas -una “situación comunicativa sencilla”-: he aquí el modelo de la Teoría Matemática de la Información, expuesto en 1949 por Shannon y su discípulo Weaver. Y tras una breve descripción realizada en las primeras páginas propone un proceso de complejización progresiva que le permite diferenciarlo de otro modelo, sensiblemente diferente: el proceso comunicativo entre seres humanos. Esta comparación le ha servido en tanto esfuerzo capaz de redefinir términos y relaciones.

A continuación se presentan los elementos más significativos del “Modelo de descodificación…” y sus respectivos modos de funcionamiento en el marco de una semiótica estructural.

El Emisor:

Eco inicia su reelaboración a partir de la identificación en el emisor humano de aquellas dos funciones presentes en el esquema de Shannon (fuente y transmisor). Desde esta mirada, los hablantes se constituyen en una única fuente de información. Y a partir de esta sencilla operación conmutativa, desbarata toda pretensión de aplicación directa e irreflexiva de las imágenes propuestas por el modelo de la Teoría Matemática de la Información al ámbito de la comunicación entre seres humanos, inclusive del aggiornamiento realizado por Roman Jakobson. Ahora bien, el emisor dispuesto a producir un mensaje se encuentra sometido a un doble proceso de selección: por un lado, de unidades de sentido disponibles, y luego de combinaciones posibles entre estas mismas unidades.

El Mensaje Significante:

El mensaje producido se erige en una materia significante, pues es investida de sentido. Esto significa que los agentes presentes en el proceso de comunicación no envían una simple señal construida sobre una serie de unidades discretas computables por bits de información, sino una forma significante “cargada” de significaciones. De esta manera, Eco muestra cómo se produce el ingreso al “mundo de los sentidos”. Esta perspectiva permite diferenciar dos sistemas de información: a) el físico (entre máquinas) y b) el semiótico (entre humanos); y respecto a la interacción humana, dos modalidades de pasaje de información: a) la centrada en la señal (la cibernética), y b) la centrada en el sentido (semiótica, “la comunicación cultural”). Eco sostiene que ambos, a pesar de las diferencias, pueden ser llamados legítimamente “información”, en tanto consisten en un estado de libertad respecto a una ulterior determinación de uso (Eco, [1968]1989:130). Sin embargo, el emisor no puede producir cualquier mensaje significante: está constreñido y sujetado a condiciones que le son impuestas política y culturalmente. En otros términos: cada mensaje es producto de una alienación para lograr comunicación.

Asimismo, los mensajes en tanto formas significantes -que luego serán interpretados cuando sean percibidos como mensajes significados- se presentan estructurados, no se constituyen como formas caóticas, sino que su producción obedece a cierta “lógica”, a cierto “diagrama estructural” que integra y compone como una totalidad a sus partes integrantes. De allí que la semiótica-estructural insista en que cada mensaje propone una determinada forma de descodificación. Sin embargo, Eco reconoce la existencia de cierta tensión dialéctica entre determinación de lectura -aquello que llama “forma”- y su “apertura” -las posibilidades que brinda a más de una interpretación. Tensión directamente relacionada a la existencia de códigos -en tanto sistema de equivalencias- ambiguos o redundantes (y como será expuesto en los ítems siguientes, cuanto más ambiguo el código “en producción”, más libertad de interpretación “en recepción”). En síntesis: si el mensaje significante ha sido elaborado con códigos altamente “informativos” y menos redundantes -en el sentido de teoría matemática Shannon- se presentarán como “ambiguos” y promotores de instancias de “auto-reflexión”, y por lo tanto sería posible pensar en que quedará más expuesta a diferentes descodificaciones y más influenciada a la selección de diferentes códigos.

Umberto Eco propone esta conclusión a partir de sus reflexiones anteriores a propósito de sobre las obras de arte. En uno de los textos que le otorgaron reconocimiento internacional, Obra abierta (1962), señaló que en esos años se habría producido aquello que Kuhn llamaría “cambio paradigmático”, una transformación en la visión del mundo que se reflejaba en todos los órdenes. Y uno de estos -el cambio en el pensamiento científico- le ayudó a pensar en que también las producciones artísticas habían transformado: se habría producido un desplazamiento de “concepciones cerradas” -de “órdenes claros y prefijados”- que han tenido como consecuencia la percepción de obras artísticas “cerradas” que poseen un carácter autónomo y una univocidad tal que el destinatario interpreta directamente aquello que el artista propone, a una época de donde existe una imagen del mundo dominado por el desorden, caos, indeterminación tal como reconstruido por la física, la teoría de la información y las corrientes filosóficas en boga.

Esta nueva perspectiva permitiría pensar en que las “poéticas contemporáneas (se refiere a los movimientos de vanguardia presentes desde principios de siglo en la pintura, el cine, la música, la narrativa, la poesía, el teatro) se erigen en torno a la indeterminación y ambigüedad y que obligan a pensar en la activa participación de los destinatarios. De esta manera, cambia la posición del destinatario del mensaje (de pasivo a activo) lo cual conlleva a una transformación en la concepción general del modelo de comunicación humana.

Los Códigos y Subcódigos (en producción):

De acuerdo a las líneas anteriores, Eco entiende que a la hora de producir el mensaje, el emisor se encuentra doblemente constreñido: por un lado, respecto al uso de determinadas unidades culturales y en segundo término, respecto a sus combinaciones. Pero esta posibilidad, sólo puede alcanzarse en tanto y en cuanto las culturas desarrollen sistemas de códigos: es decir, convenciones sociales -que implica la dialéctica consenso/imposición, y por lo tanto la ubicación de la lengua como fenómeno social- dónde a determinado significado le corresponde un determinado significante. Ahora bien, Eco sostiene que las unidades culturales (significados), la materia significante y los códigos -que permiten la correspondencia/equivalencia de ambos conjuntos-, conforman sistemas donde cada uno de aquellos adquiere un valor posicional en su interior.

En términos generales existen dos posibilidades (doble faz) para pensar la noción de código. Por un lado, se entiende como un sistema (una estructura) de posibilidades, superpuesto a la igualdad de probabilidades del sistema en su origen que cumple con la función de limitar el número de elecciones posibles; y por otro, se muestra como facilitador de los procesos comunicativos, y por lo tanto, como sistema codificante. (Eco,1968/1989:54-56). De manera tal que en la producción de un mensaje se pone en juego aquello que ha sido denominado la función ordenadora del código.

En el primer caso, esta función limita las posibilidades de combinación de las unidades en juego y el número de los que constituyen el repertorio. Es decir: en la situación de igualdad de probabilidades de origen se introduce (se superpone) un sistema de probabilidades, y sólo algunas de sus combinaciones son posibles. Y en este sentido, la información de origen -en sentido matemático- disminuye, pero aumenta las posibilidad de transmitir mensajes (Eco, 1968/1989:53). Una vez más: la presencia del código facilita la comunicación, en tanto reduce los niveles de entropía y ruido que se pueden generar en los sistemas de información.

Pero también Eco señaló que el código posee otras características. Por ejemplo, al constituirse en una convención social, goza de una particularidad: su historicidad, su dependencia de la variable espacio-tiempo. En su texto demuestra la “inestabilidad” de los sistemas, aunque exceptúa -y no muy convencido- los “casos raros de definiciones científicas” (Eco, 1968:123). Asimismo, en la comunicación humana, los códigos ponen en evidencia la presencia de la cultura. Es decir: aquello que es posible pensar y hablar, según la diversidad de formas de vida. También es cierto que existe desigualdad en la posesión y uso de los códigos de acuerdo a características sociodemográficas y socioculturales en los que se encuentra inserta la comunidad de participantes de los intercambios. Asimismo, a partir de un trabajo de recuperación arqueológica podría reconstruirse aquello que ha denominado código base, el llamado código denotativo (en nuestro caso de la lengua castellana contemporánea): un código fundacional a partir del cual se erigen subcódigos -subsidiarios, aunque no menos importantes en el intercambio cotidiano. En este sentido, puede afirmarse que el emisor dispone de una multiplicidad códigos cuya elección para dar sentido a un mensaje estaría determinada por una serie de circunstancias: a) la situación de la comunicación y b) el conjunto del patrimonio del saber.

En esta línea es pertinente la siguiente afirmación: el estudio del código constituye una problemática central de la semiótica-estructural. Y su presencia llega a erguirse como una verdadera clave de lectura. Inclusive Eco se pregunta si el hombre es libre de comunicar todo lo que piensa o si está condicionado por el código. Y la respuesta, clara y sin rodeos, fue que el “emisor es hablado por el código”. Las razones expuestas por Eco son las siguientes: el emisor está sometido a una serie de condicionantes biológicos y culturales lo cual permiten pensar que en la mayoría de los casos habla por los automatismos del código. Empero, no cae en el reduccionismo extremo, pues sostiene que aun “hablado” por el código, el emisor superpone las reglas y el sistema de probabilidades del código a la riqueza de las informaciones posibles y de las que se hubieran podido generar si no hubiera control de aquél. Es decir: aún con las limitaciones del código, existe un sistema de posibilidades que obliga a decisiones.

El recorrido didáctico presentado hasta el momento, impone aclarar la particular mirada de Umberto Eco sobre un conjunto de conceptos dispuestos en varios párrafos con mayor o menos soltura. Y estos son: sentido, significado y denotación. El sentido fue presentado como un determinado recorrido (una selección binaria, en términos de la teoría shannoniana) elegido por el emisor entre las disponibles como hablante de una lengua (y su uso). Respecto a la denotación, el sentido que tiene lugar dentro de un conjunto de otras unidades que forman parte de un campo interrelacionado. Y en cuanto al significado, como una unidad cultural (y por lo tanto, definido culturalmente y distinguido como entidad). De esta manera, se entiende cómo no está ligado al referente (el objeto), sino a una de las posibilidades en la que se presenta la significación. Y sí, cómo se encuentra ligado a un sistema global semántico donde encuentra su identidad, por ejemplo: el término /perro/ no denota un objeto físico, real, existe, verdadero , sino una unidad cultural que permanece constante e invariable aunque se traduzca como /dog/, /cane/, etc.. O que corresponde a una mayor extensión o intención (como por ejemplo aquello que se considera /delito/). O, finalmente, que requieren de varias unidades culturales y por lo tanto de varios términos (como /nieve/ para los esquimales). De esta forma, insistió Eco, se aprende a reconocer al lenguaje como fenómeno socio-cultural (Eco, 1968/1989:72)

Eco expresó que la “unidad cultural” se define por el sistema, por su lugar en él, por las unidades que se le oponen y la circunscriben. Una unidad subsiste y encuentra identidad en la medida en que existe otra que tiene un valor distinto. Es lo que Eco -recuperando los estudios precedentes- llama campo semántico (Eco, 1968/1989:85), lugar donde se manifiesta la visión del mundo propia de una cultura. Y desde el punto de vista semiológico es interesante reconocer que Eco postula i) la posibilidad de que en una misma cultura puedan funcionar campos semánticos contradictorios, ii) que una misma unidad cultural pueda formar parte de dos campos semánticos complementarios, y iii) que en una misma cultura, un campo semántico puede deshacerse con gran facilidad y reestructurarse en un campo nuevo, por lo cual una unidad cultural puede asumir –desde una mirada diacrónica- valores diferentes. Finalmente, este universo semántico estructurado por cada cultura “no es una nebulosa”, sino que se estructura en sub-sistemas (campos menores) y ejes semánticos (Eco, [1968]1989:83). Los ejes semánticos y los campos que se construyen a su alrededor son instrumentos de producción de datos de una estrategia metodológica que facilitan identificar unidades culturales y sus posiciones –relaciones de coexistencia y oposiciones- a los fines de estudiar mensajes (Eco, 1968/1989:93)

En cuanto a la connotación, Eco planteó su definición como un conjunto de unidades culturales que el significante puede evocar institucionalmente en la mente del emisor (y como se verá luego, también del destinatario). Evocación que de ninguna manera puede entenderse como una disponibilidad psíquica, sino que es totalmente cultural. Ese “plus de significación” -en términos de Barthes-, esos subcódigos sometidos al “arbitrario” del campo político y cultural, esa “suma de todas las unidades culturales que el significante puede evocar”, se presenta de la siguiente manera:

Tipos de connotación según Umberto Eco ([1968]1989:101 y ss.)

Recursos connotativos
Significado definicional
Unidades semánticas que componen el significado
Definiciones ideológicas
Emotivas
Hiponimia, hiperonimia, antominia
Traducción a otro sistema Semiótico
Artificio retórico
Retórico-estilísticas
Axiológicas globales

Subcódigos ideológicos (en producción)

En el texto de referencia, la ideología aparece en primera instancia como residuo extra-semiótico que determina los acontecimientos semióticos, pues constituye una “visión del mundo compartida entre muchos seres humanos”. Esta mirada impone una descripción de la ideología como “aspecto del sistema semántico global”, como una realidad ya fragmentada. Al imaginarla como “manera de dar forma al mundo” se presupone un proceso de interpretación, por lo tanto, sujeto a revisión cada vez que nuevos mensajes re-estructuran el código al introducir cadenas connotativas nuevas, y por ello, nuevas atribuciones de valor. De acuerdo a Eco, definir la ideología como “visión parcial del mundo” es vincularla a la acepción marxista (“falsa conciencia”’). En este sentido, la ideología es un mensaje que partiendo de una descripción factual intenta justificación teórica y que “gradualmente se incorpora a la sociedad como elemento del código”. La ideología, bajo el prisma semiótico, se manifiesta como “la connotación final de la cadena de connotaciones”, o como “la connotación de todas las connotaciones de un término” (Eco, [1968]1989:176).

Pero Eco adjudicó un nuevo interés a la semiología: saber cómo el nuevo elemento del código puede llamarse ideológico. Su respuesta podría organizarse en dos dimensiones. La primera, cuando un código se convierte en un significante que connota automáticamente otra unidad cultural fija (“si consciente o inconscientemente rechazamos la posibilidad de aplicar otra connotación”). De esta manera el mensaje se ha convertido en un instrumento ideológico que oculta todas las demás relaciones, se ha convertido en “un mensaje esclerotizado que ha pasado a ser unidad significante de un subcódigo retórico”. “En este caso -añadió Eco-, el mensaje oculta (en lugar de comunicar) las condiciones materiales que debía expresar. Y ha llegado a este estadio porque ha asumido funciones mixtificadoras que nos impiden ver los distintos sistemas semánticos en la totalidad de sus relaciones mutuas”. Un ejemplo bastará para comprender la postura del académico italiano: “EEUU = capitalismo = libertad”.

Respecto a la segunda dimensión, Eco sostuvo que un código puede llamarse ideológico cuando la estructura del código se constituye “en la ideología misma”. De esta manera, la ideología no sería un residuo extra-semiótico, sino directamente la que condiciona la elección de determinada unidades culturales y a sus posibles combinaciones.

Relación entre aparato retórico y subcódigos ideológicos (“en producción”)

De acuerdo a la terminología de las funciones de Jakobson, la mayoría de los mensajes son persuasivos, aún los preponderantemente informativos. Y la persuasión, desde una mirada histórica, se ha identificado con la retórica. Eco no desconoce esta particularidad, motivo por el cual propuso que en “en producción”, el emisor puede realizar dos usos de la retórica, i) “nutritiva” (“honesta”, “cauta”, guiada por el “razonamiento filosófico”, “generativa”, incluida en como “dialéctica moderada entre redundancia e información”) y ii) “consoladora” (predispuesta al “engaño”, a su utilización en calidad de “técnicas argumentales cosificadas” o como “técnicas de propaganda y persuasión de masas”, que “finge informar e innovar” para confirmar sistemas de “esperanzas” productos de la historia, que se muestra capaz de movilizar “sistemas de estímulos presignificantes” en tanto recursos reconocidos como capaces de producir ciertos efectos en los destinatarios).

A partir de estas premisas, Eco sostuvo que al utilizar la retórica para proponer “fórmulas adquiridas”, su eficacia descansa en el reconocimiento del código, en tanto saberes compartidos y cosificados. Y de allí a la noción de ideología, un paso, de acuerdo a las ideas expuestas en el parágrafo anterior. De esta manera, si la ideología es una unidad cultural aparejable a una fórmula retórica -en tanto unidad significante-, por inferencia podría analizarse desde la semiótica-estructural. Modelo cuyas herramientas son capaces de segmentar el campo semántico global, ese universo simbólico repleto de ideologías, que se reflejan en los modos preconstituidos del lenguaje.

La articulación retórica/ideología expuesta en las líneas anteriores parecería negar la autonomía de una u otra: toda retórica derivaría en construcción de códigos ideológicos. Sin embargo, Eco señaló que “en producción” el emisor -si se lo propone- puede hacer uso de la función “nutritiva” de la retórica (alejada de la ideología, de las frases hechas, de la connotación cosificada), y que en tanto “arte” -caracterizado por el uso de argumentos y premisas informativas- romper con las pretensiones de los códigos ideológicos presentes en los mensajes, reconvirtiendo aquellas retóricas en datos de un nuevo conocimiento liberador.

Elementos extrasemióticos: circunstancia (en producción)

Si bien Eco refiere a las circunstancias como “elementos extra-semióticos” imprescindibles en el análisis de los procesos de comunicación, también es cierto que siempre los asocia a instancias de evaluación y descodificación de mensajes (la frase típica es: “existen condiciones u ocasiones extra-semióticas que permiten orientar la descodificación en un sentido o en otro”). Reconstruyendo una frase presente en el texto de Eco podría afirmarse que la circunstancia se presenta como el conjunto de la realidad que condiciona la selección de códigos y subcódigos, ligando los procesos de codificación y descodificación con su propia presencia. La circunstancia sería el complejo de condicionamientos materiales, económicos, culturales “en el cuadro de los cuales se produce la comunicación”.

Sin embargo, de sus propias palabras se desprende una nueva enseñanza: no es menos cierto que también pueden pensarse como previstas por el emisor para minimizar ambigüedades. En palabras de Eco, tal actitud sería posible porque las circunstancias “escapan al control semiótico” (Eco, 1968/1989:128).

Destinatario

Al igual que el emisor, la imagen de la recepción se construye a partir de la identificación en un único papel de las imágenes de destinatario y receptor físico. Pero el cambio no se reduce a simples cuestiones de número de elementos presentes en el modelo, puede percibirse un cambio cualitativo: el destinatario no es imaginado como sujeto “manipulado”, “persuadido” o “influido”, “pasivo” e “inactivo”, según la terminología de la Mass Communication Research hasta mediados de los 60’s. En palabras del propio Eco ([1968]1989:181), el destinatario “transforma los significantes del mensaje en significados, aunque estos sean distintos de los que quería el [emisor]”. Y luego remata: el destinatario “funciona como receptor semántico”.

Y esta no es una genial intuición de un brillante intelectual. Sí, en cambio, es el producto de trabajo de verdadera imaginación científica, puesta al servicio de la crítica a las ideas dominantes en el campo semio-lingüístico: pues Eco extendió sus anteriores propuestas sobre las obras de arte en tanto mensajes poéticos a todos los mensajes producidos en el marco de una comunicación entre humanos. Es aquello que se conoce como la metáfora epistemológica del arte. “La obra de arte nos obliga a pensar la lengua de modo distinto y a ver el mundo con nuevos ojos; pero en el mismo momento en que se propone como innovación se convierte en modelo” para la investigación del funcionamiento de los procesos de comunicación (Eco [1968]1989:177).

Como fue expuesto en ítems anteriores, la profunda transformación que promovió Eco respecto del destinatario le permitió derribar modelos de comunicación anteriores, renovar las condiciones de interpretación de los procesos de comunicación. Y estas “alteraciones” mostraron un destinatario partícipe, activo en el proceso de descodificación. De una presencia muy diferente al primer esquema de la Teoría de Usos y Gratificaciones del funcionalismo sociológico norteamericano. Toda la argumentación desplegada en LEA, “ha intentado poner de relieve la importancia del polo-destinatario” dentro del continum (Eco, [1968]1989:396).

Finalmente sería útil reseñar qué tipo de acción activa protagoniza el destinatario. Según Eco, los agentes realizan un proceso de descodificación a partir de su experiencia adquirida, el patrimonio del saber disponible (reconocidas a través de los códigos y subcódigos de connotación), su ideología y las circunstancias del proceso comunicativo. Pero aún más: el tipo de tarea que asigna Eco delinea la imagen de un destinatario comprometido con el proceso de descodificación, interesado en el desciframiento de la estructura -ontológicamente ausente, pero probable como hipótesis de investigación-. Y más: un destinatario militante, que a partir de una actitud de distanciamiento, resulta capaz de un trabajo de intelectual: la desautomatización del lenguaje. O en otros términos, una reacción de espaciamiento tras una sensación de extrañeza que precede a reconsiderar el mensaje, “mirando la cosa descrita de otra manera y, como es natural, también los medios de representación y el código en que se refieren” (Eco, 1968/1989:153). Esta nueva perspectiva, el destinatario de los mensajes goza de poder y de acuerdo a Eco, puede ejercerlo

El Mensaje Significado:

El mensaje como forma significante -tal como lo enuncia el emisor- resulta una fuente de mensajes captados posibles para el destinatario. Si bien es cierto que el emisor ha estructurado el mensaje para limitar las lecturas posibles, cuando comienza a circular en la esfera publica, aquél ha dejado de dominar la situación comunicativa, y aquella producción simbólica se encuentra a total merced de la descodificación del destinatario. Finalmente si el destinatario se manifiesta activo resulta que el mensaje -en cuanto materia significante- resulta transformado por un proceso de descodificación que lo constituye en mensaje significado. La posibilidad de la puesta en discusión del código, y de la presencia simultánea de las circunstancias, saberes previos e ideologías del destinatario, permitirían hipotetizar la existencia de un proceso de descodificación totalmente diferente al imaginado por otras corrientes estudiosas de los procesos de comunicación humana.

¿Esta apertura implica una ruptura total entre los dos polos del continum comunicativo? La respuesta de Eco fue la siguiente: ¡es posible! Las razones de ellos estarían dadas por la ambigüedad del código del emisor y también por las características de destinatario y las circunstancias de la comunicación. De aquí que el autor italiano haya promovido la existencia de una dialéctica entre fidelidad al código y libertad de interpretación e iniciativas a nivel del destinatario. ¿Qué puede hacer la semiología? Comparando mensaje-significante y mensaje-significado, puede determinar un campo de libertad más allá del cual “no pueden pasar las lecturas” y un campo de determinación que constituye la fuerza de su diagrama estructural, su capacidad para ofrecer, junto a una forma vacía, las indicaciones para rellenarla”. (Eco, [1968]1989:179)

Desde esta consideración ¿cómo se transforma el mensaje-significante en mensaje-significado? Eco describió una serie de trabajos, a saber:

  1. recreación arqueológica de los códigos del emisor,
  2. recreación arqueológica de las circunstancias en la que el emisor pronuncia el mensaje,
  3. sometimiento a prueba (una interrogación) de la forma significante para determinar hasta qué punto resiste la introducción (por vía de la crítica) de nuevos sentidos [mediante códigos de enriquecimiento],
  4. repudiación de códigos arbitrarios que insertos por el destinatario durante su proceso de descodificación permitan la irrupción de sentidos “aberrantes” (es decir: fuera del campo de sentidos posibles y autorizados por el código utilizado en la producción).

Códigos y sub-códigos (en recepción)

La caracterización de estos conceptos en tanto elementos de la estructura elemental de la comunicación, no difieren de las señaladas en la instancia de producción. Pero “en recepción”, se incorporan nuevas consideraciones, por ejemplo: la posibilidad de no compartir el código, la discusión misma respecto al código y sub-códigos.

De acuerdo a Eco, la centralidad de la noción de descodificación, insta a imaginarla como profundamente distinto a la “simple” operación complementaria a la codificación: puede haber diferencias entre el sentido del emisor y el destinatario. Y el hecho de que exista esta diferencia no debería causar alarma e inquietud ni siquiera implica la existencia de “ruidos”. En palabras pronunciadas con posterioridad, el semiólogo italiano sostuvo que dadas “distintas situaciones socioculturales, hay una diversidad de códigos, es decir, de reglas de competencia y de interpretación. Y el mensaje tiene una fuerza significante que se puede llenar con distintos significados, con tal de que haya distintos códigos que establezcan distintas reglas de correlación entre los significantes y los significados dados. Y siempre que haya códigos básicos aceptados por todos tendremos diferentes subcódigos, por lo que una misma palabra, cuyo significado denotativo más difundido conocemos todos, puede connotar una cosa para unos y otra para otros” (citado por Mannetti, 1995:68). Aquí se ubican todas las variables ligadas a los elementos intermediarios, mediadores, entre emisor y receptor.

Tal como fue explicitado con anterioridad, Eco sostuvo que la ambigüedad de los códigos utilizados por el emisor, favorece la utilización de subcódigos connotativos y/o ideológicos. Al utilizar como modelo heurístico los mensajes poéticos/estéticos, Eco demostró que “cuanto más ‘abierto’ está el mensaje a diferentes descodificaciones, tanto más influenciada está la selección del código y de subcódigos por las predisposiciones ideológicas del destinatario, además de las circunstancias de la comunicación” (Eco, [1968]1989:156).

Esta conclusión habilitó a posteriori descripciones de operaciones de descodificaciones “al margen” de la estructura codificante. Semejantes procesos de descodificación fueron calificados de aberrantes. En LEA, apenas apunta algunas características e intentará mostrar su funcionamiento a partir de un esquema titulado “Descodificación aberrante en las comunicaciones de masa”. Pero será en una obra posterior -escrita junto a su colegio Paolo Fabbri- donde desplegará un conjunto de categorías explicativas. Allí expusieron una tipología de cuatro posibilidades de descodificación aberrante: i) incomprensión (rechazo) del mensaje debido a la carencia total del código; ii) incomprensión del mensaje por disparidad de códigos; iii) incomprensión del mensaje debido a interferencias circunstanciales , y iv) rechazo del mensaje porque se deslegitima al emisor (citado por Marinetti, 1995:69).

Tras la presentación de Eco, la descodificación aberrante adquirió estatuto de problema empírico y teórico. Pues si la Teoría Matemática de la Información insistía en las condiciones óptimas de transmisibilidad de los mensajes, desde este modelo semiótico-estructural se entendió que en lo que respecta a los efectos y funciones de los media no se podría prescindir de la forma en que se articulan los mecanismos de reconocimiento y de atribución de sentido. Especialmente en lo que se refiere a las correlaciones entre los órdenes semiótico (significación del mensaje) y sociológico (las variables aportadas por las investigaciones empíricas de Lazarsfeld y colaboradores) (Wolf, 1985:140).

Subcódigos ideológicos

Cuanto más abierto se encuentre el mensaje a descodificaciones, tanto más influenciada está la selección de códigos y de sub-códigos por las predisposiciones ideológicas de los destinatarios, ha sentenciado Eco. Pero ¿por qué el destinatario elige una connotación ideológica en lugar de otra?. La respuesta de Eco concentró en el proceso de socialización, en la experiencia histórica del destinatario: “La experiencia adquirida le ha enseñado lo que se puede esperar de la situación denotada y el patrimonio de conocimientos se ha estabilizado como para convertirse en l saber se ha estabilizado (Eco [1968]1989:159).

El concepto de guerrilla semiológica, propuesto por Eco en 1967 en una de sus sistemáticas columnas periodísticas, recreó la preocupación de los intelectuales europeos, y en especial de algunos italianos, por la ola revolucionaria y alternativa surgida en Latinoamérica. En este sentido, la propuesta sería algo así como un método semiótico de defensa contra la ideología del capitalismo presente en los medios de comunicación a través de la cultura de masas.

Esta propuesta, lanzada como desafío a los intelectuales “comprometidos” no debería ser interpretada en sentido peyorativo o desviante, sino como “garantía de la pluralidad cultural y de la interpretación libre del destinatario”, o en otras palabras: es una descodificación intencionalmente divergente respecto a la que el emisor habría predispuesto. Una frase de Eco de aquellos años resume su mirada sobre la relación intelectuales/medios/cultura de masas/semiótica: “En cada lugar del mundo hay que ocupar primero la silla delante de cada aparato de televisión (y, naturalmente, la silla del líder del grupo delante de cada pantalla cinematográfica, de cada transistor, de cada página de un diario)”.

Pero ¿cómo romper con los mensajes ideológicos? Una respuesta sencilla: Incorporándole más información -trabajando sobre la redundancia-, en un movimiento por el cual la información modifica códigos e ideologías, de hecho se traducen en nuevos códigos y por lo tanto, en nuevas ideologías. De esta manera, la ideología no se elimina -no se llegaría el final de la ideología, tal como la afirmaba Daniel Bell en 1957-, sino se reestructura en un procesos de semiosis infinita.

Retórica y subcódigos ideológicos (“en recepción”)

La lógica general es similar a su presencia “en producción”. Pero la cuestión es como la relación aparato retórico/subcódigo ideológico puede ser descubierto y contrarrestado en su prepotencia. Y el camino del análisis se inicia con el descubrimiento del universo retórico e ideológico y reconstruir las circunstancias sociales de las cuales emanó. Esto permitirá descubrir sus propios códigos en un viaje que va desde la denotación hacia la connotación. “En la obra están las claves para descubrirla inmersa en el ambiente en que surgió; las claves para relacionar el mensaje con los códigos de origen, reconstruidos en un proceso de interpretación contextual” (Eco, [1968]1989).

Luego los códigos son puestos en juego con los propios códigos/subcódigos del destinatario. Pero Eco no supuso que tras la confrontación, aquellos mensajes quedarían destruidos, sino que sostuvo la existencia de un proceso de aprendizaje: los nuevos mensajes significados, entran y enriquecen los códigos existentes y los sistemas ideológicos, reestrucuturándose y preparando a “los lectores futuros para una nueva situación interpretativa” (Eco, [1968]1989:178). Está claro que este tipo de tarea goza de un perfil netamente “intelectual”.

Este movimiento continuo entre renovación de códigos y renovación de sistemas ideológicos, constituye un proceso de semiosis social (“el mensaje crece”) que está constreñido entre un determinado campo de libertad (“más allá del cual no pueden pasar las lecturas” so pena de avanzar hacia la descodificación aberrante), y el reconocimiento de un campo de determinación (que se constituye a partir de su diagrama estructural, su capacidad para ofrecer, junto a una forma vacía, las indicaciones para rellenarla). Hacia al final de su texto, Eco recuperó la historicidad, pero también la imperiosa necesidad de contar con los códigos, pues de lo contrario (aquí pelea con Levi-Strauss), en el futuro alguien que lo desconozca puede introducirle códigos imprevisibles, y tan imprevisibles que “la semiótica no puede imaginar” (Eco [1968]1989:179).

Elementos extra-semiológicos circunstancia (“en recepción”)

No es un elemento menor en la propuesta de Eco. De su argumentación se desprenden coincidencias con aquellas posturas enunciadas oportunamente por Barthes en el marco de una semiología política.

Desde este lugar de enunciación, Eco muestra la importancia que la circunstancia “en recepción” se instituya como elemento del proceso de la comunicación: “si la circunstancia ayuda a individualizar los códigos mediante los cuales actúa la descodificación de los mensajes, en tal caso la [semiología] puede enseñarnos que en lugar de modificar los mensajes o de controlar las fuentes de emisión, se puede alterar el proceso de comunicación actuando sobre las circunstancias en que va a ser recibido el mensaje. Este es un aspecto revolucionario de la conciencia [semiológica], y tanto más importante cuando (en una era en la que las comunicaciones de masas se presentan con frecuencia como la manifestación de un dominio que controla lo social por medio de la planificación de la transmisión de mensajes), donde no sea posible alterar las modalidades de la emisión o la forma de los mensajes, sigue siendo posible (como una guerrilla [semiológica] ideal) cambiar las circunstancias a la luz de las cuales los destinatarios han de seleccionar sus propios códigos de lectura. La vida de los signos es frágil, sometida a la corrosión de las denotaciones y de las connotaciones, bajo el impulso de circunstancias que debilitan la potencia significativa original” (Eco, 1968/1989:413). Es el conjunto de la realidad que condiciona la selección de códigos y subcódigos ligando la descodificación con su presencia. Es el complejo de condicionamientos materiales, económicos, biológicos y físicos, que encuadran el proceso de comunicación.

No todas las circunstancias se resuelven a través de signos. Algunos escapan y es cuando el mensaje (con todas las connotaciones que le permiten englobar la ideología y las circunstancias) va a caer en una circunstancia de destino no prevista. Ahora bien, el proceso de comunicación puede dominar la circunstancia cuando i) la circunstancia se convierte en un universo de signos (puesta en discurso, referente del mensaje) y ii) esos mensajes producen comportamientos que van contribuyendo a cambiar las circunstancias.

El entrecruzamiento de las circunstancias y de los presupuestos ideológicos, junto a la multiplicidad de códigos y subcódigos, hacen que el mensaje no sea considerado el final de la cadena comunicativa, sino como una “forma vacía a la que pueden atribuirse diversos sentidos”.

Quizás una de los aportes más importantes de cara a la descripción del proceso es que ni circunstancias, códigos y subcódigos formen parte de aquello que la Teoría Matemática de la Información conceptualizó como “ruidos”. En absoluto. Aún como elementos extra-semiológicos, participan del proceso general y abierto de la comunicación entre seres humanos. Y como se verá en el ítem siguiente, no sólo se comprende su presencia, sino que se la fomenta a fin de no quedar atrapados en la fuerza del código existente en el mensaje-significante. La caracterización de proceso abierto implicó un cambio en la perspectiva total, incluso aquellos elementos no reducibles a intercambios de información.

Pero a los efectos de una investigación semiológica no alcanza con la caracterización procesual y globalizadora. Es preciso su complementación con una estrategia que “descienda” al análisis de sus fases. Eco entiende este proceso de comunicación como abierto, pues el mensaje varía según los códigos, y éstos funcionan de acuerdo a las ideologías y las circunstancias. Proceso abierto, en tanto que todo el sistema de signos presentes en el proceso, se reestructuran sistemáticamente a partir de la experiencia de descodificación que el mismo proceso de comunicación exige. Abierto porque esta descodificación se nutre de una red significante infinita que habla de un conjunto de mensajes que se articulan con otros y producen nuevas significaciones. Y esto en forma permanente (semiosis).

En realidad, Eco propuso un modelo de comunicación social que sostiene simultáneamente el carácter procesual de los fenómenos comunicativos y una apuesta en todo diferente a una “ingeniería de la comunicación que se las ingenia para hacer redundantes los mensajes, para asegurar su recepción según planes establecidos”. En este sentido, la realización dialéctica entre el código-mensaje, funda “las posibilidades de existencia de esta procesualidad de sentidos” y define “la manera de incrementarla y promoverla”. Pero una vez más -y sumándose al coro de voces encabezado por Barthes-, Eco recordó que puede ser utilizada como “procedimiento inverso de aclarar los instrumentos para reducir la ambigüedad, en donde sea [utilizada como] técnica de dominio, confusión mixtificadora” (Eco, [1968]1989:411).

2.3. Evaluación contextuada del modelo

2.3.1. Las ventajas

El análisis semiológico de los códigos (y por lo tanto de los sistemas de convenciones articulados como sistemas) tal como lo ha propuesto Umberto Eco no ha implicado la justificación del status quo socio-político. Es más: tal como ha sido sostenida oportunamente por Barthes y luego por el mismo Eco, “la investigación sobre los códigos no intenta definir las condiciones óptimas de integración, sino que intenta descubrir las condiciones de una sociedad de comunicantes en un momento dado” (Eco, [1968]1989:411).

Síntesis: ¿Qué pasa con la lectura inmanente que caracteriza este período? ¿Se rompe con Eco o se matiza o se complejiza? En el texto (es lo que se llama análisis inmanente) se encuentran las estructuras (código) ideológicas del emisor. Descubriéndolas, analizándolas y exponiéndolas, en síntesis manejando las circunstancias de la comunicación, podrá desbaratarse la pretensión comunicativa del emisor. La semiótica del código es un instrumento que sirve para una semiótica del mensaje (Eco, 124).

Eco criticó con certeza algunas de las nociones claves, es especial las de información y código (Mannetti, 1995:66 y 67), desde la certeza de que al momento de asumir la propuesta para explicar el funcionamiento de la comunicación social incurría básicamente en tres grandes incongruencias: i) su indiferencia respecto al contenido semántico; ii) la imposibilidad de observar diferencias entre la comunicación masiva y la interpersonal y iii) la información permanece constante a través de todas las operaciones de codificación y traducción y iv) la información se propaga a través de un código uniforme y común al emisor y receptor.

En su trabajo de la época, Eco ha propiciado el desarrollo de tácticas de descodificación: movimientos de corte político-cultural que impongan circunstancias diversas para diversas descodificaciones, permaneciendo inalterado el mensaje como forma significante. Por lo dicho, el proceso de comunicación tal como fue expuesto por Umberto Eco -y aceptado por la comunidad de semiólogos- evidencia el espíritu de época en ciertos países europeos (Francia e Italia, principalmente) a principios de la década del ’60. Por tal razón, no debe escandalizar que ante semejantes ideales no han observado que revestirse de optimismo ante semejantes pretensiones no sólo sería una ingenuidad, sino también un error, pues -como lo entrevió el mismo Barthes- “el mismo procedimiento sirve para la contestación como para el restablecimiento del dominio”.

Ya en esa fecha, los intelectuales italianos se planteaban una crítica de los estudios norteamericanos sobre la comunicación de masas, y -en opinión de Blanca Muñoz (1989:366)- tales posturas involucraban desde la figura de Franco Rositi hasta el propio Umberto Eco. Todo un espíritu de época marcado por las problemáticas y desafíos respecto de los fenómenos ideológico/culturales impulsados varios años antes por la figura del comunista Antonio Gramsci. Y a pesar de esta predisposición, con este esquema se traducía a la semiología aquello que ya era aceptado por la sociología de la comunicación de masas norteamericana de los años ’50, en especial a partir de los trabajos de Paul Lazarsfeld (comunicación en dos niveles, líderes de opinión, presencia del grupo).

Este enfrentamiento tuvo a los semiólogos críticos -en una actitud que se repitió en Francia y varios países latinoamericanos – como protagonistas frente a cientistas sociales asentados fundamentalmente en EEUU que “vieron” los procesos de comunicación desde lentes descriptivos y funcionalistas. Y que salvo excepciones se comportaron como sociólogos, politicólogos y psicólogos -sostenidos por universidades, agencias de desarrollo y fundaciones norteamericanas-, imbuidos por una filosofía de la práctica profesional cercana corrientes de la ingeniería social, e indiferentes ante las vinculaciones históricamente existentes entre poder/cultura/comunicación. Finalmente, la semiótica estructuralista de Eco dio otro sablazo al neopositivismo del Círculo de Viena, colaborando con la tarea devastadora iniciada por las corrientes hermenéuticas, socio-fenomenológicas y weberianas.

2.3.2.Las desventajas

El “Modelo…” también mostró algunas fallas. Su adherencia al mensaje no le permitió detectar la complejidad del fenómeno de la comunicación producida desde y por los medios masivos. Asimismo, la posibilidad de descodificaciones diferenciales haya sido una hipótesis fuerte, pero con el tiempo fue calificada como “simplista”. Simplista en tanto los consumidores de medios no reciben mensajes aislados, sino paquetes: la oferta de mensajes es simultánea, continua y plural.

Una queja recurrente de quienes se inclinaron por esta práctica es aquella que referiere a la operatividad (dominio técnico) de instrumentos que permitan alcanzar tan nobles objetivos. Al quedar asociada a actividades académico-intelectuales, la semiótica estructural parecía menos una actividad político-cultural y más una muestra de ciertos ritos iniciáticos.

3. Conclusión

En este sentido, puede afirmarse sin temor a equivocaciones, que el Modelo expuesto fue el más completo y aceptado en el marco de la articulación estructuralismo/semiología. Su potencial epistemológico, reside en la posibilidad de englobar en la estrategia de análisis, la mediación de los mecanismos comunicativos sobre la determinación de los efectos macrosociales.

Sin embargo, no fue este modelo, el primero de los impulsados en el marco de la articulación estructuralismo/semiología. En realidad Eco y otros colegas, elaboraron su propuesta a partir de y contra el modelo de Jakobson y sus vestigios de Teoría Matemática de la Información. Pues el estructuralismo y la “primera semiótica” que lo secundaba daba por aceptable la propuesta de Jakobson, quien a su vez, introdujo la mirada cibernética cuando asumió el conjunto de conceptos ligados al modelo informacional (emisor, destinatario, canal o contacto, código, mensaje) -aunque le haya incorporado el contexto o referente-, e inmediatamente erigió su teoría de las funciones lingüísticas ligadas a cada uno de aquellos conceptos (del Coto, 1993, Verón).

El Modelo del proceso de descodificación del mensaje poético no apareció en cualquier contexto, sino en el serio y fundamentado intento de Umberto Eco por erigir las bases de un campo del conocimiento, la semiótica, nacida por las respectivas intuiciones científicas de Ferdinand de Saussure y Charles Sanders Peirce. Por eso es comprensible la arquitectura del texto: dos secciones dedicadas a la consagración de la sepistemo-metodológica (Secciones A y D), otra dedicada al análisis de fenómenos visuales (verdadera banco de pruebas, debido a que estos fenómenos no habían alcanzado el grado de desarrollo de los estudios lingüísticos), uno dedicado a la arquitectura (en tanto fenómeno cultural que produce significaciones aunque no haya sido pensada para tal intención).

En este esfuerzo, Eco sostuvo la hipótesis de que los hechos socioculturales pueden comprenderse desde la mirada de los procesos comunicativos. Y más allá de ajustes y reflexiones constructivas, lo cierto es que aún pervive la propuesta de analizar los fenómenos culturales (incluidos en una sociología de la cultura) desde la mirada semiótica: autores como Clifford Geertz, García Canclini y John B. Thompson, entre otros constituyen apenas una muestra.

Las propuestas de Eco no fueron exclusivas del intelectual comprometido con su “responsabilidad individual” (Eco, 1967/1987:192). Sino que el período de auge y despliegue del sistema de medios impulsó a diversas iniciativas de “lectura crítica de medios” entre los países europeos. En primera instancia, actividades involucradas en propuestas de educación no-formal cuyos objetivos podrían resumirse en las siguientes líneas: dejar de ser “simples descifradores” de mensajes para convertirse en “lectores pensantes” de forma tal que aquellos expuestos a los medios “conseguirán no pertenecer a un rebaño de seres complasivos y complacientes, sino que serán individuos escépticos, vitales y desafiantes”. O como sostuvo Eco en una reformulación de la consabida frase cristiana: “¡Hágase nuestra voluntad y no la tuya!” (Eco [1967]1987:192).

La expansión del sistema de medios, el fortalecimiento de aquello que fue conceptualizado como cultura de masas y el inicio por parte de los intelectuales y académicos universitarios sobre esta problemática, además de cierto recelo sobre el avance político-cultural de Estados Unidos, estado triunfador tras la segunda guerra mundial, fue movilizando intereses hasta lograr consenso respecto a la necesidad de desarrollar programas de educación para la recepción. De esta forma el texto de Eco, escrito en 1967, quizás no hacía más que traducir en lenguaje movilizador e intranquilizante, un espíritu de época. Como lo demuestra la tarea iniciada en Europa en países como Francia, Suiza, Inglaterra

Umberto Eco mantuvo vigente este esquema hasta mediados de la década del ’70, y recién después de haber publicado otro texto fundamental para el desarrollo del campo, titulado Tratado de Semiótica General (1975), expuso su nueva propuesta denominada Modelo Semiótico-Textual (Wolf, 1987; Grandi, 1995; Vilches, 1999).

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